Pasé el resto del día llorando en mi cuarto. Me dolía la cabeza y tenía los ojos hinchados, el pitido en mis oídos no me daba tregua y el frío me calaba los huesos a pesar de el calor que hacía en la habitación. La simple idea de quedarme sin piernas me aterraba. La noche fue igual, nada cambió con el paso de las horas. Mamá intentó hablar conmigo pero me negué una y otra vez. No comí nada al final.
Me desperté con la cara roja y un dolor de cabeza mayor que el del día anterior. Al menos había conseguido dormir, estaba tan cansado que logré conciliar el sueño antes de que fuera de madrugada. Repetí el proceso de cada mañana, intenté sentarme solo en la silla de ruedas y lo conseguí. Ya no necesitaba a mamá para esas cosas a pesar de que solo llevaba tres meses necesitando tales cuidados. Dejé de ir a rehabilitación y a las revisiones. Ya no me gustaban esas largas sesiones en las que te decían lo mismo todo el rato y, cuando no conseguías los resultados que ellos esperaban, te miraban como si fueses un insecto. Si ellos pasaran por lo mismo que yo y otros muchos no se atreverían a juzgar así. Ellos no saben el esfuerzo que supone tratar de ponerse de pie cuando tus piernas no funcionan, cuando no eres normal.
—No quiero que vengas conmigo —se cruzó de brazos, enfadada—. ¡Si ven que mi nieto es un discapacitado seré el hazmerreír de la iglesia!
—Qué buenos cristianos son —puse los ojos en blanco—. De todas formas, no tenía ganas de ir.
—Irás al infierno —aseguró, agarrando su bolso—. Y allí arderás con los de tu calaña.
—Ten cuidado al bajar las escaleras cuando vuelvas, puedes caerte —advertí, pasando por alto su cruel comentario.
Normalmente me habría afectado mucho que me dijera esas barbaridades. En cambio, ya estaba acostumbrado. Y tal vez no era solo la costumbre, también trataba de proyectar el carácter pasota de Allen.
Nuestros nombres son raros a la hora de pronunciar, o eso creo. Allen se pronuncia «Alen» y Burst «Barst», como si la «u» fuera una «a». No entiendo por qué pienso en eso, pero me gusta decir su nombre. Allen, Allen, Allen...
—Cielo, quiero disculparme por lo de ayer. Lo siento mucho, de verdad. No irás al psicólogo si no quieres y eso del Goodview queda olvidado. Por favor, no te enfades conmigo.
—Perdona a tu madre, Burst.
—Voy a prepararme, tengo planes —excusé. Claramente no tenía hasta que Allen volviera a escribirme.
Encendí mi móvil antes de ir a mi cuarto. Dos mensajes nuevos.
Allen❤️. En línea:
Oye, ¿te gustan Los Piratas del Caribe?
3:57 a.m. ✓✓
Es una pregunta estúpida, a todo el mundo le gusta. En fin, responde antes de que sea tarde.
4:12 a.m. ✓✓Siento no haberte contestado a las casi cuatro de la madrugada, estaba durmiendo, como debe ser. Sí, sí que me gusta. ¿Tarde para qué?
11:02 a.m. ✓✓Escribiendo...
Allen❤️:
Paso a recogerte a las siete.
11:03 a.m. ✓✓Parecía no querer seguir «discutiendo» el tema, así que no envié nada más. Ahora tenía un problema grave: no quería seguir en casa hasta las siete. Lo pensé mucho y acabé decidiendo irme a cualquier parte yo solo, a pensar o a lo que sea. Papá tuvo que sentarme en el asiento que habían mandado construir dentro de la ducha porque eso sí que no podía hacerlo solo. Al no poder estar de pie o levantarme, era lo más útil. Me di una ducha rápida y me vestí con dificultad. Volví a la silla y me fui sin decirle nada a mi madre. No quería hablar con ella. No después de lo del médico ese. Crucé la estación de autobuses y por fin llegué a la parte de la ciudad donde estaban todas las tiendas. Allí la gente iba y venía con completa calma aunque llevasen prisa. Era el lugar perfecto para no preocuparse por si la entrevista de trabajo podía salir mal o si el pintalabios te había manchado un poco la barbilla. En mi caso se trataba de que me querían cortar las piernas, pero los problemas son todos diferentes y todos tienen peso. Pasaba cerca de varias cafeterías cuando vi a Allison en la puerta de una. Me sorprendió encontrarla allí.
—¿Burst? —me miró—. ¿Qué haces aquí? ¿Vienes a ver a Allen?
—Estoy dando un paseo —respondí—. ¿Tú por qué estás aquí? ¿Está también Allen?
—Esta es la cafetería de mi madre —explicó—. Allen está dentro, atendiendo a los clientes. Creí que venías a verla.
—No, no nos íbamos a ver hasta las siete —aclaré—. Ni siquiera sabía que vuestra madre tenía una cafetería.
«Anne's Café».
—Pues ahora lo sabes —sonrió—. ¿Quieres pasar? La demente con delantal se alegrará de verte. Y gracias por no delatarme, por cierto. Aunque te merecías la bofetada, no me arrepiento de nada.
Asentí y me ayudó a que las ruedas subieran el pequeño escalón que separaba la calle del establecimiento. El sonido de una campanita sonó, anunciando mi llegada, la de otro cliente. Allen se dio la vuelta, con cara de cansancio, dispuesta a fingir una sonrisa amable y darle la bienvenida a quien fuera que entró por la bonita puerta roja. Su expresión de sorpresa no tenía precio.
—No podías esperar a las siete para verme, ¿a qué no? —apoyó las manos en su cintura, divertida.
—La verdad es que no —me encogí de hombros, siguiéndole el juego.
—¿En qué mesa quiere sentarse, caballero? —sacó una libreta pequeña y un bolígrafo del bolsillo de su delantal beige.
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D̶i̶s̶capacitados
RomanceBurst, un chico de diecisiete años con una vida aparentemente perfecta, sufre un brutal accidente que lo deja en silla de ruedas. Sin creer tener un lugar en el mundo ahora que no es como antes, se encierra en casa para no ir a clase, perdiendo los...