Julia
Desde que Kat volvió, estamos un poco apretados. Lena y yo dormimos en un cuarto, ella en el contiguo y Jared se ha adueñado del sofá.
Por suerte, el novio de Kat está en Oslo con su hermano, con Kenny y no volverá en un tiempo, así que esto todavía no se ha convertido en una completa locura.
El otro día se me ocurrió preguntarle a Kat qué ocurriría cuando volviera Erik, dónde iba a vivir, si se marcharían juntos a algún apartamento o se quedarían en este.
He aprendido que no tengo que hacer esas preguntas si quiero continuar con vida.
Durante los días que hemos convivido juntas, me doy cuenta de que tiene razón en algo: somos muy parecidas. No le gusta hablar del futuro y plantearse cosas como si tendrá que vivir con Erik, la agobia tanto que nunca piensa en ello.
No hemos vuelto a hablar de Lena desde aquella charla y yo tampoco podría haberle dicho gran cosa. Es cierto que no pretendo hacerle daño, pero tengo temores que Kat no podría comprender a no ser que le contara toda mi historia y no pienso hacerlo.
Así que no puedo prometerle que no me marcharé.
No estoy haciendo nada malo. Lena lo sabe. Sabe que en cualquier momento todo podría torcerse, igual que lo saben mis padres e igual que lo sé yo.
Tengo a Lena delante.
Lleva un par de días leyéndose el manuscrito de Artem y solo le quedaban los últimos capítulos, los míos.
Estamos en una de las calles del Barrio Latino. Hoy Lena también se ha acercado a buscarme, pero no ha entrado. Al salir, hemos comprado un café y un chocolate para llevar en una tiendecita a pie de calle y nos hemos retirado hasta una zona apartada, donde la sombra de los edificios protege del calor y apenas hay gente que transita las escaleras en las que nos sentamos.
La he obligado a que dejase de leer hasta que yo llegara, porque quería ver su reacción cuando terminara, quería estar delante, pero ahora se me está haciendo eterno.
—¿Y bien?
—Shuuu… —me silencia, sin apartar la vista de las páginas impresas.
Tienen que pasar unos cuantos minutos más hasta que alza la cabeza y sonríe.
—Enhorabuena. Es maravilloso.
—¿De verdad?
Asiente, convencida y yo quiero pensar que esa expresión de orgullo no se puede fingir.
—Me ha encantado. Es un final bonito, mucho más que el que eligió Artem.
—¿Cambiarías algo para mejorarlo?
—pregunto, entusiasmada.—No —responde, sin pensárselo y un sentimiento cálido embarga mi pecho.
Lo he hecho. Lo he terminado, a mi manera, pero le he puesto el punto y final y algo dentro de mí me dice que es un primer paso para pasar página en mi propia historia también.
Me inclino sobre Lena y le doy un beso, emocionada.
—Mmmh… —farfulla, con los ojos cerrados—. Sabes a chocolate. Vuelve a hacerlo —me pide.
—¿Si tanto te gusta por qué no pides chocolate en lugar de café?
—Me gustan tus besos con sabor a chocolate —contesta resuelta y esta vez es ella la que se inclina para robarme un beso lento y meditado que hace que el corazón se me acelere un poco.
Cuando se aparta, tiene el pintalabios un poco difuminado, e imagino que ahora la mitad estará por toda mi cara. No me importa. Sus besos merecen la pena.