Mi primer día de clase había llegado y no podía evitar apretar los aros de empuje. Puede que la abuela tuviera razón y este no era mi lugar. Aunque fuera así, no le daría el gusto de volver a casa y solicitar que me aceptasen en un colegio especial. Eso jamás.
—Ven, te llevaré a tu clase —la directora de ofreció a llevarme, tirando de los empuñaduras.
Los nervios me estaban matando. ¿Cómo serían mis compañeros? ¿Podré hacer amigos? Espero que el profesor no tenga una voz aburrida o me dormiré durante la explicación. La mujer me habló de las normas de convivencia del centro y me dijo que podía ir a verla en cualquier momento si necesitaba algo y que me daría un pase para que estuviera por los pasillos sin tener problemas, también uno para el baño y uno para poder elegir la mesa que quisiera en la cafetería. No me gustaba tanta atención, no necesito más que el resto.
—Aquí es —sonrió, abriendo la puerta amarilla del aula 34-H—. Margarita, este es el nuevo alumno.
—Oh, bienvenido —la profesora se giró hacia mí, enternecida—. Chicos, darle la bienvenida a vuestro nuevo compañero. Se llama Burst, os ruego que lo tratéis bien.
Todos se pusieron de pie y gritaron «bienvenido» con todas sus fuerzas. Una chica no lo hizo, ya que estaba demasiado centrada en su libro de texto. Por supuesto, la tal Margarita la regañó.
—Perdona a nuestra oveja descarriada —su tono era dulce, incluso si la asesinaba con la mirada—. Tranquilo, no viene casi nunca.
¿Oveja descarriada? Antes de darme cuenta, un grupo de adolescentes me rodeaba. No paraban de hablar y hablar.
—¿Duermes en la silla?
—¿Cómo vas al baño?
—¡Puedo llevarte la mochila si quieres!
—Pobrecito.
—¡Qué lindo!
—¿Naciste sin poder caminar?
—¿Quieres sentarte conmigo?
Parpadeé un par de veces, tratando de asimilar las preguntas de su repentino interrogatorio. La profesora no ponía orden, solo miraba la escena con una sonrisa amable. Sentía mis manos sudar más que antes. Ya no estaba nervioso, sino que la cabeza me iba a explotar. Este instituto no era para nada como el anterior en el que estuve. Yo ya no era como cuando estuve en el anterior.
—Chicos, chicos —movió sus manos de arriba abajo, ordenando que se calmaran—. Volver a vuestros asientos, por favor, tenemos que elegir con quién se sentará Burst.
Cuando pronunció mi nombre reaccioné. ¿Sentarme con alguien? No, la silla sería un problema a la hora de compartir espacio.
—¿Alguien se ofrece? —miró a sus alumnos, que ya permanecían sentados y atentos.
Las chicas y algunos chicos levantaron la mano en el mismo instante en el que dijo la primera palabra, como si ya supiera de qué se trataba. ¿Por qué no me pregunta si quiero sentarme con alguien o no? ¿No debería elegir yo?
—Bueno —interrumpió la directora, que seguía allí—. ¿No crees que será mejor que escoja él?
—Tienes razón, tienes razón —torció su arrugado rostro hacia mí—. ¿Con quién te gustaría sentarte, querido?
Miré a mi alrededor unos segundos. Ya lo tenía claro. Señalé a la castaña, decidido.
—¿Seguro? —dijeron ambas adultas a la vez, estupefactas.
Todos parecieron sorprenderse.
—Si a ella no le parece mal, claro —agregué.
Alzó la vista y esbozó una sonrisa ladina y una risa ahogada. Tampoco parecía creerse lo que estaba pasando. Cerró el libro y se levantó, apartando la silla de madera de la mesa vacía que había a su lado. Hizo un gesto para que fuera hasta allí. No pude evitar sonreír. Puede que ella fuera mi primera amiga. Llevaba una sudadera en vez del jersey sin mangas escolar y su mano derecha estaba cubierta por un guante gris de lana.
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D̶i̶s̶capacitados
RomanceBurst, un chico de diecisiete años con una vida aparentemente perfecta, sufre un brutal accidente que lo deja en silla de ruedas. Sin creer tener un lugar en el mundo ahora que no es como antes, se encierra en casa para no ir a clase, perdiendo los...