33

109 6 0
                                    

Narra Burst Cab.

Me desperté con un dolor de cabeza punzante, no menos molesto que los que tenía de forma recurrente tras el accidente. Despegué los párpados con pereza, demostrando que no había podido descansar bien. La habitación daba vueltas. Cuando pude recomponerme un poco, sin moverme, me senté con ayuda de mis brazos. No era mi cuarto. Pude reconocer al instante que era el de Allen. Giré la cabeza a un lado, encontrándola a ella, todavía dormida. ¿Hemos dormido juntos? La idea hizo que el calor subiera a mis mejillas, olvidando el cansancio y dolor que sentía. ¿Por qué estaba así? No recordaba nada de la fiesta del club de baloncesto. Allen se revolvió en la cama, soltando un ruidito antes de levantarse.

—Buenos días, cariño —murmuró, frotándose los ojos—. ¿Estás mejor?

—Me duele todo —confesé, dejando que mi cuerpo volviera a caer por completo en el colchón—. Y no recuerdo nada.

—¿No? —una sonrisa divertida se formó en sus labios—. Me preguntaste mi nombre y si tenía novio de camino a casa.

—¿En serio? ¿Por qué? Eso ya lo sé.

—Ibas un poquito pasado —confesó en un suspiro.

—¿Solo un poquito?

—Bueno, más bien un bastante.

—Joder —susurré, pasándome la mano por el pelo.

—No he dejado que te hicieran nada, soy como una mamá oso para estas cosas —soltó una risa, volviendo a recostarse—. Y no te he hecho nada, claro.

—Lo sé, Allen, nunca desconfiaría de ti.

—Pareces un angelito cuando duermes.

—Qué vergüenza —me tapé la cara con ambas manos, sintiendo que me ardían hasta las orejas.

—¿Por qué? Eres un angelito precioso.

—No es eso... Es decir, sí, más bien lo es todo. Nunca había hecho algo así... Mi madre me va a matar.

—Hablamos ayer con ella y dijo que estás castigado un mes y que hoy no tenías que ir a clase —acarició mi pelo—. ¿Sabes lo que necesitas para mejorarte? Desayunar. El desayuno es la comida más importante del día —se levantó de un salto—. ¿Quieres dormir otro rato mientras preparo todo?

—No, quiero ir contigo.

—Pues vámonos —sonrió, inclinándose para cogerme en brazos.

Colocó mis piernas a los lados de su cadera, sujetándolas, mientras yo rodeaba sus hombros con los brazos para evitar caerme. Me llevó hasta la cocina, donde me sentó en una sillita verde.

—¿Te apetece bizcocho de yogur? —sacó una bandeja pequeña de cartón que contenía varios trozos de bizcocho tapados—. Lo compré ayer por la mañana porque se me ha estropeado el horno y ya no puedo hacerlo yo.

—Sí, gracias.

Cortó y colocó en un plato un trozo y me lo puso en la encimera, tras acercarme a ella para poder usarla de mesa.

—Tengo una cosa que te va a venir genial —sacó una jarra de cristal con líquido azul de la nevera—. Las bebidas electrolíticas son buenísimas para tratar la resaca.

Llenó un vaso y me lo dio.

—Electrolítica es lo mismo que isotónica, ¿no?

—Sí, perdona por la palabra —se rio.

—No importa, ha sonado genial —admití, acercando el vaso a mis labios para darle un sorbo.

—Quién fuera el vaso —sonrió, sacando la cuchara con la que se estaba comiendo un yogur con bolitas de chocolate de la boca.

—Y la cuchara.

Soltó una risa antes de sentarse en la mesa, a mi lado. Se terminó el yogur en lo que yo el pedazo de bizcocho. Me terminé la bebida de un sorbo largo y moví la silla para dejarlo en la encimera.

—Espera, cariño, ya lo dejo yo -me lo quitó de la mano para dejarlo en el fregadero—. Esta también es tu casa y, aun así, seguiré teniendo modales de anfitriona.

—Gracias.

Ella no cree que no sea capaz de algo, solamente trata de reducir mi esfuerzo para cuidarme. Tipo 3: Allen.

—¿Te llamaron ya del hospital? Noland no me ha comentado nada de... eso. Noland destaca como neurocirujano pero es cirujano general. Es muy bueno, puede que quiera coger tu operación.

Sorpresivamente, no me molestó que nombrara la operación. Ya lo tenía asimilado, supongo. Si iba a tener su apoyo, no me parecía tan horrible.

—No... Los del hospital tienen el número de mi madre, pero ella no me ha dicho nada todavía. Espero que no sea muy tarde, por mi condición actual y para no fastidiarnos el verano. Además, tenemos que ir al museo de tiburones en dos días.

—Burst, acabo de tener una idea buenísima —anunció, sonriente.

Observé atento como rebuscaba entre los cajones blancos de la cocina hasta encontrar un papel amarillento -seguramente un folio hecho con otros- y dos bolígrafos azules sin tapa.

—¿Para qué es? —pregunté, curioso por saber lo que rondaba en su cabeza.

—Hagamos una lista de cosas que vamos a hacer este verano. Es el primero que pasamos juntos, así que tiene que ser inolvidable. Tenemos que hacer un montón de cosas y visitar muchísimos lugares.

—Una lista —repetí, con entusiasmo—. ¡Me encanta planificar listas!

—Vale, genial, empezaremos por... ¡un parque de atracciones! —lo apuntó, igual de emocionada que yo—. Y tenemos que ir al cine de verano que preparan en la plaza. Jerry hace bocadillos especiales las noches de cine y, con suerte, vendrá el chico del carrito de palomitas este año.

—Y volveremos al acuario, esta vez a una visita para los tiburones. Seguro que Charlie se alegra de verte —agregué, escribiéndolo en una esquina.

—Bien pensado —me revolvió el pelo—. Iremos a la playa, a todas las playas que podamos encontrar.

—Buscaremos entradas para cualquier concierto al aire libre y acamparemos allí para tener un sitio en primera fila —apunté—. Conseguiremos autógrafos de cantantes que ni siquiera conocemos.

—Montaremos a caballo, en unos que se llamen Arcoíris y Tarta de Fresa.

—Visitaremos un museo de arte moderno para reírnos de lo ridículo que es —sonreí, escribiendo aquel deseo tan profundo.

—Iremos a ver las estrellas desde el cañón más alto que Amélie pueda subir. Creo que en julio hay una lluvia de estrellas y podremos pedir deseos —fantaseó, olvidando por un momento qué estábamos haciendo.

—Oh, y podemos buscar un campo de tulipanes, seguro que hay alguno.

—¡Y un jardín botánico!

—Podemos ir a una protectora de animales para acariciarlos.

—Nadaremos con tiburones dentro de una jaula de hierro inestable.

Miré cómo lo apuntaba y dibujaba un pequeño tiburón junto a las letras, pensando si yo podría hacer algo así. No creo que hayan jaulas inestables adaptadas para discapacitados.

—Me gustaría acariciar un tiburón —confesé, moviendo la mano para simularlo—. Seguro que son suaves.

—Buscaremos dónde está la piscina más grande del país e iremos a bañarnos. Voy a comprarme un bañador de tiburón precioso y unas chanclas a juego... ¡Y una colchoneta hinchable!

—Podemos buscar cuándo firma libros la autora de esa novela de ciencia ficción que leímos y pedirle que nos la firme.

—Veo que esa cabecita no para de tener ideas geniales —se agachó un poco para besar mi frente.

—¿Nos dará tiempo a hacer tantas cosas? —cuestioné con diversión, viendo las palabras claves que habíamos apuntado para no escribir todo el plan.

—Tenemos todo el verano —se encogió de hombros con una sonrisa amplia—. Todo para nosotros solos.

Todo el verano para nosotros. Suena demasiado bueno para ser verdad.

D̶i̶s̶capacitadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora