Lena
No me la quito de la cabeza.
No soy capaz de concentrarme en otra cosa que no sea Julia.
Hace horas que se ha marchado a casa, pero mi sangre se sigue calentando cada vez que pienso en lo cerca que he estado de cometer una estupidez.
Por favor, si casi le pregunto si quería que siguiera subiendo mis manos.
No quedaba más pierna por la que subir. Me abanico el rostro con los archivos que tengo en las manos y Antón interrumpe mis pensamientos.
—¿Te encuentras bien? No tienes buena cara.
—Hace mucho calor.
Antón enarca una ceja oscura, sabe que no hace calor, pero parece decidir que sea lo que sea lo que me ocurra, no es asunto suyo.
—Si te encuentras mal, vete a casa. Este trabajo no se puede hacer a media capacidad.
Con Kat siempre es igual. Nunca la deja entrenar si está enferma, el más mínimo gesto de resfriado es motivo para que la mande a casa. Dice que es mejor entrenar una hora a plena capacidad que tres a medio rendimiento.
—Aún voy a quedarme un rato
—respondo, volviendo a centrarme en las cuentas que tengo entre las manos.Es cierto que quería meter más horas y, además, tengo que serenarme un poco antes de volver al apartamento. Así que continúo con mi trabajo, intento despejarme y me regaño a mí misma cada vez que las largas piernas de Julia vuelven a mi mente.
Quizá sí que me haga falta un descanso, pero un descanso muy largo… unas vacaciones. A veces, la oferta que me hizo Antón antes de empezar el verano suena tentadora en mi mente.
Tomar las botas, la mochila y perderme en algún pueblecito del país. Beber vino, comer croissants y pasarme el día perdida en algún rincón apartado.
Luego recuerdo a Julia, sus piernas, el drama con Nastya, las facturas que tengo que pagar y mi pobre gata Adèle, que se quedaría sola y vuelvo a la realidad.
Cuando regreso, ya es más de media tarde. La jornada de hoy ha sido larga y dura y mucho más teniendo en cuanta que mi cabeza no estaba donde tenía que estar.
Julia está en casa, pero parece que acaba de volver de algún sitio. Su casco está sobre el sofá y su chaqueta de cuero tirada sobre el respaldo.
Enseguida, me doy cuenta de que no solo está la chaqueta. También sus pantalones, sus botas y… ¿eso son unas bragas?
—¿Julia? —inquiero—. ¿Estás sola?
Sigo el rastro de ropa hasta su cuarto y, cuando encuentro la puerta abierta, me asomo dentro con prudencia.
—¿Con quién voy a estar? —pregunta.
Julia está de pie en el centro de la habitación mientras gira sobre sí misma.
—¿No te parece genial? —me pregunta, divertida.
Lleva puesto un pantalón negro y ajustado, roto a la altura de las rodillas. Unas botas negras, una camiseta de Guns N’ Roses y una camisa oscura sin abotonar puesta por encima.