Lena
Anoche Julia y yo dormimos juntas, solo dormir.
Entre beso y beso, tuve la sensación de que no quería acabar ahí, sino dar un paso más allá. Pero la posibilidad de avanzar me abandonó tan rápido como llegó.
Quiero esto.
Quiero las miradas provocativas, las caricias discretas en el metro, los besos de madrugada, los silencios llenos de significado, los suspiros y las sonrisas.
Ya no pienso en Nastya ni en el daño que nos hicimos la una a la otra. No me interesa salir de bar en bar para acabar durmiendo en la cama de un extraño, ni echo de menos el cosquilleo que sentía al conocer a alguien nuevo.
Me encantaría poder disfrutar conociendo a Julia, aprenderme de memoria todos los trazos de tinta de su piel y perderme en caricias eternas. Pero no puedo evitar pensar que lo que estoy haciendo, lo que estamos haciendo las dos, resulta peligroso, sobre todo para ella.
No se está recuperando de una ruptura.
Está superando una pérdida cuyo dolor ha arrastrado durante un año y está mal.
Cada vez que recuerdo la noche que vomitó en los baños de aquel bar o esa expresión tan desolada cuando me encontró en la bañera, creo que cualquier paso en falso podría desencadenar un episodio igual, o peor.
¿Qué pasará cuando discutamos? ¿Qué ocurrirá si soy demasiado bruta?
Todos sabemos que la delicadeza no es mi fuerte. Soy más de disparar a quemarropa. O, peor, ¿qué ocurrirá cuando tenga que marcharse?
Las dos sabemos que esto no durará… ¿no?
A veces pienso en hablar con ella sobre eso, en aclarar las cosas.
Lo que tenemos es una aventura o, al menos, debería serlo si va a marcharse.
Sin embargo, a mí me cuesta recordarlo cuando siento sus dedos revoloteando por mis mejillas, contándome las pecas o cuando entierra el rostro en el hueco de mi cuello solo para respirar mi aroma. ¿Qué piensa ella de todo cuanto está ocurriendo? ¿Cómo se enfrentará a otra pérdida cuando… cuando se tenga que marchar?
No quiero hacerle daño.
No me lo perdonaría si le rompiese el corazón.
—¿Me has oído? —insiste mi hermano, de pie frente a la isleta de la cocina—. Voy a por café.
—Sí, sí. Trae chocolate para Julia.
Estaba tan distraída, que ni siquiera escuchaba a mi hermano. Aún estoy medio dormida, pero en cuando me traiga mi café y vuelva a convertirme en un ser humano funcional, le exigiré explicaciones.
La cafetería está a la vuelta de la esquina, así que no tarda mucho en aparecer con dos cafés y un chocolate. Lleva una bolsa de papel entre los dientes y adivino que ha traído pan.
Ese es mi hermano.
Cuando toma asiento frente a mí, vuelvo a darme cuenta de otra cosa.
—¿Has bajado sin camiseta?
—Está aquí al lado —replica, quitándole importancia.
—Conozco al dependiente. No has pagado por esas cosas, ¿verdad?
—¡Claro que sí! —contesta, levantando más de lo necesario la voz—. He pagado por los cafés.
Le doy un empujón en el hombro y él se ríe. Mi hermano es un chico muy guapo. Se podría decir que nació con las mejores cartas y que además sabe como jugarlas. No tiene que esforzarse mucho.