2. ROCA MILAGROSA

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Con manos temblorosas, Arya abrió la puerta del taxi y se bajó. Por su parte, el conductor hizo lo propio, para rodear el vehículo rápidamente y ayudarla con el equipaje.

- Buenas. - un empleado de la hacienda salió del interior de la casa, se sacó el sombrero y se acercó a ella. - ¿Le puedo ayudar en algo? - al ver cómo miraba la majestuosidad de la propiedad, intentó llamar su atención.

La castaña salió de sus pensamientos abruptamente.

- B… buenas. Eh… esta es Roca Milagrosa, ¿verdad? La hacienda San Román Martínez.

- La misma. ¿Está buscando a alguien?

- Al dueño. Me llamo…- tragó fuerte y empezó a moverse en donde estaba, nerviosa - Mathilda San Román.

- ¡¿Qué?! - de la impresión, casi se atragantó. - ¿Mathilda? Soy Miguel… Miguel García. ¿Te acuerdas de mí? Soy el hijo de Conchita.

Sin más, se lanzó a abrazarla con toda la emoción que sentía de verla nuevamente.

Sorprendida, Arya comenzó a parpadear repetidamente. Sin embargo, respondió al abrazo.

- Perdona… Es que sí me acuerdo de ti, pero… de chiquitos y… perdona. - repitió, sonriendo con vergüenza de sí misma mientras negaba con la cabeza. El contacto visual era parcial y se colocó un mechón de pelo tras la oreja. - Pasa que me sorprendiste y… últimamente no me reconozco ni a mí misma.

- Nah, no pasa nada. Yo también estoy recontra impresionado, si la última vez que nos vimos, teníamos ocho y nueve y… bueno, siempre me pareciste linda, pero ahora… eres guapísima.

La castaña se sonrojó.

- Eh… muchas gracias.

- Y tú también eres hermosa. - agregó cuando cierta criatura de cuatro patas le “mostró” su rabo moviéndolo alocadamente para que la acariciara mientras le daba lamidas. - ¿Es hembra o macho?

- Hembra. - sonrió.

- A ver, guapa, ¿cómo te llamas? - tomó su collar para mirar el nombre en su placa en forma de patita perruna. - Triana. - la acarició más. - Pero, vengan, pasen que están en su casa. - soltó con humor. - Déjame que te ayude con tus maletas.

- Te lo agradezco. - repitió, insegura por lo que se vendría cuando entrara.

- ¡Buen día, García! - exclamó una voz. De su brazo, iba su esposa.

Miguel volteó a verlo enseguida.

- Buen día, jefe. Le tengo una sorpresa…- se movió un poco, para que pudiera verla y la apuntó. - Su hija… y su nieta.

- ¡¿Mathilda?! - su tono era de impresión… y un toque de rabia.

- Buen día… pa. - ni bien llamarlo así, tuvo la necesidad de tragar fuerte de nuevo.

Gustavo San Román y Ana Rosa Fernández de San Román se miraron ojipláticos. Incluso, la madrastra de Mathilda agradeció estar del brazo de su esposo, pues de lo contrario, habría caído achicharrada contra el pavimento.

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Ni bien escuchar el timbre, Don Felipe no tardó nada en abrir la puerta, y es que casi estaba pegado a esta por la emoción de ser el primero en recibir a quien llegaría en cualquier segundo.

- ¡Viejoooo! - con una sonrisa de oreja a oreja, se lanzó a abrazarlo.

- ¡Campeón! - devolvió el abrazo con fuerza. - No sabes cuánto te extrañé. - al soltarlo, empezó a caminar con cuidado de vuelta a la cama. Cada vez se cansaba más rápido.

Impropia PielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora