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Allen se había quedado a dormir en mi habitación lo que quedaba de noche. Mamá había traído el colchón del garaje, que decoraba la cama nido de la abuela que no se utilizaba. Le puso sábanas limpias y le dio un par de mantas. Hablamos casi toda la noche, a decir verdad. Mientras que Allen dormía unas horas me mantuve despierto. Tenía sueño pero mi cerebro me obligaba a estar alerta. Quizá era el instinto primitivo de proteger al que no puede hacerlo solo en un momento así. No lo sé. No pude cerrar los ojos más que para pestañear.

La alarma sonó a las siete en punto, obligándome a estirar el brazo todo lo posible para apagarla y evitar que despertara a Allen. Me arrastré hasta los pies de la cama, al borde, para poder subirme a mi silla, que había sido trasladada para dejarle más sitio a la cama improvisada. Fue más difícil que normalmente pero no me supuso un gran problema. Mamá estaba en la cocina, preparando el desayuno.

—Buenos días, cielo —me sonrió, sin girarse. Pude notarlo—. ¿Ya se ha despertado Allen?

—No, sigue dormida.

—Pobrecita —noté que apretaba los labios—. No hace falta que vayas hoy a clase. Si quieres quedarte a cuidarla, no voy a meterme en medio. Me voy a trabajar en una hora y tu padre tiene que ir a encargarse de un asunto a Lostlive, así que os quedaréis los dos.

—¿Y la abuela?

—Tu abuela va a casa de Betty a jugar a las cartas, no creo que venga a comer. ¿Podrás cocinarle algo a Allen?

—No soy inútil del todo, mamá —me reí—. Seré capaz de cocinar sin ayuda.

—Igualmente ten cuidado, no quiero que te quemes o cortes un dedo —sirvió dos vasos de zumo de manzana del brick que no habíamos llegado a abrir nunca antes.

Supuse que lo había elegido porque Allen comentó la madrugada pasada que le gustaba indirectamente. Yo prefiero el de naranja, pero no pienso quejarme.

—Esta tarde iba a salir con ella —comenté, mirando el vaso cristalino que tenía más cerca-. Creo que tendremos que cancelarlo.

—¿Adónde ibais a ir?

—A un museo sobre la vida marina.

—¿Tenéis las entradas ya compradas?

—No lo sé, me dijo por teléfono que íbamos a tener una cita allí.

—Buenos días —bostezó Allen, apareciendo en la puerta de la cocina con sigilo.

—Buenos días, mi vida —sonreí como un idiota al ver lo guapa que estaba recién levantada.

—Allen, preciosa, ¿cómo te encuentras?

—He estado mejor —rio, sentándose en una silla de madera barnizada, a mi lado—. Pero he dormido de maravilla.

—¿Qué quieres desayunar? —le pregunté, alejándome de la mesa para ir hacia la encimera.

Antes de que dijera nada, mamá le entregó el vaso de zumo y lo aceptó, encantadísima. Nunca me había contado que le gustara tanto el zumo de manzana. Volví a su lado al ver que mamá se había tomado muy en serio lo de ser la anfitriona.

—Es justo lo que necesitaba —confesó, antes de darle un sorbo.

—Voy a preparar tortitas, ¿te gustan? -preguntó, removiendo la masa.

—Me encantan. No podrías haber escogido nada que me gustase más —dijo, sonriente, mientras se estiraba—. Si es que su hijo no está en el menú, claro.

Mamá y ella se rieron con complicidad mientras yo cubría mi sonrojo con ambas manos.

El sonido de la prótesis al moverse resonó en el repentino silencio que se formó en la cocina.

D̶i̶s̶capacitadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora