Julia
Hacía mucho que no paseaba por el Barrio Latino de Londres, meses desde que no me perdía en sus calles abarrotadas y me sentaba en una de las terrazas a tomar un café.
Nunca me ha gustado estar sola, sobre todo después de Artem. Quizá por eso haya tardado tantos días en decidirme a recorrer Londres y a visitar lugares que hacía tanto tiempo que no veía.
Jamás había salido sola a dar un paseo o a tomar algo y mucho menos había ido sola de compras. Pero cuando vine aquí a pasar el verano sabía lo que estaba haciendo.
Lena se ha portado muy bien conmigo y sé que me acompañaría en cada excursión con una sonrisa radiante, pero podría no ser el caso. Contaba con esto, con la soledad.
Eso necesitaba. Tiempo para pasar página y eso implicaba pensar.
Por eso, esta mañana me he levantado temprano, me he vestido y he conducido hasta el Barrio Latino.
Cada músculo de mi cuerpo ha protestado cuando la alarma ha sonado tan temprano y me he obligado a deslizarme fuera de las sábanas, pero ahora lo agradezco.
No estoy mucho tiempo por aquí, lo justo para pasear, reencontrarme con las calles y los lugares y tomar algo en un lugar discreto a pie de calle.
Después, compro unos croissants y vuelvo a casa.
Cuando regreso, Adèle me recibe con un maullido apremiante. Dejo el casco en la mesita de la entrada, me cuelgo la bolsa de un brazo y tomo a la gata con el otro para prestarle atención.
No me lo pienso dos veces cuando empujo la puerta del cuarto de Lena y entro sin llamar.
—Buenos días —murmuro, sin levantar mucho la voz. Tampoco quiero que me odie.
La suave luz de la mañana se cuela a través de las cortinas. Lena está dentro de la cama, cubierta totalmente por un edredón blanco que apenas deja entrever su cabecita pelirroja y despeinada.
Responde algo que no comprendo y me da la espalda.
—Lena, he traído el desayuno —le digo, esperando que cambie de idea y dejo a Adèle a su lado.
La gata se pasea sobre ella con total impunidad y acaba acomodándose a sus pies.
—¿Café? —pregunta. Apenas abre un ojo para mirarme, mantiene el otro cerrado, incapaz de abrirlo y yo no puedo evitar reírme ante la imagen.
—Croissants.
Lena deja escapar un quejido lastimero y se revuelve de nuevo. Parece que está dispuesta a darme la espalda y dormir de nuevo cuando se da la vuelta.
—¿Has salido?
Asiento.
—¿Qué hora es? —se inquieta—. ¿Cuánto tiempo llevo dormida?
Lena acaba incorporándose y Adèle salta hasta su regazo para reclamar su atención.
—Son solo las nueve, no te preocupes.
—¿Y qué rayos haces despierta y… vestida?
—He salido a dar un paseo.
Lena me observa de arriba a abajo. Puede que ella también se haya dado cuenta de que en el tiempo que llevo aquí no he salido mucho del apartamento sin ella. Sin embargo, decide guardar silencio.
Me pongo en pie y le hago un gesto para que me siga. Cuando me doy la vuelta, la escucho protestar un poco, pero acaba siguiéndome hasta la encimera de la cocina.