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—¿Crees que el viernes nevará? —me preguntó Allen, limpiando la mesa con un trapo blanco con olor a rosas.

—Es probable —apreté los labios—. ¿Cortarán la línea de autobuses?

—Seguro —suspiró, guardando el trapo en el bolsillo de su delantal—. ¿Quieres algo de comer? Tengo la cocina abierta hasta las tres.

—No tengo hambre, gracias —suspiré también, dejando que mi frente chocase contra la mesa limpia—. No podremos ir a Lostlive sin un autobús. Mamá no puede llevarnos en coche, estará trabajando toda la tarde.

—No necesitamos ni transporte público ni a Janet como chófer —sonrió, viendo mi expresión confusa—. Digamos que el examen de conducir me salió bastante bien. Salgo en una hora y vamos a mi casa, voy a presentarte a Amélie.

—¿Amélie?

—Ya la conocerás —me guiñó un ojo.

Antes de poder seguir hablando con ella, un hombre dos mesas a la izquierda alzó la mano, llamándola. Fue a tomar nota de su pedido y caminó hasta detrás del mostrador. Me dirigió una mirada y una sonrisita antes de meterse a la cocina.

[...]

—Ha sido agotador —suspiró, colgando el delantal en el perchero interior—. Pero ha valido la pena. Hacer el turno de Allison significa que mañana hará mi turno y estaré libre toda la tarde para ver esos tiburones contigo.

Sonreí. Tenía muchas ganas de que fuera viernes, de que el día acabara y volviera a empezar.

—El día 26 de febrero será el mejor día de mi vida —dijo, refiriéndose a mañana, viernes.

—¿26 de febrero? —susurré para mí mismo.

Cuatro días para mi cumpleaños.

—He conseguido un pijama de una pieza de tiburón tigre precioso que voy a lucir en el acuario.

—Espero que ningún tiburón se enamore de ti —agregué, sonriente.

—Créeme que no lo harán —aseguró, riendo—. Eres el único tan loco como para fijarte en mí.

—Pues que me encierren en un manicomio —me encogí de hombros.

Se agachó para besarme, frente a la puerta de su casa.

—Quédate aquí, voy a por Amélie.

Amélie resultó ser una furgoneta negra último modelo que Allen acababa de comprarse. Era elegante y muy bonita, con asientos delanteros de color gris claro y un volante brillante.

—Esta maravilla me ha costado 13.000 dólares —le dio un par de golpes suaves al capó—. Atrás tiene un espacio vacío enorme, así que he pensado en que la podemos camperizar. Podríamos pasar el verano de un lado a otro, de una playa a otra. Sería genial, ¿verdad?

—Sí. Oye, Allen, quiero preguntarte una cosa.

—Adelante, cariño, pregunta lo que quieras.

—Le dijiste a ese médico que tu padre era un neurocirujano de ese hospital, ¿no? Pero me contaste que se había ido a Londres a vivir con su nueva familia...

No me ha podido mentir sobre algo tan importante.

—Noland no es mi padre, es el novio de mi madre —explicó—. Él es "ese contacto" que tengo en el hospital. También me regaló a mi ratón. Presume de nosotras como si fuéramos sus hijas y pensé que eso podría jugar a mi favor. Va muy en serio con la loca de mi madre.

—Tu madre... ¿Qué tal está, por cierto?

—Igual de ida que siempre -me sonrió, dulce, solamente para mí.

—¿Me la presentarás algún día? Quiero decir, es tu madre y...

—No sé si es buena idea —entrecerró los ojos, reflexionando en su cabeza—. Sí, si quieres conocerla, os presentaré. No hoy, claro, pero queda pendiente.

—Gracias.

—Ya sabes que no tienes que agradecerme todo lo que diga o haga —me dio un beso corto—. ¿Qué quieres hacer ahora? Tengo videojuegos nuevos, si quieres que te gane otra vez; y películas descargadas.

—Ver una peli será mejor que ser humillado en un juego de pelea.

—Pues bien, princesita, déjeme que la lleve a mis aposentos —me alzó en volandas, dejando mi silla de ruedas en la entrada—. No se preocupe, volveré a por su carruaje en breve.

Pasar el resto de la tarde tumbado en la litera con Allen viendo películas de ciencia ficción y un par de ellas de terror fue la mejor forma de disfrutar de la cinematografía que podía imaginarme.

Allen es maravillosamente maravillosa, en todos los sentidos. Nunca me cansaré de decirlo.

D̶i̶s̶capacitadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora