3. PERDÓN NEGADO

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- Ahora sí, cuéntame qué tal te fue. ¿Qué noticias me tienes? Espero que sean buenas. - agregó, sentándose detrás de su escritorio.

Ido, Diego continuaba mirando hacia atrás como si aún estuviese adelante de “Mathilda”.

- Diego. - le habló al darse cuenta que no le estaba prestando atención.

- ¿Ah? - algo sobresaltado, se giró a mirarlo. - Este... sí, sí. - cerró la puerta con la intención de poner una “barrera”. - Perdone, me reuní con el Ingeniero Gallardo, estuvimos conversando bastante y, por mi parte, le noté mucho interés. Así que le conté la verdad sobre la situación de Roca Milagrosa y discutimos la inversión que tendría que hacer. - su voz estaba desganada por completo.

- Así sí, muchacho, así me gusta. - complacido. - Contáctame con él para invitarlo a conocer la hacienda lo antes posible. - extendió el teléfono del despacho.

Cri. Cri.

- ¡Hey! ¡Diego!

- ¿Sí? ¿Me dijo algo? - bajó de Marte nuevamente, para poner sus ojos en él.

- Que lo llames. ¿Qué te está pasando hoy, muchacho, que estás en la luna?

- Nada. Nada, nada, disculpe. Sí, espere y le marco. - agarró el aparato.

Cuando Don Alberto contestó, tras tomarse un breve momento para los correspondientes saludos, fueron directamente al grano con el teléfono en altavoz.

- Sí. Lo conversé con mis socios y me otorgaron el poder de decisión a mí.

- Siendo así, eres bienvenido a venir a ver tu casa cuando quieras. Me encantaría tenerte acá y fijar condiciones de una vez.

- Para eso, tendríamos que esperar a que Diego vuelva de su luna de miel y fijaremos la fecha. Lo quiero a él ahí presente.

- Está bien, como tú dispongas. Ojalá hubiese podido ser antes del matrimonio de Diego y Natalia, pero... ya qué. Queda en tus manos decidirlo.

- Te lo agradezco, Gustavo. Ni bien lo defina con Diego, te dejaré saber.

- Así va a ser, Don Alberto. Muchísimas gracias.

- Que ya no somos profesor y alumno, muchacho. Dime Alberto a secas nomás. - insistió.

- Pues, ya nos veremos el gran día, Profesor Alberto.

- ¡Alberto! - se rio a través del teléfono.

- Está bien, Alberto. - consiguió reírse un poco.

- Nos vemos el gran día, Diego. Que tengas buen día. - colgó.

Ahí, Gustavo dejó el teléfono en su sitio nuevamente.

- Mira, Diego, tú y yo podremos tener nuestras diferencias que no nos permiten simpatizar del todo, pero... realmente aprecio todo lo que estás haciendo y las molestias que te estás tomando por Roca Milagrosa.

- Pues... se aprecian sus palabras, Don Gustavo. - separó sus manos, las levantó de su regazo y se puso de pie. - Con respecto a eso, acá le traje su invitación a mi casamiento. Sería un honor que usted y doña Ana Rosa también dijeran presente. Es en Ciudad de México.

- Ah, gracias. - la tomó, la abrió y comenzó a mirarla.

- De nada. Nos vemos. - salió del despacho lo más aceleradamente posible, pero como si no quisiera reconocer ni consigo mismo que algo le sucedía.

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- Ay, casi se me cayó. - susurró Arya, entrando a la cocina con una pila de platos que estaban a punto de desparramarse. Menos mal consiguió llegar a la encimera antes de causar otro accidente.

Impropia PielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora