8. TÚ DECIDES

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Buscaba el carnet de vacunación de las vacas cuando, desde adentro de uno de los montones de carpetas, terminó saltando una foto con Natalia.

Verla lo llevó al día que se la sacaron. Iban caminando hacia el restaurant elegido por ella para celebrar el primer año de noviazgo. En medio de la conversación que sostenían acerca de las cosas que estaban viviendo juntos, no desaprovechaban un solo minuto para llenarse de mimos y besos.

—Imbécil que fuiste, Diego Velázquez. —negando con la cabeza, salió de ese recuerdo y no dudó en romper la fotografía en mil pedazos y echarlos a la basura.

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Si bien se sentía un poco más relajada después de su confesión, al mismo tiempo la incertidumbre de hasta dónde sería capaz de mantener el engaño seguía angustiándola.

A una respetuosa distancia de ese río donde tuvo aquel accidente, se sentó en posición de yoga y se perdió en sus pensamientos durante varios minutos.

—Mat, sí sé que es un poco cínico que te pida esto, pero... desde dondequiera que estés, dame la fuerza que me hace falta para seguir adelante con esto. Te lo suplico. Juro que va a ser solo hasta que pueda solucionar este enredo, limpiar mi nombre y dar con mi tutor para saber quiénes me trajeron al mundo y por qué no me quisieron.

Una vez estuvo mejor, se sacó el collar y fue quitándole, uno a uno, los charms que había intercambiado con Mathilda en cada aniversario de su amistad. Cerró los ojos, los arrojó al río y dejó que los arrastrara la corriente, tal y como ese día esta había querido hacerlo con ella.

—¿A ti qué te importa, Diego? —viéndola a lo lejos, el ingeniero pensó en voz alta. —¿Qué te importa que se vea tan triste? ¿Qué te importa porqué está así? No te le acerques. No vayas a ir a preguntarle. —ni bien conseguir convencerse a sí mismo, siguió su camino.

Ahí, Arya se levantó y tomó rumbo hacia la casa San Román. De pronto, unas risas extremamente fuertes acompañadas de cuchicheos llamaron su atención, por lo que empezó a caminar hacia la dirección desde la que venían. Se encontró con una especie de bodega y abrió la puerta lo justo y necesario para ver quiénes estaban dentro, atrapando in fraganti a cierto trabajador de la finca y a la madrastra de su fallecida mejor amiga en una situación poco decorosa.

Conocer el simple hecho de que esa mujer había lastimado a Mathilda en muchas formas (a pesar de que ella nunca le contó a detalle lo sucedido), bastó para que sacara su celular y empezara a guardar evidencia audiovisual del acto. Y es que también tenía el presentimiento de que esas imágenes y esos audios podrían beneficiarla a ella después.

—Muy bonito, oigan, muy bonito. —sonreía irónica.

Ambos se soltaron de golpe y voltearon a mirarla ojipláticos.

—¡Pero... ¡¿Cómo te atreves, Mathilda?! ¡Dame esto! —histérica, quiso quitarle el celular.

—¡Suéltalo tú! —le sacó la mano con violencia.

—Patroncita, déjeme que le expl...—intentó hablar mientras se acomodaba la ropa con nervios.

—¡Tú cállate y lárgate, Dante! ¡Déjanos a solas que quiero conversar con esta “señora”! —ordenó.

El pelinegro miró a su amante como preguntándole qué quería que hiciera, pero como Ana Rosa no fue capaz de devolverle la mirada, solo obedeció a “Mathilda”.

—¿Cómo me atrevo? ¡¿Cómo te atreves TÚ a estar traicionando a mi papá EN SU PROPIA FINCA encamándote con uno de SUS trabajadores, maldita caradura?!

Impropia PielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora