CAPÍTULO VEINTITRÉS

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LEVI

Su boca estaba completamente manchada de sangre. Historia poseía gran parte del costado de su cuello destrozado y no tuvo más opción que morderla. Planeaba hacerlo después de que la maldición terminara pero el ataque de Reiner lo tomó desprevenido. 

— ¿Despertará? —Ymir estaba impaciente; sostenía y acariciaba ambas manos de Historia—. Su cuello aún no está sano.

—Se va a regenerar —contestó Levi, terminando de limpiar la sangre de sus labios con sus puños—. Despertará al anochecer. Tú tardaste mucho en despertar cuando decidí morderte.

Ymir demostró una débil sonrisa.

—¿Puedo quedarme con ella? —soltó las manos de la rubia y se dirigió a la ventana para abrir las cortinas; quería que la luna  iluminara el rostro de su novia—. Pensé que moriría.

—No permitiría que eso sucediera.

Levi prefirió que Historia despertara en la habitación de su hermana. De esta manera, sería más fácil de controlar. Al estar con Ymir todo sería diferente. 

La apariencia del azabache era un asco. No sólo por la gran mancha de sangre que tenía sobre su atuendo, sino por la tierra y restos de madera que se encargó de destruir cuando Mikasa decidió finalizar la relación.
Salió de la habitación de su hermana rumbo a la suya. Sin embargo, apenas cruzó el umbral de la puerta, un embriagador aroma a Mikasa se adueñó de sus fosas nasales. Imaginó a Mikasa sentada al borde de su cama, esperando su llegada pero no. Mikasa no estaba, eso quería decir que alguna de sus pertenencias estaba guardada en sus cajones.

Revisó su cama, armario y hasta el baño pero no encontró nada. No obstante, un flashback apareció en su mente, obligándolo a quedar estático sobre su lugar. Entonces recordó todo. Rememoró la primera plática que tuvo con Mikasa cuando la niña apenas tenía seis años.

—Mi papá me habló de ti —la niña acomodó la  pequeña chaqueta rosa que llevaba puesta.

No comprendía por qué debía protegerla. Kuchel le dijo que sería el último protector y aunque evite  no tener contacto con Mikasa de cualquier manera, el destino los obligaría a unirse.

 —¿Ah, sí? —la pequeña Mikasa le sonrió como si no temiera el gran depredador que tenía enfrente—. ¿Qué te dijo tu padre de mí, mocosa?

—Que me protegerás —respondió inocentemente—. pero creo que es injusto.

¿Injusto? ¿Entonces Mikasa compartía su misma forma de pensar?

—¿Por qué? 

Se agachó para mirarla. Los irises de Mikasa eran una mezcla de oscuridad grisácea.

—Creo que es injusto porque yo no te pido que me protejas. Soñé contigo una vez pero eso no quiere decir que te conozca.

Indudablemente aquella mocosa poseía una inteligencia que ningún niño a su edad tendría. Acabó de declarar que lo conoció en sus sueños y no quiere ser protegida.

—Eres muy madura para tu edad.

Mikasa volvió a sonreír, bajó su mirada y examinó la arena como si buscara algún objeto que sujetar. Finalmente pareció encontrar lo que buscaba, se agachó, estiró su pequeño brazo y sacó de la arena un caracol blanco y rosado.

—Toma —Extendió el caracol hacia Levi—. Es para ti.

—Suéltalo, eso está sucio —regañó.

Mikasa se molestó y le agarró una de sus manos.

—¡Te dije que lo tomes! —ordenó, colocando el caracol en la palma de la mano masculina. Después lo obligó a cerrar sus dedos para sostener el regalo.

Sweet BloodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora