Capítulo 8

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LEONE.

Lamentablemente tuve que suspender mi día en la editorial, por mucho que ese, de todos los rubros que poseo, sea mi favorito, debo centrarme en mis actividades principales como jefe de la mafia roja, por ahí dicen que cuando el perro no está, los ratones hacen fiesta y yo necesito comprobar que mi padre no está confabulando en mi contra, él siempre busca la manera de joderme de una u otra manera.

— Leone, vaya ¿Qué te trae por aquí?

Dijo el maldito de mi padre, sentado en mi silla ¿Cómo no?

— Trabajo, por supuesto ¿Qué haces en mi lugar?

— Lo cuido por ti, claramente — respondió encogiéndose de hombros— ¿No hacen eso los padres por los hijos? ¿Sacrificarse hasta sangrar por ellos?

Levantándose lentamente, señalándolo con burla.

Muchos de los sujetos de por aquí intentaron con todas sus ganas no sonreír, uno sólo tuvo la osadía de hacerlo, no me dio más alternativa que sacar el arma y dispararle entre ceja y ceja, el impacto le volteó la silla y cayó inerte al piso.

Aquí debo tener mano dura, no pensar, no tener consideración y no cuidar de nadie más, mi padre me enseñó eso, y si yo hubiese tenido compasión por la vida de ese sujeto que se merecía un castigo por faltarme el respeto, mi padre me lo haría pagar más tarde, así es como funciona él, intimida psicológicamente y luego me muele a golpes, así se maneja la distinguida familia Lehmann, tan renombrada y con tanto dinero.

— No vuelvas a intentar hacer nada por mí, no lo necesito — dije, dejándome caer en el asiento— Tú dirás, Luther ¿Para qué convocaste esta reunión?

Luther es cinco años mayor que yo, era el perro fiel de mi padre, hizo cosas terribles bajo sus órdenes, pero, ese día en el que me revelé a papá y le corté la mano, Luther tampoco se las llevó gratis, le di una paliza que le botó un par de dientes y lo dejó en cama por al menos siete semanas, costillas rotas, el hombro dislocado, la nariz echa pedazos, el pómulo imposible, ahora el idiota tiene placas de metal por aquí y por allá, e implantes dentales, no se atreve a ser irrespetuoso, sabe lo que le espera de hacer algo que no me guste.

— Es Rügen, señor, la isla que se le proporciona a la milicia para jugar a los soldaditos, están intentando hacer una especie de golpe de estado, la cantidad de gente de la mafia roja ahí es menor en relación a la cantidad actual de soldados que residen en la isla, llegaron dos barcos grandes la noche pasada, el armamento pesado que tienen me preocupa, quiero pedir su autorización para desmantelar el centro de armas y volar cabezas como advertencia.

— Hazlo. Podrías haberme dicho esto por teléfono, pierdo mi tiempo, tengo un montón de negocios que llevar — buscando mi cajetilla, encendiendo un cigarro, extraño el sabor de la nicotina y los efectos de la hierba, desde que me enteré que a Gabriela no le gusta, dejé de hacerlo— ¿Algo más?

El engaño perfecto +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora