Capítulo 27

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Lena

Mi hermano me ha mandado un mensaje. Un maldito mensaje para preguntarme qué rayos quería.

¿Las fases de la luna? ¡Y una mierda! Está idiota, solo eso.

Le he contestado en el mismo tono encantador que él y he decidido ignorarlo hasta nuevo aviso.

Esta tarde, Julia ha vuelto al gimnasio, aunque esta vez no ha fingido no saber usar las máquinas. Ha estado formal y tranquila, atrayendo todas las miradas con indolencia desde su cinta de correr, sin llamarme ni una sola vez desde que ha entrado.

Se ha quedado hasta que he acabado mi turno y cuando ha llegado la hora de ducharnos no he escuchado una sola propuesta indecente. Simplemente nos hemos vestido y hemos paseado hasta entrar en el primer café que hemos encontrado.

Ambas tenemos el pelo mojado, pero el sofocante ambiente veraniego de Londres hace que no importe en absoluto.

Llevamos un tiempo sentadas, rodeadas por la gente que va y viene, el ruido de los cubiertos, las tazas y los aromas a café y té, cuando Julia se inclina un poco sobre mí y sonríe.

Hace algunos días que la veo más apagada. No es que parezca triste. Nos reímos mucho juntas. Simplemente, no se ríe con la misma fuerza y sus locuras no destilan la misma intensidad.

Aunque tal vez solo sean imaginaciones mías.

—No mires, pero hay una chica que te está mirando.

—¿Seguro que no te mira a ti? —replico y mis ojos bajan un poco hasta el borde de su camiseta de tirantes negra.

Me obligo a dejar de mirarla enseguida.

—Seguro. No te quita el ojo de encima.

—¿Cómo es? —pregunto, solo por diversión.

Julia alza un poco los ojos con disimulo y vuelve a bajarlos enseguida.

—Pelo castaño, mechas californianas, un vestido que parece muy de tu tipo…

—¿Muy de mi tipo? —pregunto, intentando averiguar si debo ofenderme o no.

—Flores. Colores alegres. Ya sabes, como si acabase de vomitarlo un arcoíris.

Suelto una carcajada e inmediatamente después me inclino sobre la mesa para darle un empujón, pero ella se aparta a tiempo y yo estoy a punto de tirar todo lo que está encima de la mesa.

Julia se ríe de mí y yo contengo la risa mientras procuro mantener todo bajo control y vuelvo a mi sitio.

—Sigue mirando —comenta, observando por encima de mi hombro—. Ahora le ha dicho algo a alguien y parece que… Oh, no. No. Mierda.

Julia aparta la mirada con brusquedad y siento que se pone un poco blanca.

—¿Qué ocurre?

—Conoces a la persona con la que está
—me dice.

—¿Que la conozco? —repito—. ¿A quién conoces que yo también…?

No llego a terminar la frase. Abro la boca lentamente y ella asiente en cuanto ve mi expresión.

—Vienen hacia aquí —me advierte.

Intento mantener una expresión serena, pero todo mi cuerpo entra en tensión. Aguardo al momento, espero a que lleguen a nuestro lado, a que se detengan y, entonces… las veo pasar de largo.

Pasan a nuestro lado sin detenerse siquiera. Nastya, que camina junto a la chica que ha descrito Julia, no se digna a mirar atrás cuando se dirige a la salida. Su acompañante, sin embargo, sí que me dedica una última mirada.

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