36. PRIMERA COMPARECENCIA

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DÍA SIGUIENTE

En su mundo, salió a toda velocidad de su cuarto, por lo que chocó con su «querida» madrastra, quien también tenía una evidente expresión de malhumor, en el pasillo.

Tras regalarse una mirada de odio mutuo, esta última tuvo la intención de seguir su camino, pero ni bien dar un paso, pudo jurar que su maleta se había enganchado a su ropa. Preguntándose mentalmente por qué cosas así sucedían justo cuando eres más furia que persona, comenzó a tirar con suma brusquedad para “liberarla”, sin darse cuenta que realmente era su «querida» hijastra quien tenía el equipaje sujeto por el mango.

Hubo un pequeño forcejeo, que acabó con la rubia consiguiendo apoderarse de la maleta y golpearla con esta tras las piernas utilizando una fuerza descomunal, al grado que Ana Rosa se tropezó y cayó.

Para fortuna suya, ubicó sus palmas en el suelo a tiempo para no lastimarse. Levantó la cabeza hacia Mathilda, apretando los dientes en señal de furia mayor, y la asesinó con los ojos.

—¿Cuál es tu problema, escuincla? Fíjate por dónde caminas.

—Algo parecido te digo yo a ti. —se inclinó sutilmente hacia ella. —Fíjate por dónde te metes, maldita. Y quédate en el suelo, que es allí donde perteneces.

—No te hagas la sabionda conmigo, ah, Mathilda. No vaya a ser que me de por enseñarte con quién te estás metiendo.

—Aquí la que siempre se ha metido con quien no debía desde que se arrimó en esta casa, eres tú. De verdad ni pienses que puedes asustarme, lamesuelos; mejor, empieza a temblar porque juro que no voy a descansar hasta dejarte masticando tierrita. —sonrió, amenazante.

—¡Maldita mocosa!

—Vale, lo que tú digas. —soltó mientras daba media vuelta y seguía su camino.

—¡No sabes cómo me hubiera gustado que realmente te fueras con La Huesuda en ese accidente! —gritó, mirando hacia el punto en el que la hija de Marité había estado como si siguiese ahí.

Conchita subió, segundos después, queriendo ir a acomodar ropa, que Mathilda había ordenado que le lavaran, en sus cajones y toallas en su baño.

—¿Doña Ana Rosa? ¿Se encuentra bien? —preguntó, observándola, extrañada.

Ella se miró y recién ahí se dio cuenta de que (inconscientemente) había hecho lo que Mathilda quería: quedarse en el suelo donde pertenecía.

—¡Sí! —se paró de malas maneras, sacudiéndose la ropa. —Solo que tu niñita vino y, así nomás, me metió el pie para que me cayera. Eso sí, que ni sueñe que no se la voy a cobrar.

Sin más, se alejó ante una Conchita que estaba haciendo todo por contener la risa.

La puerta de su cuarto se abrió de manera tan violenta, que Gustavo miró hacia esta, confundido.

—¿Ana Rosa? ¿No habías dicho que llegabas de México en la noche? —su entrecejo fruncido.

—Así era, pero fui a lo que te dije que iba, hice todo por arreglarlo rápido y no quise quedarme más tiempo. —algo acelerada, dejó su maleta y su cartera junto a la cama. Acto seguido, se puso a caminar de un lado a otro en un intento de manejar la rabia.

—¿Entonces sí pudiste dar con Antonia?

—¡NO! —descruzó los brazos bruscamente, sus ojos apretados. —Volví a buscarla en su departamento, en su antiguo trabajo y en todos los lugares que frecuentábamos y nada. Incluso, vi a alguien súper parecida y me le acerqué, pero resulta que no era ella.

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⏰ Última actualización: Oct 08 ⏰

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