Lena
Estoy demostrándole a una incrédula Kat que he aprendido a cocinar espaguetis, cuando escuchamos la puerta de la entrada y sonrío al darme cuenta de que será Julia.—¿Y esa sonrisita? —se burla Kat—. Ni siquiera sonríes así cuando llama el repartidor de la pizza.
—Es que esto es mejor que la pizza.
Kat se ríe con ganas y yo espero a que Julia aparezca para saludarla, pero no viene a la cocina. Así que soy yo la que deja el calabacín a medio pelar en su sitio y voy hasta su habitación.
Cuando veo lo que está haciendo, me detengo en la puerta.
—¿Qué haces?
Saca un cuaderno de la mochila y lo arroja a la papelera, donde ya tiene otros tres. Después, se afana en la tarea de encontrar papeles sueltos que rasga y rompe antes de tirar también.
—Las clases han sido un error.
—¿Qué? —Doy un paso adelante, desconcertada—. ¿Por qué dices eso?
—Porque sí. Periodismo no es lo mío.
—Claro que es lo tuyo —replico, intentando comprender qué ocurre—. ¿Qué te ha pasado?
—No me ha pasado nada, Lena
—responde, con dureza, mientras sigue arrojando cosas a la papelera—. Simplemente lo he probado, no me ha gustado y lo dejo.—Ayer estabas contenta.
—Te dije que estaba probando
—contesta, sin siquiera mirarme.No. No pienso permitirle que haga esto, que se lo haga a ella.
Entro en la habitación, voy hasta la papelera y la vacío sobre el escritorio.
Ella me dedica una mirada gélida, pero a mí me da absolutamente igual.
—No puedes renunciar a la primera de cambio. Las dificultades están ahí por algo, para que las superes.
—Mi novio se suicidó porque lo que sentía por mí no era suficiente para mantenerlo con vida —suelta, a quemarropa y da dos zancadas hasta llegar a mí para tomar un puñado de trozos de papel y volver a echarlos en la papelera.
Dios mío. Ha vuelto a caer en lo mismo. Ha vuelto a culparse de algo que en realidad es consecuencia de una enfermedad y ese pensamiento tóxico la va a destruir.
Comprendo enseguida que esto no tiene nada que ver con las clases.
—Cuéntame qué te ha pasado —le pido, impresionada—. Dime qué puedo hacer para ayudarte —suplico.
Ella sacude la cabeza. Tiene los ojos enrojecidos y camina de un lado a otro como un animal enjaulado.
—Nada. Solo quiero tirar estas cosas y olvidar que lo intenté —dice y esas palabras me parten un poco el corazón.
—No puedes hacer eso con todo lo que te suponga un reto, Julia —murmuro, intentando acercarme a ella una y otra vez—. ¿Harás lo mismo con nosotras? ¿Tirarás todo por la borda cuando las cosas se compliquen?
—¡No puedes hablar en serio!
—exclama—. ¡No puedes comparar esto con nosotras!—¿Por qué no? —le digo, suave, buscando su mirada mientras ella no hace más que rehusar la mía—. Si haces esto ahora, con el primer bache, ¿qué te impide hacerlo conmigo?
—¡Es distinto! —grita y tira la papelera al suelo de un golpe.
Nos quedamos un instante contemplándonos, sobresaltadas por el ruido que ha hecho.