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El resto de la semana se me hizo eterno, pero por fin había llegado el sábado. Me quedé hasta las diez y media metido en la cama, tratando de dormir. Desde el accidente, los oídos me pitan y eso me molesta toda la noche, impidiendo dejarme descansar. La música ya no puede callarlo. Decidí abandonar mi cómodo colchón ortopédico y mis numerosos edredones térmicos cuando escuché la voz de un desconocido en el salón. Me arrastré hasta mi silla y, milagrosamente, conseguí sentarme tras muchos intentos. Mi teléfono vibró, así que lo cogí para revisar los mensajes. Siete de un mismo chat. Mi bandeja de entrada siempre estaba vacía, al menos desde que decidimos mudarnos para dejar al Burst normal en su ciudad, con sus amigos y su equipo de baloncesto. Lancé el móvil contra la pared al ver que eran de Allen. No sé por qué lo hice, supongo que me puse nervioso. ¿Qué me habría mandado? La curiosidad me mataba. Recuperé el dispositivo y abrí el chat.

Allen❤️:
*Foto📷*
*Foto📷*
*Foto📷*
*Foto📷*
*Foto📷*
Te mando las fotos en las que salgo un poco decente.
Por cierto, ¿tienes algo que hacer el domingo?
10:35 a.m. ✓✓

Gracias por mandarme las fotos. No tengo nada que hacer el domingo a parte de acompañar a mi abuela a misa, creo. Ya sabes que tengo mucho tiempo libre.
Y sales guapa en todas <3.
10:37 a.m. Enviado⏱️

Tuve una lucha interna sobre si enviarle aquel mensaje o no. Al final me decidí por pulsar el botón del avión de papel y apagar el móvil otra vez. Lo dejé sobre la cama y fui hasta el salón, ayudándome de los fríos aros de empuje. Encontré a mis padres sentados en el gran salón junto a un hombre trajeado. Los tres se levantaron al verme.

—Buenos días —dije, yendo directamente a la cocina. Me moría de hambre.

—Cielo —me llamó mamá—. Ven un momento, por favor.

Los miré extrañado y me acerqué, desviando mi trayectoria. El hombre me extendió la mano en un acto formal. No se la di.

—Soy el doctor Shawn, del hospital privado Goodview —se presentó—. Estamos interesados en tu caso, por eso quiero proponerte algo.

—Sé lo que vas a decir —interrumpí—. No pienso dejar que me amputen las piernas.

—Pero con las prótesis tan modernas que hay ahora, podrás volver a caminar —insistió.

—Al menos piénsalo, cielo. Por favor.

—He dicho que no. Sobreviví a una jodida explosión, mamá. No me quedé sin las piernas de milagro ¿y ahora quieres que me las quiten? —fruncí el ceño. Nunca le había respondido así a mi madre.

—Es por tu bien, cielo.

—Hazle caso a tu madre —me regañó papá.

—Ellos tienen razón, Burst. Solo necesitamos tu consentimiento para realizar la operación y...-

—¡He dicho que no! —repetí, interrumpiendo de nuevo y no solo eso, sino que grité tan alto que la abuela salió de su habitación, adormilada y molesta porque la desperté.

—Les recomendaré un psicólogo, seguro que si recibe la atención adecuada entrará en razón —sacó una tarjeta de su bolsillo y escribió un número.

—Oh, venga ya —rodé los ojos—. No voy a ir a un psicólogo, estoy bien. Él solo os quiere convencer para sacaros todo el dinero que pueda.

—¿De dónde has sacado ese carácter, hijo? —papá parecía irritado por mi comportamiento—. Tú antes no eras así, ¿es que se te está yendo la cabeza? No puedes hablarnos así.

—Tienes razón, no soy como antes. Ahora necesito atención siempre, ¿no? Debe ser agotador empezar a preocuparse por tu único hijo cuando le has comprado regalos durante toda su vida en vez de cuidarle —sin decir más, volví a mi habitación.

Mi madre nunca tuvo que preocuparse por el dinero y me educaba como lo hicieron con ella. Creen que el dinero puede comprar paseos en el parque, que te recojan de la escuela o acudan a una obra de teatro, un partido o que estén presentes el día de tu cumpleaños. A papá no le importa nada, él apoya a mamá diga lo que diga. Y la abuela... bueno, es la abuela. Cuando ocurrió el accidente, se vieron obligados a prestarme atención y cuidarme. No me gusta el trato especial por lástima, no importa cuantas veces lo repita, no voy a cambiar de opinión. Operación tras operación, hospital tras hospital y tratamiento del más caro al del precio más demente. Solo eran números, solo eran cifras.

D̶i̶s̶capacitadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora