29. EL VALOR DE SER SINCERO (CON LOS CORRECTOS)

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—Alberto. —lo llamó mientras caminaba hacia él. —Creo que es hora de que yo me retire. Pasé a despedirme de Mathilda, pero estaba… estaba con su esposo y no me pareció oportuno interrumpir.

Él asintió.

—Derrick, muchísimas, muchísimas gracias por lo que hiciste por ella. —la angustia de Sarita persistía.

—Ni lo mencione. No fue nada. Despídanse de ella y pídanle que tenga mucho cuidado en mi nombre, por favor.

—No lo dudes. Yo me encargo. Voy a aprovechar que hay un tema que necesito ver con ella. —dijo Alberto.

—Vale. Gracias. Hasta luego a todos. —finalizó, dirigiéndose a Felipe y Gustavo y palmeando el hombro de su cliente. —Con su permiso.

—Adelante. —dijo cierta diseñadora de interiores, frotándose las manos en los pantalones una y otra vez y removiéndose en donde estaba de forma ansiosa.

—Oigan, tengo en claro que el pueblo entero odia a Mathilda; pero, la verdad, todavía no puedo asimilar que hayan intentado matarla DE NUEVO y DOS VECES en un solo día. —comentó Gustavo, casi sin hacer contacto visual y negando con la cabeza.

—Lo mismo digo. Ya se están pasando de la raya. Si ya de por sí es increíble y horrible que la odien nomás por haberse quedado con la imagen de ella de pequeñita, ni se diga lo inconcebible que es que estén traspasando TODOS los límites para intentar eliminarla. —Felipe añadió.

—Exacto. Es muy injusto. En verdad ni se me cruzaba por la cabeza que ella hubiese pasado por cosas tan duras desde tan pequeñita. —pensativa. —Lo que sí, es que necesitamos cuidarla y protegerla entre todos y exigirle a la policía que haga su trabajo y encuentre al atacante a como de lugar. —sentenció, firme, para luego comenzar a comerse las uñas.

«Mi pequeña fue apuñalada el mismo día que Tadeo encontró a Valentín temblando de pavor… y no paró de nombrar a Dante. ¿Será? ¿Será posible que él..?» —pensaba el mayor de los Velázquez.

—Disculpen. Voy a salir un momento. —medio ido, se excusó y caminó hacia la salida del hospital utilizando su bastón.

Se encontró a Derrick frente a un puesto de tacos a tan solo unos metros del establecimiento y no dudó en ir hacia él.

—Mijo, mijo…—le puso una mano en el hombro, llamando su atención. —Discúlpame que te interrumpa tu almuerzo, pero necesito solo cinco minutos.

—No pasa nada. Dígame. —quiso ayudarlo a afirmarse en algo más resistente, pero él hizo una seña de que estaba bien.

—Es sobre el atacante de mi ahijada…

—Ahí no voy a poder ayudarlo porque, desafortunadamente, no pude verle el rostro, señor.

—Lo sé, pero, ¿una facción? ¿Un tatuaje? ¿Una seña particular? ¿Alguna cosa? ¿No le viste nada de nada?

—Pues, era medio fornido, alto…

—¿Tatuajes?

—Es que estaba de incógnito, suéter con capucha y todo. Solamente tenía descubiertas las manos, y lo que sí puedo decirle, es que a lo mejor viva o trabaje en el campo. Fue la conclusión que pude sacar gracias a los golpes que consiguió darme. ¿Cómo así?

—No, pues, para estar atento en caso de que alguien con esas características quiera acercarse a ella.

—Caballero…—dijo el dueño del puesto, entregándole una bolsa que contenía su pedido y un vaso plástico con la bebida.

Impropia PielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora