Julia
El paseo de la mañana se ha convertido en paseo de tarde y al final hemos cenado fuera de casa, en un local discreto del centro del Barrio Latino.
No sé bien como ha pasado. Estábamos volviendo a casa tranquilamente y entre bromas y risas, una de las dos ha empezado a correr. Creo que ha sido ella, no estoy segura. Sí sé que soy yo quien la detiene. La retengo del brazo y tiro de ella mientras tomo su rostro entre las manos y la beso con fervor.
Apenas podemos separarnos mientras entramos en el portal y tiramos la una de la otra, contra la pared, la barandilla, perdiéndonos en cada beso desesperado.
Prácticamente ignoramos a su hermano, que está sentado en el sofá con Adèle sobre su regazo y nos encerramos en mi habitación entre risas. Me detengo cuando la espalda de Lena choca contra la puerta y ambas reímos más bajo antes de volver a besarnos.
Ella desciende las manos por mi cintura, hasta perderse en la curva de mis caderas y me pega más a ella sin dejar de besarme.
Sus labios me desarman, sus besos profundos son envolventes. Hacen que la fina cuerda que me ancla a este mundo se tambalee.
Soy yo la que sube una mano sobre su torso, la que desliza los dedos desde su ombligo hasta su vientre. Lena deja escapar un gemido muy sexy cuando acaricio su pecho y devora mi boca con más ímpetu.
Se aparta de mí un instante, quizá con brusquedad, y se deshace de la camiseta de tirantes que llevaba. Ahora solo luce un sujetador negro, de encaje, que deja poco lugar a la imaginación.
Se me seca la garganta.
Vuelve a besarme. Cierro los ojos y siento como me derrito cuando son sus manos las que exploran bajo mi camiseta.
—Este sería un buen momento para poner en práctica lo que hemos hablado antes —me dice, apenas en un susurro. Ya ha anochecido y ninguna de las dos se ha molestado en encender la luz, tan solo distingo sus rasgos gracias al suave resplandor que entra desde la calle—. Dime que pare.
Doy un paso atrás y me quito la camiseta.
Lena se muerde los labios y avanza otro paso hacia mí. No hace preguntas. Me empuja con suavidad hacia atrás, hasta que mis piernas se topan con la cama y caemos con lentitud sobre ella.
Enredo los dedos en su pelo, en esa melenita roja que me hace cosquillas cada vez que se inclina para darme un beso. Los suyos, van a parar a mi cintura, prolongando una caricia interminable.
Siento que bajan, que desciende hacia mi ombligo y hacia mi vientre y se detienen cuando dan con la cinturilla de los pantalones.
—Dime que pare —murmura, con voz un poco ronca.
Por toda respuesta, muevo las caderas hacia arriba, reclamando su contacto y Lena vuelve a besarme, ahogando un gemido con sus labios.
Desata el botón de mis pantalones y sus dedos se deslizan sobre mi ropa interior. Una descarga me atraviesa cuando siento su tacto a través de la tela y cierro los ojos mientras arqueo la espalda.
Volvemos a besarnos cuando se agacha hacia mí y yo tiro de su cuello.
Durante unos minutos, me dejo arrastrar por las sensaciones que está desencadenando con sus caricias, por el calor que está generando sobre mi piel.
Cuando retira la mano, me siento vacía, completamente desamparada.
Estoy jadeante y apenas puedo respirar.
—Lena… —le ruego.
Ella se incorpora un poco, aún sobre mí y me observa desde arriba como si tuviera que pensarse algo, como si estuviera tomando una decisión difícil.