Saboreaba mi helado de mango con mucho gusto mientras que Allen mordía su bola de helado de pistacho. Estábamos sentados en un banco de piedra, en un parque natural que quedaba bastante lejos de casa. Habíamos estrenado la furgoneta dando una vuelta por SweetStreet, también conocida como la ciudad del azúcar, que quedaba a una hora de nuestro barrio. Aquí los pasteles, helados, caramelos y gelatinas son las mejores que vas a probar.
—¿Cuántos helados puedes comer antes de desmayarte? —me preguntó.
—Nunca he comido helado hasta desmayarme —confesé en una risa.
—¿No?
—No.
—Qué bueno que he traído mucho dinero —sonrió maliciosa—. Mi récord está en diecinueve helados.
—Suena a mucho azúcar y a congelación cerebral.
—Sí, pero deberían darme un récord Guinness o algo —rio—. Hay uno sobre poner 125 bolas de helado en un cono, aunque nunca he escuchado que tuvieras que comerte todas para batir el récord.
—¿Lo intentarías?
—Hasta conseguirlo.
—Eres increíble —sonreí, arrugando un poco la nariz.
—Siempre he pensado que, si alguna vez tengo un hijo, la revelación de género será una bola de helado.
Me reí hasta no poder respirar bien. No era un chiste buenísimo, en realidad hablaba muy en serio, pero la idea me causó mucha gracia.
—¿Te imaginas darle helado de vainilla a todos tus invitados y que, de repente, le des a tus padres una rosa o azul? —continuó, riéndose también—. Es la mejor idea que he tenido hoy.
—La segunda —corregí, cesando mi risa—. La primera ha sido venir aquí.
—Cierto —puntualizó, terminándose su postre—. Se me da bien planificar citas.
Le di la razón aunque más que planificarla era improvisada. Habíamos escuchado en la radio un anuncio de helados y no vimos por qué no ir a la ciudad del azúcar a probar uno.
—¿Quieres probar el mío? —le extendí mi cono—. Está buenísimo.
—Prefiero probarte a ti —bromeó, alzando las cejas y bajándolas. Se acercó y probó un poquito—. Gracias, cariño.
Me quedé inmóvil, con las mejillas rojas.
—Te besaría ahora mismo, pero Janet me dijo que eras alérgico a los frutos secos.
Me gustó la idea de que no hubiera renunciado a comer su sabor favorito.
—Solo a los cacahuetes y las almendras —especifiqué, sonriendo.
Me agarró de ambas mejillas para besarme y, de no ser por una voz irritante, no me hubiera soltado en minutos.
—¿De cita la parejita?
¿Por qué ella?
—Sí, Tasha —la fulminó con la mirada—. Y estábamos genial hasta que has aparecido. ¿Tanto te costaba pasar de largo?
—Me repugnan las parejas empalagosas, no podía dejar ir la oportunidad de venir a estropear el ambiente —sonrió como un lince, disfrutando de la expresión de molestia de Allen.
—Haces bien en no desaprovechar oportunidades —se levantó sin dejar su sonrisa de advertencia a un lado—. Yo tampoco puedo dejar ir la de partirte la cara aquí mismo.
—Relájate, Hesley —la agarró por los hombros—. No quieres que tu novio presencie como pierdes el control, ¿no?
Se detuvo con los brazos en alto, como si de verdad estuviera tratando de contenerse. Dio un suspiro largo y silencioso.
—No, no quiero... —murmuró, agachando la cabeza. La alzó al instante, endureciendo su semblante, como si hubiera recordado que lo que tenía delante no le suponía una amenaza—. Es por eso que tienes que irte, ya es suficiente tener que ver tu estúpida cara de niñata malcriada en clase.
—Los insultos y la violencia no son la solución, Hesley. Mantén la calma.
—Allen —pronuncié, estirando las dos eles de su nombre.
Las dos me miraron. Sus miradas eran diferentes. Era como ver a un lince observando cómo sus crías devoran a una gacela y a un león a punto de demostrar por qué es el rey de la sabana.
—Demuestra quién es el rey de la sabana.
No sabía si soltarla o contenerla. Los leones son territoriales, rápidos y feroces cazadores, pero también son sociables y, de tipo de personalidad, metódicos y racionales. Ella sabría cómo interpretar mis palabras, aunque ni siquiera yo pudiera. Puede demostrarlo con paciencia o con violencia.
—Muy bien —se alejó, soltándose de su agarre, que parecía débil por la facilidad con la que lo deshizo—. Esta vez será un aviso, Trisha. Si sigues provocándome, te voy a arrancar los dientes y voy a hacértelos tragar, ¿entendido?
—Oh, sí, lo he entendido a la perfección —no parecía tomarse la situación con la seriedad que tenía.
—Escúchame bien, Tri-sha —la agarró del cuello de la camisa hasta casi separar sus pies del suelo—: acércate de nuevo a Burst con esas intenciones y voy a colgar tu cabeza en mi pared como un puto póster, ¿queda claro?
Su tono tan macabro, tan terrorífico, me provocó un escalofrío.
—Esa faceta no la demostrabas con Julius —consiguió decir, a pesar de demostrar que sus agallas se habían ido corriendo del susto.
—Burst es muchísimo más de lo que él pueda llegar a soñar —la soltó, dejándola caer de espaldas en la tierra—. Si valoras esa cara tan cuidada, deberías tener cuidado al elegir tus palabras.
ESTÁS LEYENDO
D̶i̶s̶capacitados
RomantiekBurst, un chico de diecisiete años con una vida aparentemente perfecta, sufre un brutal accidente que lo deja en silla de ruedas. Sin creer tener un lugar en el mundo ahora que no es como antes, se encierra en casa para no ir a clase, perdiendo los...