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—¿Un siete? Nunca he sacado una nota tan alta —comentó, leyendo mi examen de filosofía mientras subía las escaleras.

—Allen —llamé.

—¿Sí? —se giró a verme desde arriba—. Oh, claro.

Aunque la rampa era útil y práctica, me costaba subirla y hacerlo yo solo suponía un peligro que no estábamos dispuestos a correr. Allen bajó los escalones de dos en dos y agarró las empuñaduras para tirar de mí. Ya en la cima, frente a la puerta del conserje –es decir, nuestro escondite secreto– la pelinegra se detuvo un momento, como si recordase algo. Desde que supo lo de la operación no lo había vuelto a comentar, lo que me hacía sentir más cómodo.

—Burst, querido, tengo una cosita para ti.

La curiosidad me inundó por completo. ¿Qué sería? La miré, incapaz de retener las ganas por saber lo que era, mientras abría la puerta con una de sus llaves azules. Agarró el llavero de tiburón y sacó, después de varios intentos, una llave idéntica a la elegida.

—Burst Cab, le hago entrega del artilugio sagrado que abre las puertas del paraíso —se arrodilló, dándole dramatismo—. ¿Podrás soportar la responsabilidad?

—Sí, delo por hecho, Allen Hesley —sonreí, aceptando el obsequio.

Aquella insignificante copia de llave me resultó un mundo. Me hacía sentir más merecedor de ese lugar sagrado que Allen había construido para ella y que ahora quería compartir conmigo. No era un extraño en nuestra propia casa, si se puede decir así.

—He pensado que, si algún día no vengo, no podrías subir aquí —dijo, guardando el resto en su bolsillo—. Es de los dos, no sólo mío, así que es lo mejor.

—Gracias.

Me sonrió, solamente, pero pude ver mucho en su gesto.

—¿Quieres salir conmigo este viernes? —preguntó, de golpe, cogiéndome en brazos sin avisar.

—Este viernes... Sí, me viene bien. ¿Adónde iremos?

—Quiero ir a ver los tiburones blancos al acuario de Lostlive, pero no sé si tú también quieres, por eso el sitio no está elegido del todo. Podríamos ir a dónde tú quisieses, ya he elegido yo el lugar de las otras dos citas.

—Me encantaría ir a ver a los tiburones contigo.

—¡Genial! —me sentó entre los cojines, puesto que seguía alzado—. Voy a descargar las entradas ahora mismo.

Durante su pelea con la página web para conseguir entradas, estuve pensando en todo y nada al mismo tiempo. Pensé en la operación y en cuándo sería. ¿Podría pasar el verano antes de perder las piernas? Si lo hacía, ¿moriría en el intento? Pensé en Allen y en lo mucho que la quería. ¿Podría estar con ella para siempre? Si lo hacía, ¿se cansaría de mí en el intento?

—Listo —apagó la pantalla del móvil y se dejó caer hacia atrás—. Tenemos entradas para el viernes, de cinco a ocho de la tarde. He mirado los espectáculos y hay de delfines entrenados, de medusas que brillan en la oscuridad y de peces de colores que saben saltar en aros. Los tiburones tienen toda una sección y hay visita guiada, en la que te cuentan lo básico sobre ellos, su ecosistema y su estilo de vida.

—Me gustan los delfines.

—¿Sabes que los delfines machos suelen realizar violaciones grupales? Acorralan a la hembra y copulan por turnos. En caso ella trate de huir la maltratan en manada golpeándola con sus colas —contó—. Hacen esto durante varias semanas.

—Qué perturbador —abrí los ojos, horrorizado—. No me cuentes más.

—Vale, vale —se rio, girándose para abrazarme—. Podemos ir vestidos de tiburones, sería increíble.

Su brazo izquierdo me rodeó por la cintura, mientras que el derecho, que estaba en la misma posición, evitaba tocarme demasiado.

—No sé si conseguiré un disfraz para el viernes —confesé—. En cuanto le diga a mis padres que necesito uno van a reírse de mí o a tomarme por un loco.

—¿Por qué tienes que decírselo?

—Porque son mis padres, tienen que saber en qué me gasto el dinero.

—Mi madre ni siquiera sabe qué hace con el dinero ella misma, no le interesa en qué me lo gaste yo —admitió, en una risita—. Allison se pule el sueldo en maquillaje para practicar y nadie le dice nada.

—¿Allison trabaja?

—Tú mismo nos viste trabajar en la cafetería. Puede que sea nuestra madre, pero por encima de eso es la dueña del local en el que trabajamos.

—Pensaba que era por ayudar.

—Si tuviera opción de ayudar a mi madre en algo, no lo haría. Trabajo en «Anne's café» porque me pagan, sino me quedaría toda la tarde en mi cuarto, esperando a que se acabase el día.

La madre de Allen, Anne, no parecía ser del tipo de mujer que lo daría todo por sus hijas, pero no la conocía, no podía decidir si me parecía buena persona o no. Allen había comentado en algunas ocasiones que está un poco ida, que a veces ni siquiera las reconocía y que tenía ataques de ira frecuentes y violentos. Me asustaba que Allen estuviera ahí cuando eso ocurría. Me asustaba que ella y Allison pudieran salir heridas.

—¿Por qué hablamos de mi madre? Vamos con cosas más importantes —acunó mis mejillas entre sus manos para darme un beso.

Su tacto, suave y cálido. Su tacto, frío y rígido.

D̶i̶s̶capacitadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora