Lena
Han pasado unos días desde que hablé con Nastya por última vez. Desde entonces, procuro repetirme a mí misma lo mismo que le dije a Julia y, poco a poco, empiezo a sentirme más entera, más libre… sin que me falte ninguna pieza.
He vuelto a salir con Julia por ahí, nada de fiestas intensas ni alcohol ni chicos. Solo nosotras dos por las calles de Londres.
Desde entonces, he hablado un par de días con Kat. Kenny no mejora y aunque él haya asumido ya lo que va a pasar, sus seres queridos no lo han hecho aún. Kat y Erik también lo están pasando mal.
Estoy ojeando su perfil en la red, viendo los dibujos que ha subido, cuando siento una respiración a mi lado.
—Son muy buenos —dice Julia, con admiración.
Acabo de levantarme de la cama e intento reunir fuerzas para meterme en la ducha y vestirme. Este verano he llegado tarde al gimnasio alguna vez y no creo que a Antón le siga haciendo gracia. Así que debería darme prisa.
—Son de Kenny, el chico del que te hablé.
Le tiendo el móvil y Julia rodea el sofá para sentarse con Adèle y conmigo. Como cada mañana, solo viste una camiseta y está muy sexy con ese pelo negro revuelto. Los límites de su intimidad siguen estando en el mismo sitio de siempre, perdidos en algún lugar entre lo indecente y lo tentador, sobre una línea peligrosa.
—Son geniales —murmura y veo cómo desliza el dedo para seguir viendo sus dibujos—. Y escribe.
Asiento.
Julia se detiene más de la cuenta en alguna publicación. Continúa maravillándose y haciendo algún que otro comentario mientras me los enseña.
De pronto, se pone de rodillas, se gira hacia mí y baja el móvil. No entiendo lo que hace hasta que se levanta la camiseta y acerca la pantalla a su costado.
Dios santo bendito.
—Imagínate esto aquí.
Me está enseñando un dibujo de Kenny, lo sé. Pero no tengo ni la más absoluta idea de qué es. Solo veo su ropa interior, la base de su pecho y su abdomen tatuado.
Hasta diez, Lena. Cuenta hasta diez.
—Te quedaría bien —murmuro y me pongo en pie antes de que me dé una embolia.
—¿Qué vas a hacer hoy? —quiere saber, siguiéndome con la mirada.
—Tengo que trabajar. Voy a meter más horas para tener libre el fin de semana. Así podremos hacer algo juntas.
Siento cómo algo cálido se desliza dentro de mi pecho cuando me dedica una sonrisa agradecida y asiente.
—He estado pensando y a lo mejor te acompaño.
—¿Al gimnasio? —me extraño.
—Sí. Llevo ya dos semanas aquí…
—¿Solo han sido dos semanas?
—pregunto.Ella tuerce un poco la sonrisa en un gesto adorable y se cruza de brazos.
—Vaya, gracias, muy bonito. Me alegro de que el tiempo conmigo se te haga tan largo.
Me echo a reír, porque no lo decía con esa intención y sacudo la cabeza.
Sin embargo, no pierdo la oportunidad.
—Y además aún quedan otras cinco. No sé cómo voy a sobrevivir.
Julia, molesta, coge el cojín que tiene al lado y me lo lanza. Adèle maúlla en protesta y se marcha de un salto.