19. RIESGO DE MUERTE

68 2 1
                                    

CIUDAD DE MÉXICO

—Gustavo. —se levantó del sillón del lobby cuando vio cómo entraba en el hotel arrastrando la maleta.

—¿Qué hay, Alberto? —extendió la mano para tomar la que él tenía ya extendida y se dieron un apretón de manos. —¿Qué tal, Diego?

Él estaba tan desanimado que no fue capaz de responder con palabras, sino solo con un débil pero diplomático movimiento de cabeza.

—Hola, Ana Rosa. —la saludó solamente por educación, pero su expresión era de pocos amigos.

—Hola, Jose… No, quiero decir, Alberto. Perdona, es la costumbre.

—La verdad, es una sorpresa verte acá. Puedo jurar haber escuchado que no ibas a poder venir. —sabía que todas las negativas que ella le había dado en la llamada, eran puras excusas, por lo que su tono estaba cargado de leve ironía.

—No iba a poder. Afortunadamente, sí conseguí solucionar el asunto que te mencioné y vine a ver a Sara.

—Ya, bueno, después hablan de eso. ¿Qué vamos a hacer ahora?

—Pues, la reunión con el notario está programada en una hora. Eso quiere decir que hay tiempo para que ustedes suban a su cuarto, se instalen y descansen un rato. Vamos a llegar perfecto a la notaría.

—Muy bien. —dio media vuelta para ir a uno de los mostradores en recepción.

—Gustavo… antes de cualquier cosa, quisiera avisarte que después de la reunión, Ana Rosa y yo vamos a ir a ver a Sarita. ¿Te parece? —se dirigió a ella.

—Me parece perfecto. —disimuló la emoción de saber que iba a tener tiempo a solas con él.

El papá de Mathilda permaneció allí plantado con cara de ‘¿Y?’

—Solamente para que estés al tanto, por si acaso. —ahora que sabía lo celoso y lo posesivo que era, prefería evitar problemas.

—Bien…—al analizar a su esposa, encontró algo que no le gustó en su manera de mirar al profesor e Ingeniero y de comportarse ante él. —Vamos, Ana Rosa, hay que registrarnos. —le tomó la mano. —Tú y yo tenemos una conversación pendiente, Diego. No sabía que te mandabas solo y podías salirte del trabajo cuando se te diera la gana para venirte a Ciudad de México.

—Tienes razón. Fue un descuido y falta de responsabilidad de mi parte no avisarte que tenía que volar para acá. Te pido una disculpa, Gustavo.

—Bueno, pero aprovechando… la inercia de este descuido y este llamado de atención, cabe recalcar que si no hubiese sido porque Diego estaba acá, la firma de la sociedad se habría tardado más tiempo. —Alberto lo defendió de la manera más diplomática que se le ocurrió.

Pensativo, Gustavo se quedó parado donde estaba por unos segundos.

—Ya, puede ser, pero igual esa conversación está pendiente. —sentenció, pues no se dejaría “derrotar” por nada. Tenía que tener la última palabra siempre. Acto seguido, se dirigió con Ana Rosa hacia un mostrador.

---

SAN MIGUEL DE ALLENDE

—Ya dije, en TODOS los idiomas y ni sé cuántas veces, que no quiero volver a saber de ella, y no pueden obligarme a hacerlo. Necesito que respeten mi decisión.

—No. Tú, lo que necesitas, es una buena tunda. Créeme que la única razón por la que me quedo quieto ante lo consentidora y permisiva que ha sido Conchita contigo es porque no soy tu papá y por eso tampoco te doy la tunda que te está haciendo falta.

Impropia PielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora