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Margarita nos había puesto un examen sorpresa sobre el tema diez de literatura y la verdad es que mis horas de estudio nulas resultaron no serlo. La tarde anterior estaba muy aburrido en casa y Allen no contestaba las llamadas. Me escribió una hora después para decirme que estaba trabajando y que me llamaría cuando saliera, pero no lo hizo. Al no tener nada que hacer, encontré el libro de literatura y me aprendí cada palabra sobre el tema que estábamos dando, para irme preparando para cuando llegase el examen que todavía no había puesto. Allen no había venido y Allison tampoco, lo que me resultó extraño. Tras rellenar todos los ejercicios y entregar el examen, saqué disimuladamente mi teléfono móvil.

Allen, ¿estás bien? ¿Por qué no has venido a primera hora? Hemos tenido un examen sorpresa que cuenta la mitad de la nota.
9:10 a.m.

Allen❤️ conectada última vez a las 0:00 de ayer. Desconectada.

¿Te ha pasado algo?
10:30 a.m.

Siento ser tan pesado, pero quiero saber si estás bien. Por favor, responde.
11:15 a.m.

Sonó el timbre y Allen no había aparecido. Tasha pidió sentarse conmigo ante su ausencia y el dinosaurio no se lo negó. Pasar esas siguientes dos horas antes del recreo con ella a mi lado habían sido horribles. No paraba de hablar y yo estaba concentrado en convencerme de que Allen estaba bien. Salí después de mis compañeros –una manada de simios gigantes que se empujaban por cruzar la puerta antes que el resto de su especie– y fui a la rampa. Era una trampa mortal de hormigón pintado de negro, con una pintura tan espesa y oscura como el alquitrán. Suspiré profundo y agarré los aros de empuje, sintiendo el frío del metal. Debía ser rápido para no perder movimiento y caer hacia atrás. Muchas cosas podrían haber salido mal, pero, como si de un milagro se tratase, lo había conseguido. Saqué la llave azul y abrí la puerta del cuarto del conserje, también llamado «escondite» y «paraíso». Cerré la puerta con llave al salir, evitando que alguien entrara, y me dejé caer de la silla al suelo, más bien, a los cojines. La silla de ruedas chocó con la pared por el impulso, sin hacer ruido. No sabía cómo iba a subirme después.

Pensé en lo que me había dicho Allen el día anterior. ¿Me había dado la llave porque sabía que no iba a venir hoy? La pantalla de mi teléfono se encendió en mi bolsillo, dejando ver al luz blanquecina a través de la tela. Un mensaje.

Allen❤️:
Estoy bien, no me ha pasado nada.
11:25 a.m. ✓✓

Dos rayitas azules decoraron mis mensajes anteriores. Sonreí, aliviado.

Allen❤️:
Estaba en la escuela de conducir, tenía el último examen práctico. Ya te dije que iba a sacarme el carnet, ¿no?
11:26 a.m. ✓✓

Sí, me lo dijiste.
11:26 a.m. ✓✓

Me limité a contestar aquello, sin saber si sería buena idea expresar mi preocupación.

Allen❤️:
Llegaré en unos veinte minutos, a cuarta hora.
11:26 a.m. ✓✓

Allen❤️:
¿Qué tal te ha salido el examen?
11:26 a.m. ✓✓

Bien, estoy seguro de que apruebo. Allison está contigo, ¿no?
11:26 a.m. ✓✓

Allen❤️:
Sí, ha venido a acompañarme.
Me alegro mucho, cariño, Margarita se va a llevar una alegría. Ya sabes, la menopausia le pasa factura y se pone paranoica si alguien saca menos de un cinco y medio.
11:27 a.m. ✓✓

Estuve hablando con ella por mensajes hasta que el timbre volvió a sonar. Cuarta hora. Allen ya habría llegado. Me arrastré hasta mi silla de ruedas e intenté subir usando una fuerza que ni yo mismo me atribuía. Había tenido un tiempo yendo al gimnasio, haciendo pesas, entrenando por horas; todo por el equipo de baloncesto en el que estaba antes. Nada de eso me estaba sirviendo.

Me agarré el manillar, también probé con los reposabrazos, con el plegado, las ruedas traseras y el chasis. Nada. No pude subirme. Estando en la cama era más fácil, estaba en altura y ya tenía costumbre, pero hacerlo desde el suelo es algo que nunca se me hubiera pasado por la cabeza. Me sentía frustrado. Era un inútil sin la ayuda de alguien más. Un discapacitado. Un inválido. Un minusválido. No era nada. Retuve las lágrimas y seguí intentando subir.

Las clases llevaban diez minutos y yo seguía ahí, en el paraíso que ahora me resultaba un infierno. Escuché el sonido de una llave girándose. Me limpié las lágrimas antes de que salieran e intenté ocultar la rojez de mis mejillas. Se abrió la pesada puerta de metal verduzco desgastado.

—¿Te estabas escaqueando de matemáticas? —su sonrisa divertida me obligó a sonreír, permitiendo que mis lágrimas salieran.

—No... consigo subirme... —murmuré, avergonzado, señalando mi silla.

—¿Por eso estás llorando, cariño? —se agachó para levantarme. Esta vez no como una princesa o recién casada, sino como a un bebé. Me dio un beso en la frente y me sentó con cuidado, con delicadeza.

Solté un sollozo, sintiéndome protegido a su lado, sintiéndome el único en el mundo. El único para ella.

—No importa que puedas o no tú solo, cariño, eso no te quita valor —me dio otro beso, ahora en la mejilla—. Yo siempre voy a estar aquí, me necesites o no.

D̶i̶s̶capacitadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora