Capítulo 40

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Julia

Hoy, cuando volvemos a casa, Lena me deja trabajar. He estado pensando en qué escribir un rato en el Epping, pero concentrarse con Lena acostada sobre mi regazo no ha resultado muy fácil.

Están sus ojos, de ese tono que mezcla dos colores tan hermosos y tan puros que he visto nunca y sus pecas, cientos de pecas que adornan sus mejillas y su nariz.

Así que al regresar a casa, le he dicho que quería seguir y a ella le ha parecido bien. Me quedo en mi habitación, en el escritorio y me quedo frente al manuscrito una eternidad hasta que me decido por tachar los últimos capítulos de la escaleta.

Lena tiene razón. Ahora, la historia es mía.

No tengo muy claro que saldrá de esto. Quizá estropee su obra, pero sé qué es lo que quiero hacer.

Le he pedido el portátil a Lena y pienso terminar de escribirlo así.

Reconozco que me da un poco de miedo empezar. Hace meses que no escribo nada, porque hacerlo me dolía demasiado.

Escribir siempre ha sido una terapia para mí, una forma de evadirme de la realidad, del mundo. Representa una catarsis y una liberación. No importa sobre qué escriba, incluso si no tiene nada que ver con lo que yo siento, me ayuda a superar mis propios problemas.

Sin embargo, cuando ocurrió lo de Artem, me bloqueé.

No tenía fuerzas para hacerlo. Sabía que si lo intentaba me sentiría mejor, pero no podía. Una parte de mí sentía que lo traicionaba.

Yo seguía levantándome cada mañana. Las clases seguían impartiéndose en la universidad. Mis padres seguían yendo a trabajar. ¿Por qué no se paró el mundo cuando él murió? Yo me sentía así. Parada. Y pensaba que si seguía con mi vida estaría traicionándolo.

Así que paré. Paré todo.

Dejé las clases. Dejé de ver a los amigos. Y dejé de escribir. Era parte de mi vida, así que me olvidé de ello.

Por eso me cuesta tanto empezar. Probablemente mañana lea lo que he escrito hoy y lo borre todo. No estoy nada satisfecha con el resultado, pero sí con el hecho de haber escrito algo. Así que, después de un rato, guardo el trabajo y salgo para reunirme con Lena.

No está en el salón y su voz cantarina me llega desde la cocina mientras canturrea algo. Huele estupendamente bien y no puedo evitar buscar los rastros de los envases cuando veo que hay comida preparada sobre la isleta de la cocina.

—No he oído al chico de los repartos.

Lena me dedica una mirada furibunda.

—Es que no ha venido ningún chico.

—¿Era una chica? —me burlo y tomo asiento, impresionada por el despliegue de platos que hay delante de mí.

—Muy graciosa. Gracias a tus bromitas, te quedas sin cenar.

—No me dejarías morir de hambre
—respondo, intentando adivinar qué ha cocinado.

Hay un plato de pasta, algo que parecen unos paninis y, sorprendentemente, una ensalada.

—¿Tanto tiempo he estado escribiendo?

Lena asiente levemente. Se sienta frente a mí y sirve un poco de ensalada en mi plato.

—¿Qué tal ha ido?

Sonrío, contenta.

—Muy bien.

Me alegro de habérselo contado, de haberle hablado del manuscrito. Si no fuera por ella, probablemente me habría resignado a escribir la propia historia de Artem y, aunque habría respetado sus deseos, me habría hecho daño a mí misma.

—Veo que a ti te ha ido muy bien cocinando.

—Solo hay pasta y ensalada —responde, quitándole importancia.

Pero yo sé que sí que importa. Lo ha hecho por mí, no por ella. Porque odia cocinar, igual que yo.

—Está muy rica —le aseguro.

Durante un instante nos miramos. Se prolonga un momento extraño, un poco tenso. Sin embargo, no es desagradable. Es, más bien, algo intenso. Inexplicable.

De pronto, suena el timbre y Lena se pone en pie, extrañada.

—¿Esperas a alguien?

Ella sacude la cabeza y va hasta la puerta. Yo la sigo y me quedo en la entrada del salón, expectante.

Lena mira antes por la mirilla y suelta un largo suspiro antes de abrir la puerta con ímpetu.

—Hola, hermanita.

Jared está al otro lado, con esa sonrisa de la marca Katin iluminándole el rostro aniñado. Sabe bien como usarla.

—¿Qué son esas cosas? —pregunta Lena, sin rodeos.

Jared oculta medio cuerpo tras el marco de la puerta, pero de su otra mano cuelga una mochila y hay una bolsa de deporte en el suelo. Parece equipaje, e intuyo que esconde más al otro lado.

—¿Son esas formas de recibir a tu amado hermano mayor que te quiere y te adora?

—Si mi hermano mayor pretende invadir mi apartamento, sí.

Jared ladea la cabeza y hace un puchero.

—Necesito quedarme aquí unos días.

—¿Qué pasa con el sitio donde te quedabas? —pregunta Lena.

Yo permanezco en silencio, observando desde la distancia como si fuera un partido de tenis.

—Que ya no me quedo en él.

Lena cruza los brazos frente al pecho.

—Vamos. Necesito un favor. No molestaré.

—No me preocupa que tú molestes. Me preocupa que tus ligues lo hagan.

—Nada de ligues —asegura—. Lo prometo.

Ella arquea ligeramente las cejas.

—Dios. Sí que debes de estar desesperado. —Suspira y se hace a un lado—. Ven, pasa.

Jared le dedica una sonrisa radiante, victoriosa. Se agacha para coger su bolsa de deporte del suelo y da un paso adelante.

—Bueno, ¿dónde dejo mis cosas?

Lena lo fulmina con la mirada.

—Puedes quedarte en mi habitación mientras nos organizamos —responde—. Yo dormiré en el sofá.

Jared sonríe y echa a andar hacia la habitación de su hermana.

—No sabía que ahora había un sofá en el cuarto que usa Julia.

En cuanto me mira y me guiña un ojo, yo le dedico una mirada de advertencia. No por mí, sino por su hermana, que lo sigue a través de la casa.

—Voy a poner un plato más en la mesa
—dice Lena, suspirando, y yo aprovecho que se ha alejado para acercarme a Jared.

—¿Va todo bien?

Aún tiene el ojo un poco morado y no puedo evitar preguntarme si no se habrá vuelto a meter en líos.

Cuando vivíamos juntos apareció así por casa un par de veces. Se podría decir que es un chico… pasional.

—Sí —responde, tranquilo—. Solo necesito un sitio donde descansar unos días. Les contaré todo, lo prometo.

Asiento. No soy quién para exigirle respuestas a nadie. Cuando Jared termina con su equipaje y pasa a mi lado lo abrazo. Hacía mucho que no lo hacíamos y lo echaba de menos.

—Todo va a salir bien.

Le digo lo mismo que me dijo él a mí cuando Artem murió.

Entonces no lo creí. Ahora recuerdo lo mucho que intentó apoyarme tras su muerte, aunque yo no se lo permitiera y me siento profundamente agradecida.

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