—¿En serio? —abrió los ojos con sorpresa—. ¿Qué dijiste al respecto?
—Le dije que no quería —contesté—. No deberían tomar decisiones tan importantes por mí.
—¡Pues claro que no! Lo único que importa es lo que tú quieras, es tu cuerpo —me dio la razón.
Al final habíamos acabado sentados los dos, charlando. Le había contado lo sucedido el día anterior. Aunque Allison se negó un par de veces, accedió a ocuparse de las comandas mientras que Allen se tomaba un pequeño descanso. No sin antes llamarla holgazana, por supuesto.
—Es la primera vez que le contesto de esa manera a mi madre, a lo mejor fui demasiado grosero con ella.
—¿Grosero? ¡Para nada! Tienes que hacerte oír incluso si es tu propia madre —se cruzó de brazos.
Miré mi taza de café llena y la suya, vacía y con tres sobres de azúcar vacíos a un lado del platito, junto a la cucharilla. Estaba frente a mí, en el sillón rojo que había en vez de sillas en todas las mesas. A mí me tuvo que sentar Allen, ya que están muy pegados y con el reducido espacio entre mesa y asiento no podría haberlo hecho solo.
—Esta mañana vino a disculparse, dijo que el tema de la operación quedaría olvidado y que no iría a un psicólogo si no quería hacerlo —agregué.
—¡Pues lo has conseguido! Así me gusta, tienes que hacerte cargo de tu propia vida, no dejar que la controlen. Los padres son geniales y todo eso, pero a veces se pasan de control. También tienen que dejarnos algo de cancha para que nos enfrentemos solos a lo que nos espera en la vida.
—Supongo que sí, lo conseguí —sonreí.
—Y estoy muy orgullosa de ti —me devolvió la sonrisa.
Mis mejillas se encendieron.
—Toma, perezosa —la pelirroja dejó otra taza de café con leche delante de la castaña—. Y deja de robar sobres de azúcar, es uno por cliente.
—Gracias, preciosa. Si sigues trabajando así, vas a levantar el país —sus palabras salieron con burla pero no de esa que sirve para hacer daño, más bien trataba de ser amable con su hermana.
—Lo que tú digas, hermanita —rodó los ojos y volvió tras el mostrador.
—Parece que os lleváis mejor —comenté.
—No, siempre es así cuando estamos las dos solas —su mirada no se apartó de la de ojos verdes—. Lo malo es que me recuerda mucho a papá. Son igualitos.
Nunca antes había nombrado a su padre.
—¿Tu padre?
—Sí, ese capullo abandona familias —agarró la taza blanquecina—. Como si no hubiera hecho bastante daño, nos dejó una fotografía viviente de él mismo. Aun así, ni mamá ni yo le tenemos rencor a ella ni nada parecido. Allison es Allison.
—No sabía que no vivías con él.
—Se fue cuando cumplimos dos años, ya tenía otra novia esperando casarse y un mocoso de cuatro meses —le dio un sorbo a su bebida—. Ahora viven en Londres, creo. Su mujer es actriz y tiene otros cuatro hijos más.
—Vaya...
—¿Sabes qué? Le deseo lo mejor a él, a su mujer y a los críos. A nosotras nos va bien solas y, quizá, si él siguiera aquí estaríamos en otro lugar y tú y yo no nos habríamos conocido.
—Seguro que nos conoceríamos incluso si es a la hora del té en alguna cafetería londinense —añadí.
—¿Eso piensas? —soltó una risa ahogada—. Sí, puede que fuera cosa del destino.
—¿Crees en el destino? —pregunté, curioso.
—¿Tú no?
—Bueno, no creo en la casualidad.
—Pues estamos de acuerdo en ello.
Hablamos un rato más antes de que Allison y ella intercambiaran roles de nuevo. Allen se puso el delantal de mala gana y tuvo que ayudar en la cocina, donde se hacían los bollos que tan buen olor desprendían.
—Hablemos —se sentó donde anteriormente estuvo su melliza.
—¿Otra vez? —suspiré.
—Otra vez.
—¿Sin bofetada?
—No prometo nada.
Parecía seria.
—¿Qué es esta vez?
—¿Te suena «estoy muy orgullosa de ti»? ¿Hola? ¿Y dices que no le gustas? En este sitio se oye todo, Burst. ¡Te ha contado sobre papá, del que no habla ni por dinero! —su tono de obviedad me hacía sentir la persona más tonta del mundo.
No sabía qué responder.
—¿Crees que nunca os escucho hablar, que no estoy en vuestra misma clase, que no existe nadie más cuando tenéis momentos románticos dignos de un libro de amor juvenil escrito por una adolescente sin vida social?
Ahora sí que tenía las mejillas ardiendo.
—¡Despierta de una vez y baja de esa nube de inocencia e ingenuidad! ¿Es que no te gusta Allen? A ver, no es gran cosa, aunque no está tan mal. Está claro que los genes buenos me los llevé yo, pero lo importante es su forma de ser, su personalidad y sentimientos. Es un trozo de pan blandito y cursi por dentro, te lo aseguro.
—Allison —interrumpí—. Nos conocemos muy poco, es imposible que le guste.
Hablé bajito, no quería llamar más la atención de lo que hacía ella.
—¿Quieres conocerla mejor? ¡Pues invítala a una cita, alcornoque!
—No hables tan alto —regañé, viendo como Allen volvía al mostrador.
—Desde luego, no sabes cómo es una mujer en absoluto. ¿Es que no has tenido novia nunca? —yo negué con la cabeza—. ¿Tienes diecisiete años y no has tenido novia? Si me pones la excusa de la silla de ruedas, voy a hacer que te tragues la mesa.
—Antes del accidente era poco popular con las chicas, alguna se me declaró, pero no me llegó a gustar nadie —expliqué—. Después, pues conocí a Allen y ya.
—O sea que te gusta Allen.
—¡No he dicho eso! —cubrí mi cara con ambas manos. Seguro que estaba tan rojo como el sillón.
—Si no la invitas a salir, lo hará ella. Está claro que le gustas mucho —se encogió de hombros, suspirando—. Eres un caso perdido. No me extraña que no hayas tenido novia.
—Lo dices como si fuera algo malo —murmuré.
Saqué el móvil de mi bolsillo al ver que me estaban llamando. Rechacé la llamada de mi madre y lo dejé sobre la mesa marrón clarito. Una sonrisa maliciosa apareció para decorar las bellas facciones de Allison, que agarró mi dispositivo en un movimiento rápido.
—¡Dame eso! —exigí, alargando el brazo para intentar quitárselo.
—Voy a ver si os mandáis mensajitos —rio, de forma pícara—. ¿Cuál es tu contraseña?
—¡Devuélveme el móvil!
—Probaré con uno, dos, tres, cuatro —anunció, tecleando en la pantalla—. ¿En serio? Eres muy obvio.
—¡Allison!
—Oh, la tienes añadida con un corazoncito —hizo una mueca de ternura—. Os habéis hecho fotos juntos, qué tierno.
No podía moverme para quitarle mi pertenencia, así que me rendí.
—¿Cómo? ¿Ya te ha invitado a una cita? Mira que eres lento, Burst —negó en un cabeco, decepcionada, y me devolvió el móvil.
—No es una cita —susurré.
¿Era una cita? ¡Ojalá lo sea! Mi vista bailó inconscientemente hasta Allen, que nos miraba fijamente con el ceño fruncido.
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D̶i̶s̶capacitados
Roman d'amourBurst, un chico de diecisiete años con una vida aparentemente perfecta, sufre un brutal accidente que lo deja en silla de ruedas. Sin creer tener un lugar en el mundo ahora que no es como antes, se encierra en casa para no ir a clase, perdiendo los...