15. CELEBRACIÓN

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—Sí. Sabes que por supuesto que me interesa esa obra, solo que me da un mal sabor de boca esto que me dices de que quien te la vendió no es Mathilda San Román y que tampoco la viste en Internet. Tanto su papá como ella me aseguraron que tienen el cuadro original, el certificado de autenticidad y todo.

—Pues, qué extraño porque yo tengo el Tamayo y el certificado acá en mi escritorio. La señorita San Román y su papá deben estar confundidos.

—Envíamela a mi oficina, por favor. —pidió con la mirada algo perdida por la confusión.

—Lo tendrás entre las 4:00 y las 7:00 pm.

—Perfecto. Muchísimas gracias y nos veremos pronto. —finalizó y colgó.

—¿Cómo estuvo su viaje, jefe? —el chofer de Alberto se acercó a él.

—Bien, Mauricio, gracias. ¿Cómo estás tú?

—Muy bien, gracias. ¿Qué tal le fue?

—Más o menos. Resulta que al llegar a la ciudad, me encontré con una persona a la que recé por no volver a verle la cara más nunca en mi jodida vida, pero gracias por preguntar igual.

—Pues, siento mucho que haya pasado por ese infortunio.

—No más que yo, lo juro. Pero a ti sí me da alegría verte. —le palmeó el hombro.

Mauricio movió la cabeza como diciendo que el sentimiento era mutuo.

—Permítame su maleta.

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Había perdido la cuenta de cuántos tragos llevaba encima desde que su conversación con Conchita finalizó.

—Uy... qué raro, ¿no? —se fingió pensativa.

—¿Qué es raro?

—No... nada. —soltó una risita falsa, simulando querer olvidar esa conversación. —Mejor te dejo trabajar. —dio media vuelta y caminó hacia la puerta.

—Ana Rosa, ¿qué es lo que te parece raro? —insistió con cierto enojo, deteniéndola.

—Pues...—soltó la chapa de la puerta del despacho y volvió a acercarse —lo que estás diciéndome de que Mathilda es sietemesina. Solo que... no puede ser. Marité es mi mejor amiga, la conozco y es literalmente IMPOSIBLE que haya hecho algo así.

—¿Es imposible qué cosa? —en medio de un suspiro pesado, se guardó las manos en los bolsillos de los pantalones.

—Digo, que te haya achacado la hija de otro hombre. ¿Qué tal que Mathi no sea tuya?

Mientras caminaba de un lado a otro, vio en la pared esa enorme obra de arte que les dieron los padres de Marité como regalo de bodas.

—A ver, no me gusta cómo me estás hablando, Gustavo, me estás ofendiendo. —seria, se alejó de él. —¿Cómo te atreves a insinuar que alguna vez te he faltado el respeto? —negó con la cabeza, dolida. —¿Sabes qué? Esta conversación se terminó acá. No quiero seguir escuchándote.

—Todo lo que te estoy exigiendo, es sinceridad.

—¡Y te la estoy dando! —la frustración la llevó a alzar la voz. —No puedo creer que estés pensando que te fui infiel... ¡Ya no aguanto tus celos sin fundamento, Gustavo! ¡No más! ¡Ya basta! —empezó a tirarse de los pelos. —Revísate esta actitud porque no va para ningún lado. NO HAY nadie más; tú eres el ser que me dio lo más bonito que tengo en la vida, tú eres mi marido. Solo existes TÚ para mí. Y si diez años de matrimonio no han sido suficientes para demostrártelo, no sé qué sigues haciendo conmigo.

Impropia PielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora