33. DIEGO...

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—Diego. —lo llamó, parada junto al escritorio.

Corriendo sutilmente la mirada, él se limpió los ojos y acudió a donde estaban.

—¿Qué pasa?

—Estaba... preguntando si había fianza.

—¿Hay? —miró a Ponce.

—¿La vas a ayudar? —siguió mirándolo de reojo.

—Ponce, ¿hay fianza o no?

—No lo sé, Velázquez. Eso es trabajo de su abogado; pero lo más seguro es que sí, hasta que dicten fecha para el juicio.

—Perfecto. Acabo de comunicarme con el Licenciado Domínguez y está en camino para acá.

El comandante se quedó observándola unos segundos.

—Está bien.

—¿Domínguez también lo sabe todo y va a representarla?

—No, no lo sabe, pero en cuanto le dije que estaba detenida, ni dejó que le explicara mucho, me dijo que estaría acá ayer y me colgó.

—Ya...

—Es el único que se nos ocurrió, Inge. —se justificó. —Iba a esperarme a regresar a Roca Milagrosa y buscar su número en el teléfono de mi princesa. Solo que estoy tan desesperada, que le hablé a Jose para que le marcara y le pidiera que se pusiera en contacto conmigo lo más pronto posible.

Ahí, Diego se percató de una cosa. Sus ojos se perdieron un poco.

—Qué pendejo que soy. —se reprochó en un susurro. —¿Le hablaste a Beto? ¿Le dijiste qué es lo que está pasando? —algo acelerado.

—No. Solamente le dije que necesitaba a Domínguez cuanto antes. Pasa que... si te soy sincera, me dio miedo decirle y que después no quisiera ayudarnos.

—No, Sarita, necesitas decirle. De verdad es de vida o muerte.

Su celular sonó, por lo que él, sin cortar el contacto visual con la diseñadora de interiores, metió mano en uno de sus bolsillos traseros y sacó el aparato.

—Hablando del Rey de Roma. —Sarita alcanzó a ver el identificador de llamadas y quedó tiesa.

—Voy a contestar afuera.

—No.

—Sí. Perdona.

—Diego. —ladeando la cabeza, abrió la boca e intentó suplicarle que no contestara. Y es que lo único que necesitaba de su parte, ya estaba resuelto.

—Lo siento. Después lo vas a entender, te lo prometo. —aseguró rápidamente, para después contestar mientras salía de la comisaría. —Profe.

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CIUDAD DE MÉXICO

—Cuéntame qué fue lo que ocurrió, hijo. Sarita me llama esta mañana toda angustiada a decirme “necesito que Domínguez venga a San Miguel AYER”, pero no quiere explicarme qué está pasando y ahorita él me llama a contarme que detuvieron a Mathilda, pero eso fue todo porque ya se estaba subiendo al avión. No estoy entendiendo nada. —ansioso, sacó su taza de café de la máquina y comenzó a moverse por la oficina.

—Mhm, así fue. Lleva detenida desde anoche. —se remordía los labios, pues solo de pensarlo, la frustración volvía a atacarlo.

—¿Pero por qué?

—Porque resulta que quien se llevaron no es Mathilda San Román.

—¿Cómo así “no es”, si Sarita se lo dijo a Derrick?

Impropia PielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora