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Volví a casa sin ganas para poder ponerme ropa en condiciones antes de las siete. Esperé impaciente las cuatro horas que quedaban. Había comido en la cafetería gracias a que Allen y Allison pusieron parte de su paga para ello. Les dije que no una y mil veces, pero me había dejado la cartera y quedamos en que les devolvería todo, hasta el último y diminuto centavo. Pasaban los minutos y me preguntaba millones de cosas. ¿Era una cita? ¿De verdad le gustaba? ¿Cómo iría vestida? Era obvio que iríamos al cine, porque la cartelera de esta semana eran películas de Marvel y la segunda de Piratas del Caribe. Era la primera vez que iba a un cine. Siempre veíamos películas en la sala de cine de la otra casa, pero ahora sería diferente. Me gustó la idea de que fuera con ella la primera vez. El tiempo voló y casi era la hora esperada. Me preocupaba ir demasiado arreglado, eso sí.

—Cielo... —mamá entró en mi habitación, donde me encontraba yo, con los nervios a flor de piel y mirando la pared gris.

—No quiero hablar contigo, mamá.

Tal vez estaba siendo demasiado duro con ella. «Tienes que hacerte oír incluso si es tu madre».

—Lo siento mucho, cielo. Ya hablé con el doctor Shawn y decliné su oferta. Solo quería decirte que con unas prótesis de último modelo podrías...

—No —interrumpí—. Mi última palabra es no.

—Escúchame, cielo —insistió, agotando mi paciencia—. Te dormirán y no sentirás nada. Te despertarás con piernas nuevas, unas que puedas usar con el tiempo. Encontraremos un equipo de baloncesto en el que te acepten y podríamos volver a nuestra antigua ciudad, Lostlive todavía no tiene por qué quedar en el pasado. Tú naciste y creciste allí.

Señalé la puerta, serio. Ya dije que no diría una palabra más.

—Volverás a tu instituto y con tus amigos, a tu equipo, a tu vida.

—Allí no me queda nada —murmuré, rompiendo mi corto voto de silencio—. Mis amigos me dieron la espalda, el entrenador no dudó en echarme y ya ni siquiera los profesores me miraban igual. Volver ahí no tiene sentido. Ahora tengo lo que necesito, mamá. Me gusta mi instituto nuevo, tengo a Allen, incluso Allison es algo así como una amiga para mí. No tengo equipo, ¿y qué? No me importa quedarme a mirar a mis compañeros jugar en educación física, no estoy solo durante esa hora que debería parecerme desoladora. Es más, me divierto mucho. Tengo tantas cosas que antes no que en cierta parte me alegra haber tenido ese accidente.

Podría haber sido el caprichoso destino el que me metiese en la vida de Allen o tal vez no. Solo podía agradecer mi condición por si acaso.

—¿Y sabes qué? —miré la hora en el móvil—. Ya casi llega Allen a recogerme, porque me gusta, me gusta mucho y tenemos una cita.

Haber confesado aquello en voz alta resultó un alivio. Sí, me gustaba. Quizá ya lo sabía y solo quería negarlo. No soy el tipo de chico que se pone nervioso en presencia de una chica y mucho menos se sonroja. Pero ella es como las manchas que te deja el sol cuando lo miras fijamente, por más que parpadeas no se va. No se va de mi cabeza. La cara de mamá no tenía precio, parecía no creerse mi confesión. Miré la pantalla y sonreí.

Allen❤️:
Estoy en la puerta de tu casa.
18:59 p.m. ✓✓

—Adiós, mamá.

Tras abandonar la casa, me reuní con Allen, que estaba apoyada sobre la barandilla del porche. Llevaba un vestido negro hasta las rodillas, botas negras altas, medias del mismo color cubriendo sus piernas y una sudadera de cremallera abierta, también negra. El pelo lo llevaba recogido en una trenza puesta en el lado derecho y traía el guante de siempre, solo que el de hoy era más oscuro y no de lana, sino de tela. No podía apartar la vista por más que lo intentase. Estaba preciosa, más que de costumbre. Tragué saliva, sintiendo que mis mejillas se prendían en llamas. En su comparación, éramos un mortal y la diosa griega de la belleza. Yo vestía un polo blanco, con una chaqueta azul marino y unos pantalones de ese color. Y me preocupaba por ir elegante...

—Estás... —intenté hablar—... increíblemente increíble...

—Puedo decir lo mismo —sonrió—. Pensé que no podías estar más guapo que en uniforme.

¿Alguien sabe cómo se respira?

—¿Nos vamos? —preguntó, con una sonrisa coqueta.

—S-Sí.

De camino al cine, todos los que nos veían en la calle se quedaban maravillados mirándola. Un chico de más o menos nuestra edad se acercó a pedirle su número en la puerta del gran edificio que decía «Cinema».

—¿Podrías darme tu número de teléfono? —pidió, ruborizado.

—No —dijo, amable—. Supongo que no te habrás dado cuenta, pero vengo con mi novio y no estoy interesada en nadie que no sea él.

Sentí mis manos temblar. ¿Su novio? ¿No está interesada en nadie que no sea yo? Creo que voy a desmayarme. Se quedó allí, estático, mientras que Allen ideaba la forma de subir la silla por los pocos escalones que habían.

—¿Necesitas ayuda? —el mismo chico apareció de nuevo. Lo miré mal, seguro que me tiraba al suelo—. Tranquilo, amigo, sé reconocer una derrota —agarró la parte de abajo de la silla y Allen la de arriba hasta llegar a la puerta—. Cuídala bien, no hay muchas así, tiene algo especial.

Asentí con la cabeza.

—Gracias —agradecimos los dos a la vez.

—No hay de qué —agitó su mano como despedida.

No era mal tipo.

—No sabía que éramos novios —dije, mientras ella dejaba las entradas que ya habría comprado con antelación delante del hombre de la taquilla.

Tuve que pillarla desprevenida porque su rostro se decoró de un rosa intenso.

—Siento si te ha molestado que dijera eso —se limitó a contestar—. ¿Quieres las palomitas con o sin mantequilla?

—Como tú las prefieras, y no, no me ha molestado.

—Con mantequilla entonces, te van a encantar las de este sitio.

—Tengo que daros asientos en la última fila, hay más espacio y podréis meter la silla de ruedas con más facilidad. Tenemos un elevador salvaescaleras recién instalado, así que los escalones no serán un problema —informó el taquillero, dejando el cubo de palomitas delante de Allen.

—Qué moderno se ha vuelto el cine, el mes pasado no había.

¿El mes pasado? ¿Será que viene mucho? Cogió el bote, le dio las gracias y fuimos hasta la sala. Todavía faltaban diez minutos para que empezara, por lo que veríamos todos los trailers de otras películas. Allen dejó el bote en el suelo para cogerme en brazos y sentarme en aquella máquina. Al hacerlo, su mano rozó lo que no era mi pierna y no pude evitar volver a ponerme rojo como un tomate. Mientras subía, vi como cerraba la silla y pisaba los peldaños con cautela, evitando caerse debido a la poca visión que le daba subir con ella. Una vez ambos arriba, volvió a cargarme como una princesa y me sentó en la butaca seleccionada. Bajó a por sus adoradas palomitas –las cuales tuvo que dejar en el suelo– y se sentó a mi lado.

—Siento que tengas que hacer todo esto solo para venir al cine conmigo —me disculpé. Tal vez me veía como una carga.

—Vale la pena si es para estar contigo —aseguró, agarrando mi mano.

—¿Esto... es una cita? —me atreví a preguntar.

—Era mi intención, pero solo lo es si quieres que lo sea.

¡Si me sigue latiendo el corazón así de rápido se me va a salir del pecho!

—Sí que quiero —susurré. Ella sonrió a modo de respuesta.

Un trailer tras otro y por fin empezó la película. Estuve atento en la parte que más interesante me pareció, ya que el resto fue un poco rollo. Había visto esa película más de quince veces. Miré de reojo a Allen y vi que estaba apoyada sobre su puño, mirándome fijamente, sonriente. Me puse nervioso y volví a mirar la gran pantalla. Percibí una risita suya, por lo que habría notado mis acciones.

—La peli empezó hace rato —dije, en un susurro.

—Me gustas más que la película.

D̶i̶s̶capacitadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora