—Bueno, es un claro caso de acoso escolar, así que abriremos un protocolo anti-bullying —concluyó Susan—. De todas formas, los padres de los chicos pueden presentar una denuncia por violencia y eso sería perjudicial para vosotros, las víctimas. Intentaré aclarar todo esto. Por el momento, evitar meteros en cualquier tipo de problema y no habléis con ellos, por favor. Y, Allen, no se te ocurra volver a golpear a nadie dentro del centro escolar.
—Gracias, Susan —sonreí.
—No les haré nada —accedió Allen—. Al menos no estando en el instituto.
—Preferiría que dejaras la violencia a un lado dentro y fuera de aquí —Susan levantó sus pobladas cejas, dando a entender que era la mejor opción.
—Lo intentaré —suspiró, dándose por vencida—. Pero si le ponen una mano encima a Burst, los mato.
—No deberías bromear con ese tema. Nadie va a matar a nadie, Hesley.
—Es Allen, no Hesley —corrigió la nombrada—. ¿Y quién ha dicho nada de bromear, Susan? De la cárcel se sale, de la morgue no.
Abrí los ojos con sorpresa. Nunca me imaginé que diría algo así. Jugué con mis dedos, nervioso por el rumbo que llevaba la conversación. Sentí una mano cálida sobre la mía, un calor que reconocí al instante. Sonreí levemente. Sí, eso logró tranquilizarme.
—Me gustaría que vieras a la orientadora escolar —agregó la mujer, rebuscando en el cajón de su escritorio—. Y tal vez a un psicólogo.
—He ido a muchos —chasqueó la lengua—. No es necesario seguir viendo a esos idiotas con títulos universitarios. Todos sois idiotas —se levantó de golpe, haciendo que me sobresaltara—. Nos vamos, no quiero perderme ninguna clase más.
—Allen, siéntate —ordenó.
—Iré a ver a la orientadora en el recreo, ¿vale? Voy a hacer lo que quieres, así que no me dés otra charla. Y que ni se te pase por la cabeza llamar a mi madre.
Agarró las empuñaduras de mi silla y salió del despacho, dejándola con la palabra en la boca. Sus cambios de humor repentinos me tenían confuso. Podía ser amable y educada y luego desinteresada y despreocupada, también amenazante y territorial.
—¿De verdad irás? —pregunté.
—Claro que no, el recreo es nuestro momento especial, no voy a perderme algo tan importante —respondió.
«Nuestro momento especial». Una rampa había sido instalada en cada escalera del centro, por lo que subir hasta nuestro escondite sería fácil. Las clases se me hicieron igual de largas que de costumbre. Ya en el escondite, sentado entre los mullidos cojines, revisaba mi móvil mientras que Allen buscaba algo entre los cientos de libros que allí habían apilados.
—¿Qué estás buscando?
—Juraría que guardé un libro que quería enseñarte entre todos estos trastos —murmuró, lanzando cosas por los aires.
Miré los pósters de animales marinos de las paredes, intentando distraerme durante la espera. Ballenas, tiburones y orcas nadando tranquilamente. De repente, un libro se estampó contra mi cabeza. Solté un quejido. ¿Por qué tenían una tapa tan dura? Allen no tardó en darse cuenta y se acercó, revisando que no me hubiera hecho mucho daño. La tenía demasiado cerca. Me gustaría besarla.
—¿Estás bien? —su izquierda movió mis mechones a un lado para ver si tenía alguna herida—. No tienes nada más que la rojez del golpe. ¿Te duele mucho?
Yo negué con la cabeza, tratando de reunir valor para lo que quería decir a continuación.
—Allen, ¿puedo besarte? —pregunté sin cortarme, sintiendo mis mejillas arder y aterrado por su respuesta.
—La duda ofende —sonrió.
Cuando nuestros labios estuvieron a punto de tocarse cuando la puerta se abrió de golpe. Ambos nos sobresaltamos y Allen maldijo en voz baja.
—Tu hermana me ha dicho dónde encontrarte —la directora, Susan, estaba de brazos cruzados—. ¿No se supone que deberías estar con la orientadora?
Allen me dio un beso corto antes de darse la vuelta y recibir a la mujer con mal disimulado desdén.
—Siempre interrumpes en el mejor momento —se quejó.
—Señorita Allen, es un placer conocerla —una chica joven salió de detrás de Susan—. Soy la orientadora escolar, mi nombre es Rose. Hágame un favor y acompañame a mi oficina, tenemos que hablar sobre su conducta.
¿Cómo podía detener esto?
—En realidad, yo fui quien empezó la pelea —dije y, como las otras veces, fui ignorado—. Allen solo intentaba defenderme.
—No eres una alumna ejemplar y parece que tampoco una ciudadana decente —suspiró—. Rose te ayudará, ya verás.
—¡Yo empecé la pelea! —grité—. ¿Podéis dejar de ignorarme? Estoy diciendo que ella solo trató de defenderme, yo empecé.
Me miraron las tres, sorprendidas. «Tienes que hacerte oír incluso si es tu madre». Ellas tienen que escucharme, las tres.
—La culpa es toda mía, yo comencé una discusión con esos idiotas y acabamos en una pelea. Burst no tiene nada que ver, no podéis castigarle a él —interrumpió Allen.
—Tenemos testigos —agregué—. Ellos vieron el puñetazo que le di a uno de mis compañeros. Ahí fue cuando estalló la pelea.
No podía dejar que se llevara la culpa por mucho que intentara llevársela. Sé que lo hace por mí.
—Hablaremos con ellos y así podremos aclarar todo este lío —concluyó Susan—. Hesley, irás con la orientadora después de eso, ¿entendido?
—Lo que tú digas, Susan —rodó los ojos.
Una vez solos, Allen se giró hacia mí, quedando de nuevo cara a cara.
—¿Por qué les dices lo que pasó? A este paso te van a expulsar también a ti —se sobó la frente con frustración.
—No quiero que cargues tú con mi error.
—Escúchame bien, Burst —posó ambas manos sobre mis hombros. Noté que su derecha era rígida, dura—. No fue un error, se lo merecían.
De inmediato apartó su mano y dejó solo la izquierda.
—Es difícil protegerte si dices la verdad —soltó un suspiro, sentándose a mi lado—. Muy bien, ¿por dónde íbamos antes de que nos interrumpieran?
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D̶i̶s̶capacitados
RomanceBurst, un chico de diecisiete años con una vida aparentemente perfecta, sufre un brutal accidente que lo deja en silla de ruedas. Sin creer tener un lugar en el mundo ahora que no es como antes, se encierra en casa para no ir a clase, perdiendo los...