Artem
11 meses antes, Londres. Agosto.
Volvieron a Londres un poco antes de que acabara el verano. Esta vez, lo hicieron solos. Jared había acabado su carrera y no volverían a compartir piso los tres.
Artem y Julia, sin embargo, continuarían juntos.
Apenas habían pasado un par de días desde que volvieron del sur, cuando tuvieron una de sus peleas más duras.
En el momento, Artem no se sentía culpable. Todo le daba igual. Sentía ira y, después, una apatía asfixiante, que lo ahogaba, mientras ella intentaba hacerlo entrar en razón.
Tenían que pasar varios días hasta que se daba cuenta de lo que había hecho, de lo que aquello le hacía a ella, de que la hería de verdad.
Aquella vez no fue diferente. Se dejó llevar por una ira abrasadora y luego lo embargó la más absoluta indiferencia.
Apenas hablaron durante los siguientes días. Julia procuraba no estar mucho en casa, quizá tuviera miedo de que la pelea se repitiera y él apenas se despegaba del sofá.
Algo en él tenía que cambiar, sucedía una especie de clic que lo hacía despertar y se daba cuenta de cómo debía de sentirse ella. Entonces, la culpa y la pena lo consumían.
Esa noche, cuando Julia llegó, fue directamente al cuarto de Jared. Había estado durmiendo allí mientras estaban enfadados. A él ni siquiera le había importado.
Artem la siguió.
—No podemos seguir así —le dijo, asomado desde el marco de la puerta.
Julia alzó la vista hacia él, esperanzada. Eran las primeras palabras que se dirigían en mucho tiempo.
No tardó mucho en ponerse de pie y rodearlo con sus brazos.
Artem la estrechó contra su cuerpo y ese abrazo lo significó todo.
Hacía un par de días, aquellos abrazos no habrían cambiado nada y ahora se odiaba por ello, se odiaba porque sabía que ella se daba cuenta.
—Lo siento mucho —le dijo, al oído.
—No es tu culpa —respondió ella, dulce y se apartó un poco de él para acariciar sus mejillas—. ¿Hace cuánto que no te afeitas?
Artem sonrió sin ganas.
—Unos cuantos días.
Observó a Julia. Aquella pelea había durado más. Otras veces, incluso cuando era él quien le pedía distancia, ella no aguantaba mucho sin acercarse.
Incluso le había recordado muchas mañanas que debía afeitarse.
Esta vez, no lo había hecho.
—Empiezas a cansarte, ¿eh? —le dijo, un poco triste.
Julia sacudió la cabeza y volvió a acariciar su rostro con ternura.
—Tú lo dijiste. No importa lo que pase, siempre te querré.
Artem se perdió en esos ojos azules que ahora parecían tristes y se preguntó cuánto más sería capaz de aguantar.
—Te lo compensaré —le dijo él, preso del remordimiento.
Sin embargo, Artem sabía, en el fondo de su corazón, que no había forma de compensar aquello.