15

162 6 0
                                    

—Una tarde de agosto, estaba en la playa con mi madre y con Allison. Yo tenía catorce años, creo. Estaba nadando aunque la bandera era de color azul y un tiburón estaba dibujado en ella. Mamá dijo que eso solo lo ponían para que los socorristas pudieran quedarse a descansar y no tuvieran que preocuparse por los que se bañaban en el mar. Yo me lo creí, claro. Intenté llegar a esas esferas rojas que indican el límite hasta el que se puede adentrar un bañista, pero un hombre se lanzó al agua gritándome algo. Estaba demasiado lejos como para escucharle. Entonces fue cuando conocí a Charlie, un tiburón blanco que no se acercaba a mí para saludar. Me quedé maravillada por su preciosa aleta y, creyendo que era un delfín o algo parecido, yo también me acerqué. Parece que se lo tomó como una amenaza porque se lanzó contra mí y, bueno, digamos que no había comido —se quitó la sudadera, dejando ver que su brazo derecho era una prótesis que empezaba un poco más abajo que su hombro—. A pesar de la sangre, el dolor y los gritos, me quedé fascinada por lo bonito que era. Le lanzaron un arpón y me sacaron del agua. Lloré porque Charlie también sangraba. Sonará a que estoy fatal de la cabeza, pero ese tiburón era maravilloso. Creo que conectamos, como hermanos de especies distintas. Vaya, sí que sueno como una loca.

No sabía qué decir. Me había quedado mudo al ver su prótesis azul.

—Entiendo si ya no quieres volver a hablarme —se levantó—. De todas formas, esto debía pasar en algún momento. Tenía miedo de que no fuéramos amigos si te enterabas, de que te pusieras en mi contra como el resto. Gracias por todo, compi de desayuno.

Narra Allen Hesley.

Ya sabía que esto iba a pasar, pero no quería que ocurriera. Me sentía rota por dentro. Su silencio me había dicho todo aunque podría haberlo malentendido. Cuando Burst me empezó a gustar, tuve miedo de que supiera la verdad y ya no quisiera juntarse conmigo. ¿Por qué pensé que podría gustarle? No puedo competir con las demás chicas, ellas son bonitas, tienen cuerpos bonitos... y dos brazos. Sentí mis ojos cristalizarse y evité romper a llorar ahí mismo. No quería pensar que todo lo que habíamos hecho juntos había pasado solo porque él no sabía que no soy normal, que solo soy un bicho raro. Nunca he sido la primera opción y no voy a serlo ahora que fui víctima de ese ángel de dientes afilados. No llores, Allen... No llores, Allen... Debes ser fuerte.

—Allen, me gustas.

Sus palabras me hicieron girar sobre mis talones y mirarlo. Ya podía sentir las lágrimas surcando mis mejillas.

—¿Qué? —susurré con la voz quebrada.

—Me gustabas antes de saber que tenías una prótesis y me sigues gustando ahora que sé que la tienes.

Pasé mi muñeca por mi rostro, quitando el líquido salado que habían soltado mis ojos sin permiso.

—Me gustaría levantarme y darte un abrazo, pero ya sabes que no puedo —agregó, extendiendo sus brazos.

Me mordí el labio inferior, conmovida. Me subí a la camilla y apoyé una rodilla en cada lado, dejándome caer sobre su pecho. Sentir sus brazos rodearme fue simplemente reconfortante. Burst es maravillosamente maravilloso.

—Me gustas mucho —susurré, apretándolo con fuerza—. Mucho, mucho.

[...]

Narra Burst Cab.

Al fin el grupito del tipo dos habían sido expulsados y nuestra parte de la culpa quedó como defensa propia y no como acto de violencia, aunque nos dieron un aviso. Las pruebas apuntaban a que mi cuerpo no soportaría el ataque de «eso» que intentaba matarme por dentro si no hacían algo rápido. Debía visitar el médico cada vez que me doliera algo por muy pequeña que fuera la molestia. Allen se quitaba la sudadera en clase, puesto que ya no había nada que esconder. Todos allí lo sabíamos. Gabriella, la profesora de arte recién incorporada, nos había dicho que iríamos a un museo en Lostlive como excursión.

—Iremos juntos en el autobús, ¿no? —preguntó, bebiéndose un zumo de naranja—. Creo que son dos horas de camino, así que tenemos mucho que hablar para no aburrirnos. Aunque podemos ver una película en el móvil o jugar a algo. Me he descargado el ajedrez, por si quieres un jaque mate. Te aviso que se me da genial.

—Solo voy para ir contigo en el autobús —confesé—. Lostlive no me gusta nada.

—¿Por qué no? He oído que es muy grande y tiene infinidad de cosas que hacer. Hay jardines, museos, bibliotecas, parques naturales, un palacio... ¡incluso un acuario en el que hay tiburones!

—Antes vivía allí —respondí, agachando la cabeza—. No quiero cruzarme con algún conocido.

—Podemos ir de incógnito —sonrió—. Conseguiré disfraces.

—¿No crees que así llamaríamos más la atención?

—No lo creo. Yo puedo ir de tiburón blanco y tú de tiburón martillo.

—Quizá en carnaval —accedí.

—¡Genial!

D̶i̶s̶capacitadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora