43: Cuarto día

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Narra Allen Hesley.

Sabía que mañana tendría que subirme a un autobús que me alejaría de mi hermana, de mi padre, de mi vida y de Burst. ¿Quién le daría de comer a mi ratón si no estaba yo? ¿Quién le quitaría el polvo a mis libros y a mi guitarra? ¿Quién sacaría a Amélie a pasear? ¡Nadie excepto yo! Es por eso y muchas más razones que sabía que no debía irme. ¿Y qué pasaría con Burst? ¡No quiero separarme de él!

—¿Estás preparada? —me preguntó Noland, entrando en mi habitación.

—No —suspiré, cerrando las maletas—. No quiero irme.

—Lo sé, Allen —murmuró, agachándose a mi altura—. Escúchame, ¿vale? Yo tampoco quiero que te vayas y no tienes por qué hacerlo. Puedo convencer a tu madre de que te quedes, de que ella se quede. Esto no es necesario.

—Puede salir del psiquiátrico cuando quiera, es libre de volver a casa como si estuviera bien —me levanté, sujetando el asa de la maleta blanca, en la que llevaba la mitad de mi ropa—. Tenemos un trato y, aunque no me guste, es lo mejor para ella.

—Entiendo que te preocupes por tu madre, yo también lo hago. Tienes que entender que lo primero eres tú, Allen. Tienes que hacer lo que tú quieras, no lo que te digan los demás.

—A estas alturas, lo que yo decida no vale para nada —dije.

Trataba de sonar lo más seria y despreocupada posible para evitar ponerme a llorar ahí mismo, delante suya. No quería romperme.

—Es cierto... —sonrió con tristeza—. No creo que podamos hacer algo al respecto, pero podemos intentarlo.

—Ya lo he aceptado —me encogí de hombros—. El tiempo pasará rápido, son solo unos meses. Molestaré tanto que me mandarán a casa de una patada.

Ambos nos reímos.

—Espero que te den esa patada pronto —me revolvió el pelo como a una niña pequeña—. Mañana te llevo yo, si a Amélie no le molesta, claro.

—Seguro que le gustará que conduzcas tú —lo abracé con fuerza—. Cuida de ella y sácala a pasear de vez en cuando, por favor.

—La cuidaré como a mi tercera hija —aseguró, rodeándome con sus brazos.

—Y dale de comer a mi ratón.

—Está en buenas manos.

—Gracias, papá.

Nos separamos y me ayudó a terminar de guardar mis cosas. No llevaría mucho: la ropa necesaria para una semana –tendría que lavarla y deduje que sería de forma manual–, algunas cosas de aseo y un MP3 con los auriculares nuevos de mi móvil. Noland y yo habíamos quedado en que me mandaría un libro por semana para que no estuviera aburrida por las noches o en los ratos libres. Encendí el móvil cuando lo sentí vibrar en el bolsillo de mi pantalón vaquero. Sonreí al leerlo desde la pantalla de bloqueo.

Mi amor❤️:
Quiero verte. ¿Podemos quedar?
11:20 a.m. ✓✓

—Noland, voy a salir —avisé, mirándolo desde el marco de la puerta de la cocina.

—¿Vendrás a comer? —se giró para verme, sujetando una sartén.

Me reí al ver el delantal rosa que llevaba.

—«La cocinera número uno de la casa» —leí, con diversión—. Suena a provocación. ¿Acaso quieres quitarme el puesto?

—Siento decirte esto, hija, pero siempre he sido la mejor cocinera de por aquí —se burló, dejando la sartén sobre la encimera.

D̶i̶s̶capacitadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora