Me sentía fatal por todo lo que les había dicho a mis padres y a la abuela. No me arrepentía de haberlo hecho, porque ya me sentía mejor. Me revolví en la camilla toda la mañana siguiente, deseando volver a la cama o ir a clase con Allen. No podía mentir: me dolía cada centímetro del cuerpo que podía sentir. El frío de febrero entró aquel día, el uno, el primero. Las ventanas abiertas dejaban que una brisa helada azotara las cortinas blancas y entrase sin remordimientos a la habitación. Mis manos se dirigieron a mis piernas, a mis rodillas, concretamente. Era espeluznante sólo sentir el tacto de mi piel en la mano.
—Buenos días, Brust —entró una mujer con una bata azul—. ¿Qué tal te encuentras?
—Es Burst —corregí—. Mal, me encuentro fatal.
—¿Podrías especificar? —sacó unos guantes de látex del mismo color que su ropa y se los puso mientras me miraba.
—Me duele el cuerpo —dije, siendo de todo menos específico—. No sabría decir dónde.
—¿Es un dolor punzante, uno que arde?
—Es más como una presión en los músculos.
—¿Seguro?
—Seguro.
—¿Cómo calificarías esa presión del 1 al 10?
—Un ocho, creo. Duele pero puedo aguantarlo.
—Voy a ir a por tu médico asignado, ¿vale? —pareció tener prisa en salir, ya que desapareció en cuestión de segundos.
«Podría quedar completamente parapléjico». «Si no se amputan ambas piernas podría suponer un problema para el resto del cuerpo». «Podría morir o quedar en estado vegetal». Me aterraba cada una de esas ideas. Pasaron los minutos y el doctor no llegaba. Saqué mi teléfono móvil, deseando ver un mensaje de Allen en la pantalla.
Allen❤️:
Buenos días, Burst.
Supongo que estás en el hospital o muy ocupado como para no venir a clase.
El dinosaurio no ha venido y nos han llevado al gimnasio a jugar.
Sólo te escribo para recordarte que te quiero y para que sepas que a las 11:30 estaré allí para que desayunemos juntos.
Besitos.
9:45 a.m. ✓✓Miré la hora y no pude contener la emoción. Las once y cuarto. Sólo quince minutos para verla cruzar la puerta blanca de la habitación.
—Burst, tenemos que hablar —entró el doctor, serio, preocupado—. Tu condición actual es... extraña. Es muy similar a la esclerosis lateral amiotrófica, pero no se trata de eso. Las neuronas motoras y sensitivas mueren rápidamente según los resultados de las pruebas y tenemos la certeza de que esto puede pararse.
—¿Qué pasará si me niego? —interrumpí.
—Lo más probable es que pierdas la movilidad completa en todas las extremidades y podría acabar muy mal —apretó los labios—. No trato de convencerte de aceptar la operación, que quede claro que respeto tu habilidad para tomar decisiones y que es importante lo que tú elijas...
—Lo haré.
—¿Estás seguro? ¿No vas a pensarlo más?
—Lo haré si eso va a impedir que se haga peor.
—Traeré el consentimiento —se mordió el labio inferior. No debería afectarle tanto.
El destino había querido que pasara, ¿no? Aunque mis piernas hubieran permanecido en mi cuerpo durante y después de la explosión, era necesario amputarlas. No quería pensar mucho en el hecho de quedarme sin ellas. En unos días despertaría y ya no las tendría.
Allen❤️:
¿Te gusta el bizcocho de yogur?
11:17 a.m. ✓✓Sí.
Oye, Allen, tengo algo que contarte.
11:17 a.m.En línea.
Última vez a las 11:17.
Se desconectó de repente. Suspiré, sintiendo mis ojos cristalizarse. Desde luego, no llevaba un buen día.
—Malditas escaleras —se quejó, agarrándose del marco de la puerta para entrar—. Hola, cariño. ¿Sabías que el único ascensor de la planta está averiado? He tenido que subir los seis pisos porque una enfermera se ha negado a dejarme subir al de personal autorizado.
—Me alegra verte —confesé, limpiándome las lágrimas antes de que salieran.
—¿Qué te pasa? —se acercó de inmediato, dejando su mochila en el suelo—. ¿Te encuentras mal?
—Tengo algo que decirte, Allen.
—¿No le gusto? ¿Hay otra? —más que hablarme a mí, pensaba en voz alta.
—Sí que me gustas y no hay nadie más que tú —aclaré.
—Ah, ¿lo he dicho en alto?
—Ya traigo el documento —entró el médico—. No estamos en horarios de visitas, señorita.
—Mi padre trabaja aquí, es Noland, neurocirujano jefe —sonrió como un ángel—. No quiero causarles molestias, solo quería ver el estado de mi novio.
—Oh, claro, el señor Noland —abrió los ojos con sorpresa—. Disculpe, señorita, no sabía que era hija suya.
Los ojos de felino de Allen delataron que no estaba siendo sincera, al menos no del todo.
—Me llamo Allen Hesley, encantada.
—Hesley, sí, ahora sí que te reconozco —se mostró sonriente—. Antes era compañero de Noland y seguimos quedando para almorzar con los demás cirujanos. Habla mucho de ti y de tu hermana... ¿Allison?
—Sí.
No entendía nada.
—¿Qué es el documento? —le quitó el archivo de papel blanco amarillento.
—Es el consentimiento para una operación —respondió, mostrándose amable con ella.
—¿Operación? —repitió, frunciendo el ceño.
—Vamos a tener que amputar las piernas del señorito Burst Cab por su seguridad y salud —confesó, como si fuera un tema cotidiano y sin importancia.
Allen me miró y no supe dónde esconder mi mirada.
—¿Tu madre?
—No, es decisión propia —aclaré—. Quedaré parapléjico completamente si no me operan, quizá algo peor. No quiero, pero no tengo opción.
Su silencio comenzaba a ponerme incómodo, bueno, más bien era su expresión. Estaba preocupada, frustrada, molesta... No sabría describir bien todas las emociones que demostraba.
—Te quiero, Burst —me abrazó, con fuerza, como si fuera a desvanecerme—. Te quiero ahora y te quiero para siempre.
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D̶i̶s̶capacitados
RomanceBurst, un chico de diecisiete años con una vida aparentemente perfecta, sufre un brutal accidente que lo deja en silla de ruedas. Sin creer tener un lugar en el mundo ahora que no es como antes, se encierra en casa para no ir a clase, perdiendo los...