16. QUÉDATE

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DE NOCHE

Acelerado, Diego iba y regresaba de un lado a otro mientras ordenaba la cocina y la sala y desahogaba los ambientes de su cabaña para que corriera más el aire.

Oír toques en la puerta lo puso aún más nervioso y causó que realizara varias maniobras torpes para finalizar la “misión” con éxito.

—Ya va, ya va. —sin saber en qué otro lugar guardarlos, lanzó dos pliegos de cartulina enrollados por debajo de uno de los sillones, para finalmente ir a abrir. —Bienvenida, señorita San Román.

—¿Cómo le va, Ingeniero Velázquez? —siguiéndole el juego, corrió los escasos centímetros que los separaban y se abrazó al cuello del castaño, mientras él la sujetaba de la cintura para saludarse como Dios manda.

—¿Cómo estás? —preguntó tras separarse, corriéndole el pelo hacia atrás por ambos lados. —¿Cómo te fue con el Capi?

—Bueno... le di tu recado y todo, pero sigue un poco terco, no quiere quitar el dedo del renglón.

—Me lo imaginé. Es más, estuve conversando con Andrés y estuvo de acuerdo en que es mejor que no vaya. ¿Para qué? Si, lo más seguro, es que vuelva a ponerse histérico. Además, posiblemente salga mañana mismo del hospital.

—Eso es buenísimo. Y como te dije, es evidente que te extraña cañón y, tarde o temprano, va a entender que ya no estamos en el año del caldo y que las generaciones van evolucionando.

—Dios te oiga... Oiga, señorita diseñadora...—con las manos de ella entre las suyas, se inclinó y le miró la boca —usted huele muy bien.

—Oiga, señor Ingeniero...—soltó sus manos y volvió a abrazarlo por el cuello —no mejor que usted. —respondió, haciendo que ambos dejaran esa solemnidad fingida y se rieran. —Mira, acá está. —le entregó una caja que contenía la botella de vino.

Diego la tomó para dejarla en la mesa del comedor y volteó a mirarla nuevamente.

—Ten.

—Mi amor...—derretida, agarró la rosa —está preciosa.

—Igual que tú. —sonriéndole hipnotizado, le acarició el cachete.

—¿Tienes un vasito o una vasija donde pueda ponerla hasta que terminemos de cenar? —preguntó, devolviéndole la sonrisa.

—Sí. Préstamela. —tras tenerla de vuelta en sus manos, se dirigió a la cocina para ponerla en agua.

—Oye, ¿pudiste conversar con Andrés sobre lo otro?

—La verdad, no mucho porque está ahogado de trabajo en el hospital. Solo me contó que se te lanzó de nuevo y lo bateaste... de nuevo.

La forma en que lo dijo causó risitas conjuntas. Por su parte, Arya asintió, confirmándolo.

—En fin, algún día se lo vamos a poder contar. Vas a ver. Ahora... ¿qué dice si nos dejamos de tanta conversadera y cenamos, señorita? —retiró la silla de la cabecera para ella.

—Digo que me parece perfecto porque me está tronando la panza. —respondió entre risas. Acto seguido, se acercó a la silla

—A mí igual. Oiga, pero hagamos un brindis primero. —le quitó la tapa a la botella con el sacacorchos manual y sirvió vino en las dos copas que puso en la mesa antes de que ella llegara. —Por la diseñadora con alma de administradora más bonita que ha pisado este planeta y por ese corazonsote que tiene, que no tiene reparos en ayudar hasta a la gente que no se lo merece y que ha conseguido cosas tan valiosas para su finca. —levantó su copa.

Impropia PielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora