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Mamá me dejó en la puerta del instituto, donde ya estaban mis demás compañeros, esperando a que llegara el autobús para llevarnos a Lostlive. Allen llevaba ropa casual, fue por ello que la encontré al instante. Vestía sus típicas botas negras, un pantalón largo del mismo color con cadenas y un suéter negro con la palabra «Baby» escrita en rojo, con letras puntiagudas. Ya no utilizaba guante. Desde luego, resaltaba entre las chicas vestidas de colores pastel y los chicos con sudaderas de equipos de fútbol. Cuando llegué junto a ella, me sonrió. El autobús no tardó en estacionar frente a nosotros y el conductor me pidió que esperara a que todos mis compañeros estuvieran subidos para bajar la rampa. Allen escogió el sitio delante del espacio para minusválidos, puesto que yo debía quedarme en ese lugar, con la única protección de un cinturón que evitaría que me golpease contra la pared una y otra vez. Ya arriba, Allen y yo estuvimos todo el camino charlando en voz baja para no molestar a los que dormían. El museo era más grande por fuera de lo que recordaba y, por dentro, parecía un palacio. Nunca había entrado, he de admitir. Habían secciones con todo tipo de pinturas y esculturas, pero hubo una que se ganó la atención de mi distraída «amiga». Cuadros sobre el océano. Estuvo más de diez minutos parada frente a una representación de una ballena jorobada al óleo. Al final nos quedamos en esa sección el resto del día. Me gustaba ver el brillo en sus ojos al observar con entusiasmo los cuadros. Yo, por mi parte, había dedicado mi visita a una escultura sobre un dios griego, Hermes. Nos llevaron a la tienda de souvenirs y, aprovechando que Allen estaba desaparecida, compré una réplica en miniatura del cuadro que tanto le había gustado. Esperé junto a mis compañeros en la salida mientras que Gabriella trataba de contarnos para ver si se olvidaba de alguno.

—Veinticinco, veintiséis, veintisiete... Nos falta uno —anunció Gabriella, señalando a cada uno que contaba.

—Falta Allen —dije—. ¿Puedo ir a buscarla?

—La oveja negra volvió a salirse del rebaño —se burló Allison, rodando los ojos.

Todos se rieron.

—No, esperemos aquí. No creo que tarde mucho en salir.

Mi vista esperaba pacientemente encontrarse con la preciosa Allen Hesley, fija en la gran puerta. Por más que pasara el tiempo no aparecía. Ignorando a mi profesora, volví a entrar sorteando a los guardias y comencé a buscarla en la sección que tenía animales marinos. Nada. No estaba. Seguí buscándola sin descanso hasta que me crucé con un chico y una chica que reconocí al instante. Traté de disimular y fingir que no los había visto, pero fue imposible. Se acercaron a mí, sonrientes. Parece que también se acuerdan de mí.

—Jess, Chris —nombré, actuando como si me alegrara de verlos—. Cuánto tiempo.

—Ya no te veía por el club de baloncesto, ahora entiendo por qué —sonrió Chris con falsa amabilidad.

—Sí, ha pasado tiempo —me miró de arriba abajo, aumentando su sonrisa—. Estás más guapo que la última vez. Una pena que vayas sentado en eso.

—He oído que te has mudado a una ciudad de cuarta. Dime, ¿hay alguna que esté buena? —su tono me pareció desagradable, igual que su forma de referirse a las mujeres.

—Ese término es un poco machista —opiné.

—No le hagas caso, sabes que es muy tonto —rio Jessica—. ¿Tienes novia ya?

—Bueno... —lo pensé unas cuantas veces.

¿Debía responder que sí o que no? ¿Qué somos Allen y yo?

—Sí, sí que tiene —sentí unos brazos rodear mis hombros, abrazándome desde atrás. No me hacía falta girar la mirada para saber quién era—. Soy Allen, encantada de conoceros.

—¿En serio? —el rubio abrió los ojos—. ¿Ella es tu novia?

—Lo es —sonreí.

—A ver, es guapita, pero debería adelgazar y, ¿qué es eso? ¿Es un robot o qué? —agregó, cruzándose de brazos.

—Allen tiene todo lo que las demás no tienen. Ella lo es todo para mí, no es solo su cuerpo o su cara. Allen es simplemente perfecta y la quiero cómo es.

—Un placer haberos conocido, imbéciles.

Salimos del museo y subimos al autobús, repitiendo la maniobra del viaje hasta allí. No fue hasta que bajamos que me dirigió la palabra, ya que se había quedado dormida nada más tocar el asiento. Nuestras manos entrelazadas se separaron cuando una bola de papel se aproximó a su cara como un misil. La había parado aún dormida. Allen a veces da un poco de miedo.

Ya en la calle, frente al instituto, soltó un bostezo mientras me llevaba desde las empuñaduras. No habíamos hablado nada desde el comienzo de la excursión y tenía miedo de haberle hecho algo malo y que estuviera molesta conmigo por ello. Pero, ¿qué le habría hecho? ¿Era por lo que dije de ella con Chris? Decidí darle el regalo antes de que se me olvidase.

—Tengo algo para ti —dijimos al unísono.

—Tú primero —volvimos a decir a la vez—. No, tú primero.

—Vale, al mismo tiempo —dije—. Una, dos ¡y tres!

Saqué su regalo y ella sacó una escultura pequeña, idéntica a la que me había gustado de Hermes.

—Parece que hemos pensado en lo mismo —intercambiamos objetos—. Gracias, cariño.

¿Cariño? Mis mejillas empezaron a arder.

—G-Gracias a ti ta-también —tartamudeé, sintiendo el corazón a mil por hora.

Me había llamado cariño. Por desgracia, nuestra breve conversación tuvo que finalizar cuando nos encontramos en la fachada de mi casa. Allen se acercó, agachándose y me dio un beso en los labios. No como los de siempre, uno más largo, más tierno. Nos despedimos y se fue, caminando con calma. Desde luego, había sido un día que no olvidaría nunca.

D̶i̶s̶capacitadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora