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El sábado no vi a Allen, ni siquiera me mandó un solo mensaje. Supuse que estaría ocupada o trabajando, así que no la molesté. Ya a domingo, mamá estaba ocupadísima viendo tutoriales en internet y recetas de pasteles. Mi cumpleaños sería el lunes, el día siguiente, y era el primero en el que iba a estar presente. Por mi parte, no estaba nada emocionado. Mi cabeza estaba en otro mundo, en uno lleno de preguntas y líos mentales. Me preguntaba si sería buena idea ir a la fiesta del club de baloncesto, si la operación sería pronto, si Allen quería ser mi novia. Muchas cosas por las que estresarme. También estaba un poquito preocupado por Tasha, aunque era mayor el miedo a que Allen tuviera que asumir consecuencias legales por ello y no una expulsión o sanción académica. ¿Estaría el resto del curso sin verla en clase?

—¿Prefieres la tarta de chocolate o de nata, cielo?

—Como tú quieras, mamá —me limité a responder, tratando de no alejarme demasiado de mi mundo de pensamientos.

—Invitaré a tu tía Greta, ¿vale? Hace tiempo que quiere verte.

—Vale.

—¿De qué color quieres los globos?

—Del que sea.

—¿Va a venir Allen?

¿Va a venir Allen?

—No lo sé —confesé, dejando que mi frente chocara contra la mesita de la cocina.

—Pues pregúntale si quiere venir, cielo.

Hola, ¿quieres venir a mi cumpleaños?

No. Borrar.

¿Qué hay?

No. Borrar.

¿Tienes algo que hacer el lunes?

No, no, no. Borrar.

Voy a celebrar mi cumpleaños el lunes, ¿quieres venir?

No lo pienses, no lo pienses. Enviar.

Allen❤️ conectada última vez ayer a las 4:54 a.m.

—¿Qué quieres de regalo, cielo? He pensado en un par de cosas pero acepto sugerencias.

—No hace falta que me regales nada, mamá.

Allen❤️:
Sal, estoy en tu porche.
11:37 a.m. ✓✓

Miré el mensaje con cierta duda. ¿Qué hacía en mi porche a estas horas, un domingo y sin avisarme de que iba a venir? Bueno, la verdad es que siempre me espero algo así de su parte. Usé los aros de empuje, que estaban tan fríos como habitualmente, y salí de la casa, diciéndole a mamá que iba un segundo fuera mientras cruzaba la puerta de la calle. Allen estaba en pijama, sentada en los azulejos pintados tan cuidadosamente como había hecho un hombre que contrató mamá. Se levantó al escuchar como la puerta se abría y vino a abrazarme.

—Hola, cariño —se separó y sonrió con despreocupación—. ¿Qué tal estás?

—Bien —respondí con los ojos muy abiertos—. ¿Ha pasado algo?

—No —no sonó nada sincera—. ¿Por qué tiene que pasarme algo para venir a verte?

—No, no me refería a eso —aclaré, apresurado.

—Solo bromeaba —me dio un beso corto—. ¿Quieres ir por ahí? He traído a Amélie.

—Claro, voy a avisar a mi madre —abrí la puerta y, como si la hubiera invocado, estaba allí parada, con la oreja pegada a la madera.

D̶i̶s̶capacitadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora