Lena
Cuando salgo de la habitación, con una camiseta ancha que uso de pijama encima, el sonido de la televisión me recibe con una intensidad que no esperaba.
Me dirijo a la cocina a por un bote de helado y un par de cucharas y, cuando regreso, me detengo un poco frente a mi hermano.
—Lo tienes altísimo. Vas a quedarte completamente sordo —lo regaño.
—Estupendo —farfulla—. Así no tendré que volver a oírlas dar esos gritos.
Mientras me decido entre salir corriendo o darle un guantazo, me puede la vergüenza y estoy a punto de dar media vuelta cuando lo veo sonreír.
Puede que le haya molestado un poco tener que oírnos, pero sigue siendo mi hermano, el Jared Katin de siempre, risueño y despreocupado, decidido a divertirse.
—Canalla —le suelto.
Enarca una ceja y aguarda a que diga algo más, pero yo no cedo a sus provocaciones. Entre avergonzada y divertida, tomo mi helado y vuelvo a la cama con Julia.
Lleva puesta su camiseta de Guns N’ Roses, y su melena negra cae a ambos lados de su rostro, sobre los hombros.
Cierro la puerta en cuanto entro y me siento junto a ella. Le ofrezco una cuchara y la toma para empezar a devorar el helado.
Tengo los dedos fríos y jugueteo con ellos mientras la miro.
—¿En qué piensas?
Pienso en que acabo de soltarle una bomba de relojería, en que le he dicho que estoy enamorada después de hacer el amor y en que se aprende a no hacer algo así en la primera página de cualquier manual sobre ligues.
Solo que Julia no es un ligue.
En realidad, debería serlo, así lo decidimos, así lo planteó ella cuando dejó muy claro que se iría después de siete semanas. Una aventura y, después, cada una seguiría por su lado. Fácil. Sencillo.
Espero no haberlo puesto todo patas arriba.
—Pienso que eres preciosa.
—No te esfuerces. No te voy a dar helado —se ríe.
Yo también sonrío.
*****
Julia ya no está cuando despierto. La veo regresar mucho después, cuando yo ya he ido a trabajar y he vuelto y mi hermano ha regresado con un moretón más para completar la colección de su rostro.
No me ha querido decir qué ha sido esta vez. Solo puedo esperar que deje de meterse en líos pronto y que sea lo suficientemente listo como para contármelo pronto y dejar que lo ayude.
Julia regresa con el casco bajo un brazo y una bolsita de papel bajo el otro. Me quedo mirándola, expectante, preguntándome a qué viene esa expresión tan extraña.
—¿Traes comida? —pregunto—. Dijimos que íbamos a empezar a cuidarnos.
—Has comido cuatro kilos de helado en los últimos dos días —rezonga Jared, junto a mí en el sofá.
Julia también lo mira y parece darse cuenta del moretón de su mandíbula, pero no dice nada.
—El helado es la excepción. Además, es sano, natural. Libera endorfinas y hace feliz a la gente —contesto.
Mi hermano se ríe un poco y sacude la cabeza. Parece que decide que la peli que estamos viendo es más interesante que molestarme. Así que desiste.
Vuelvo a girarme hacia Julia, que ha dejado el casco en la mesita de la entrada, pero sigue sosteniendo la bolsa de papel. Le hago un gesto con la cabeza.
—¿Qué es?
Julia se muerde los labios. Se los ha pintado con un tono que me suena mucho, tanto, que creo que es mío.
En otras circunstancias la habría matado por haberme robado el labial rojo, pero le sienta tan bien que sería un delito prohibirle usarlo.
De hecho, debería comprarle más. Toneladas de rojo para seguir comiéndome esa boca tan sexy.
—Se van a reír.
Jared se revuelve, intrigado y se gira hacia ella apoyando los brazos en el respaldo del sofá. Yo también siento curiosidad.
Julia busca en la bolsa y extrae un trozo de tela. No. No es solo un trozo de tela. Cuando la desenvuelve y la muestra tardo un instante en comprender lo que es y me quedo aún más desconcertada que antes.
—¿Qué es eso? —pregunta mi hermano, con la risa fácil asomando a sus labios.
—Un delantal —responde ella y me doy cuenta de que evita mirarme—. Han abierto una floristería nueva en el Barrio Latino y necesitaban a alguien.
Guardo silencio. Jared es más rápido que yo en entenderlo y asimilarlo. Se pone en pie, entusiasmado y felicita a Julia dándole un gran abrazo de oso.
En cuanto se aparta de ella, Julia desliza la mirada hasta mí, dubitativa y yo me riño mentalmente por la imagen que pueda estar dando.
¡Debería estar saltando y abrazándola!
No pierdo más el tiempo y salto por encima del sofá para tomarla de las manos y estrecharlas con fuerza.
—Me alegro mucho, muchísimo
—confieso emocionada.—Deberíamos celebrarlo —propone Jared, igual de contento.
Ella se encoge un poco.
—Solo es un trabajo temporal como florista.
—¡Y es estupendo! —exclamo.
Sobra decir lo bueno que es esto para ella, lo importante que es que asuma una responsabilidad así.
—Me estoy quedando sin dinero y necesito seguir comiendo —responde, como si tuviese que justificar haber tomado una decisión tan buena.
Francamente, no creo que sea por el dinero. No sé qué la ha empujado a tomar una decisión así, pero me alegro, me alegro muchísimo.
Esta noche, no salimos. Yo madrugo y Julia empieza a trabajar mañana.
Esperamos al día siguiente para salir a cenar los tres juntos y celebrarlo.
Acabamos en una terracita en la Plaza de los Pintores y nos tomamos un helado de vuelta a casa.
Julia nos habla de su primer día de trabajo, de su jefa, los clientes y lo difícil que le resulta sonreír todo el tiempo y poner buena cara constantemente. Yo me río un poco y ella hace un puchero encantador.
Adoro esta situación, adoro que nos esté contando esto, que haya dado un paso tan grande.
Me prometo a mí misma que antes de que acabe la semana, iré a visitarla sin decirle nada para sorprenderla rodeada de flores mientras viste ese delantal estilo jardinero.
Sinceramente, no me la imagino.Esta noche dormimos juntas. Me despierta cuando termina de escribir y se hunde junto a mí entre las sábanas. Es un beso travieso, malintencionado, entre el cuello y la clavícula, lo que me despereza del todo.
Nos besamos y, antes de darnos cuenta, volvemos a estar desnudas sobre su cama, haciendo el amor hasta la madrugada.
Quiero que todas las noches sean así.