Artem
Londres, dos años antes, abril.
Los siguientes días, Artem tuvo cuidado, temía que después de lo que Julia había confesado, fuera a salir corriendo, pero no lo hizo.
Le dejó espacio y procuró no presionarla. No volvieron a sacar el tema, pero los dos sabían que algo tenía que cambiar. Y cambió.
Los besos se volvieron más largos, las caricias más dulces y las miradas más intensas y, cuando finalmente, llegó el momento, resultó cercano y tierno.
Junto con el magnetismo de las primeras veces, ambos sintieron un calor familiar, una confianza que habían trabajado durante semanas y que hizo que todo resultara sencillo y perfecto.
Después de eso, nada volvió a ser igual. Artem fue prudente. Conocía a Julia lo suficiente como para saber que podía resultar volátil y cambiante, pero aquel invierno fue el mejor de su vida y aprendió a leer en las sonrisas de Julia que también lo había sido para ella. Así que, dejó de preocuparse.
Siguió trabajando como camarero, pero pronto tuvo que tomar la decisión de meter menos horas para poder sacar adelante su trabajo de fin de carrera.
Eso le obligó a privarse de ciertas cosas y tras unas semanas de hacer malabarismos para llegar a fin de mes, se plantearon vivir juntos.
Pasaban la mayor parte del tiempo juntos y seguir pagando dos alquileres era absurdo, así que Julia se mudó con Jared y él.
No todo fue fácil. Las diferencias que ya conocían se hicieron más evidentes y las que aún no conocían, acabaron surgiendo.
Las discusiones solían ser intensas. Julia era como una supernova, se calentaba hasta estallar y arder y lo arrasaba todo a su paso. Artem, en cambio, era tranquilo y templado ay precisamente esa frialdad alteraba aún más a la joven. Al principio, a Julia le costó entender aquella impasibilidad que Artem mostraba a veces, aquel abandono consciente que lo embargaba.
También pelearon por aquello. Discutieron por sus ideologías, por el reparto de tareas, por la despreocupación de Julia sobre su relación, por la excesiva preocupación de Artem… Discutieron incluso sobre el color de unas zapatillas.
Un. Maldito. Color.
Sin embargo, había algo en lo que siempre coincidían: se querían demasiado como para recordar cualquiera de esas discusiones al día siguiente.
Así que supieron salir adelante.
Julia pasó tardes enteras rondando a Artem en silencio, procurando no molestarlo mientras terminaba su trabajo de fin de grado, pero manteniéndose cerca de él. Se levantaba temprano para desayunar juntos y volvía a acostarse después. A veces, lo esperaba despierta solo para darle las buenas noches.
Sin ella, Artem no habría avanzado. Incluso durante las semanas más oscuras, aquellas en las que perdía las ganas de seguir adelante, Julia estuvo con él recordándole que debía continuar.
Lo escuchaba hablar sobre su tema de investigación, se alegraba con él cuando encontraba lo que buscaba tras días de intentos fallidos, e incluso comenzaba a dominar la materia tan bien como él.
Gracias a Julia, Artem retomó un proyecto olvidado, algo en lo que se había dejado el alma y la piel: una novela. Tenía grandes planes para esa historia. Tenía el comienzo y el nudo y los ánimos y el apoyo constante de la joven le hicieron decidir el final en la escaleta. Solo tenía que escribirlo.
Sin embargo, a pesar de todo el esfuerzo, no llegó a todo y lo dejó a un lado para cuando estuviese más libre. Como tenía que seguir trabajando para pagar su parte del alquiler, tampoco pudo presentar su propuesta del trabajo de fin de grado, así que decidió posponerlo para la próxima convocatoria después del verano.