Julia
—Te ha comido enterita con los ojos
—comenta, en cuanto nos sentamos.—No me interesa —respondo y dedico una mirada discreta a mi espalda.
Lo cierto es que es guapo, muy guapo, pero algo dentro de mí me empuja a sacudir la cabeza.
—Está bueno, pero…
—¿Pero?
Me encojo de hombros. No lo sé. Se supone que estoy aquí para divertirme, para pasar página, pasarlo bien, olvidarme y dejar de pensar. No se me ocurre nada que añadir después de ese «pero» simplemente, no me apetece.
—No importa —dice, cuando no respondo y se gira hacia atrás para señalar uno de los edificios iluminados—. ¿Ves esa ventana de allí? Dicen que allí vivió Madame Alet antes de morir.
—¿Quién es Madame Alet?
Lena abre un poco la boca y enarca ligeramente las cejas.
—¿No conoces la historia de Madame Alet?
La música empapa sus palabras, el bajo acompaña su voz y las luces de los farolillos reflejan sombras sobre la piel desnuda de sus hombros.
Espero a que sacuda la cabeza y continúa.
—Madame Alet era primera bailarina en Moscú. Su madre era francesa, su padre moscovita. Vivió en Rusia hasta que se enamoró perdidamente de un soldado de la DGSE, la inteligencia francesa y lo dejó todo atrás para venir con él hasta aquí.
Veo por el rabillo del ojo cómo un joven se acerca a nosotras mientras Lena habla. Ella también se da cuenta y le dedica una mirada carente de interés sin dejar de hablar. El chico capta la indirecta y da media vuelta.
Parece que el volumen de la música crece un poco, y se acerca más a mí mientras hace girar la pajita de su copa entre los dedos y pierde la mirada en las vistas.
—Poco después, el soldado volvió a Rusia. Si cerraba aquella misión, sería libre. Dejaría la DGSE y se iría a París con su bailarina. Sin embargo, no llegó a salir de Moscú con vida y ella se quedó sola en un lugar extraño, sin conocer el idioma ni a su gente.
—Intuyo que la historia no acaba bien para Madame Alet.
Lena alza un dedo para que le permita acabar y da un sorbo a su bebida.
—Intentó volver a casa, pero no le permitieron entrar al país. Un tiempo después, encontró trabajo en el ballet de la Ópera de París. A pesar de todo, de las tragedias que había soportado, logró salir adelante. Se hizo famosa, se convirtió en la musa de muchos artistas, empezó a codearse con la alta burguesía. Aprendió francés, buscó una casa en Montmartre y se marchó de aquí. —Se aparta un mechón de la frente y suspira, totalmente absorbida por su propia historia. Tiene algo en la voz, algo atrayente y suave, que envuelve y abraza—. Un día, volvió. Cuando consiguió construir una nueva vida, regresó a la casa en la que había vivido con su amado. Subió a su piso, hasta esa ventana de ahí y se arrojó al vacío. Los que pasaban por allí la vieron caer desde la calle.
—¿Por qué haría algo así? —exijo saber.
—Algunos creen que no se tiró, que alguien la empujó. Era importante, una gran bailarina. Dicen que una compañera la siguió y la empujó; por celos.
Otros creen que fue un admirador, alguien que quiso unir su nombre al de ella para siempre. Hay quien cree que fue un atraco, que alguien peligroso vivía en esa casa deshabitada y forcejeó hasta que acabó con su vida. Otros simplemente dicen que Madame Alet tuvo mala suerte y resbaló.