Me dolía la cabeza y la espalda, el oído hacía un ruido insoportable, como un pitido, el frío me calaba los huesos y no había podido dormir en toda la noche. Sí, era un día horrible. O al menos lo fue hasta que recibí un mensaje de Allen y logró alegrarme y que mi cuerpo se olvidara del malestar.
Allen❤️:
Ya saliste del hospital, ¿verdad? ¿Estás en casa?
13:30 p.m. ✓✓Sí, estoy en casa. Mañana voy a clase, estoy un poco mejor.
13:31 p.m. ✓✓Allen❤️:
Paso a recogerte en veinte minutos.
13:31 p.m. ✓✓No pude reprimir una sonrisa. Verla es justo lo que necesitaba. No tardé en arrastrarme hasta subirme a la silla de ruedas y rebuscar en mi armario. Papá me ayudó a sentarme en el asiento de la ducha y a salir después. Mientras terminaba de vestirme, escuché el timbre. Me apresuré y papá me subió a la silla. Me lavé los dientes por cuarta vez en el día y me peiné. Seguro que ya llevaba cinco minutos esperando. Salí del baño ya arreglado y la encontré sentada en la mesa, hablando con mi madre animadamente. Se puso en pie al verme. En la mesa de mantel verde habían tres tazas de té y un ramo de hortensias con un bonito envoltorio rosa. Me sorprendió que vistiera algo como unos vaqueros azules, una camiseta blanca con una moto antigua que no pude identificar y una chaqueta negra abierta. Esto de los vehículos y sus marcas se me da fatal. Aunque no era para nada su estilo de siempre, estaba preciosa.
—Cielo, ¿por qué no me habías dicho que iba a venir tu amiguita a casa? Le hubieras preguntado qué quería comer y lo preparaba —hizo énfasis en «amiguita» mientras me guiñaba un ojo.
Mis mejillas se encendieron.
—No se moleste —intervino Allen—. Venía a buscar a Burst para ir a comer juntos.
—¿En serio? —abrió los ojos, sonriendo—. Pues pasarlo muy bien. Y, querida, ven cuando quieras.
—Muchas gracias, Janet —sonrió.
—Voy a poner esto en agua —mamá cogió el ramo y se levantó—. Te agradezco mucho el detalle, preciosa.
Salimos de casa después de despedirnos de mi familia. Incluso la abuela me dijo adiós de forma amble, lo cual era un milagro. No sabía adónde íbamos a ir, pero no me importaba siempre que fuera con ella.
—Le has comprado flores a mi madre, lo que significa que ya la has enamorado del todo —dije, rompiendo el silencio.
Era difícil moverme entre los restos de nieve que ahora eran hielo debido a los repentinos cambios de temperatura, ya que las ruedas se escurrían por mi poco control. Al notar esto, Allen se puso detrás mía para llevarme.
—En realidad eran para ti —confesó.
—¿Me has traído flores? —no pude evitar sonreír.
—Pensé que te gustarían.
—Y me gustan, no tanto como tú, pero casi igual —dije, divertido.
—¿El amor que sientes por mí pueden igualarlo unas flores? —se hizo la ofendida, actuando—. Me haces daño, Burst.
—En mi defensa diré que nunca besaría a un ramo de flores —alcé los brazos en símbolo de inocencia.
—Ese argumento no me vale, yo beso a mis peluches de tiburones.
Quise creer que era broma. Aunque, bueno, yo abrazaba al balón antes de un tiro libre para que me diera buena suerte.
—Te quiero a ti, solo a ti —murmuré, con la cara ardiendo.
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D̶i̶s̶capacitados
Roman d'amourBurst, un chico de diecisiete años con una vida aparentemente perfecta, sufre un brutal accidente que lo deja en silla de ruedas. Sin creer tener un lugar en el mundo ahora que no es como antes, se encierra en casa para no ir a clase, perdiendo los...