34. INESPERADO

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Se levantó rápidamente de la cama. Ver sus ojos enrojecidos la llevó a correr la mirada.

—P... perdona, pensé que seguirías trabajando y por eso aproveché para venir ahorita. No quise invadirte.

—No pasa nada. Estaba; solo vine a recoger unas cosas para llevarme, no me estás invadiendo. —fue a tomar un bolso que estaba en una esquina del cuarto.

—¿Cómo así? ¿Te vas a ir? —sin entender, lo siguió con la mirada.

—Bueno, ni modo que te diga que te vayas, ¿o sí? —realizaba cada movimiento como quien no quiere la cosa, evitando a toda costa esos ojos profundos.

—¿Por qué “ni modo”, si esto es tuyo?

—No te voy a decir que te vayas. Simplemente, no lo voy a hacer y ya. —ahí, caminó hacia la mesa de noche, pasando por su lado, y se inclinó a tomar su celular.

—Diego...—algo agitada, lo agarró del brazo y lo levantó, para después agarrarle la cara y besarlo.

En un principio, se dejó llevar, hasta que segundos después, fue inevitable que la razón se antepusiera al corazón y volvió en sí.

—Arya… no. —le tomó las manos y se las sacó de la cara. —No.

La administradora vio cómo empezaba a bajarle las manos, pero no se las soltaba en ningún momento. Inconsciente o no, seguía sosteniéndolas delicadamente entre las suyas.

—P… perdona. Solamente necesitaba que supieras que NUNCA te mentí en lo que sentía. Nunca.

—No más. POR FAVOR, ¿ya? A estas alturas no tiene caso. —negó con la cabeza, su pecho subiendo y bajando algo acelerado.

—Dime que no pasó nada en el aeropuerto. —dijo, tras unos segundos. —Dime que lo de nosotros no partió ese día, cuando ni siquiera sabíamos nuestros nombres. Diego, sabes bien que eso no evitó absolutamente nada.

—Puede ser...

—¡¿Y entonces qué cambió?!

—¡Todo cambió! ¡Todo! Porque después me engañaste. Igual me engañaste, tu mentira está ahí, y esa no se va a borrar.

Ella sabía que no tenía cómo contradecir ese hecho, por lo que su valor empezó a flaquear.

—Aunque sea espero que algún día te propongas perdonarme. Y no para volver a creer en mí ni mucho menos para que me des un chance, sino por ti. Porque eres un hombre increíble y no sería justo que te condenes a vivir lleno de rabia y rencor. Eres mucho más que eso y te mereces toda la felicidad de la vida. —expresó, sintiéndolo en carne viva, pero sin poder mirarlo del todo.

—Tranquila. No necesitas cuidarme tanto. —sarcástico. —A donde tengo que volver ahorita es al rancho porque hay bastante trabajo que hacer. Vengo a recoger mis cosas después. —procedió a salir.

—Espérate.

El ingeniero se detuvo enseguida, sin dignarse a mirarla de primeras.

—¿Qué? —se giró de golpe, sus ojos yendo a todos lados, menos a ella.

—¿En verdad te irías de tu propia casa solamente porque no quieres decirme a mí que me vaya?

—Mhm, por eso y para no verte la cara también, por supuesto que sí. —se remordía los labios.

La administradora se quedó viéndolo, rota por dentro. Terminó tragando fuerte y asintiendo con poca firmeza.

—No necesitas hacer eso. Soy yo la que vino a llevarse sus cosas.

Impropia PielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora