Capítulo 27

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LEONE

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LEONE.

Desperté de forma abrupta, últimamente tengo el sueño más liviano de lo normal, lo que me despertó fue Gabriela y el sonido de los jeans deslizándose por sus piernas, ese ligero roce sonó cinco veces más fuerte en el silencio de la noche, son las tres de la mañana y ella definitivamente debería estar dormida, estamos a tres días de la boda y es cierto que la ansiedad se la come incluso en el trabajo, pero duerme bastante bien, se queda frita apenas toca la almohada, así que... no estoy entendiendo.

— Roja ¿Dónde vas a estas horas? ¿Te llamaron de la resistencia?

Tomando asiento en la cama, frotándome un ojo, intentando despertar para tomarle la debida atención.

— Soñé que estaba comiendo frambuesas y se me antojaron — medio susurró, terminando de subirse los pantalones— Fui a la cocina y ya no habían, me las acabé, así que iré al supermercado veinticuatro horas que está a unos minutos de aquí, no me tardo.

Hizo el ademán de quitarse la camiseta para continuar en su misión de ir y buscar comida, pero se lo impedí, alcanzando su brazo con mi mano, viendo la perplejidad en su mirada.

— No me voy a tardar, es que necesito mis frambuesas ahora o siento que voy a morir.

Hizo una mueca más bien parecida a un puchero que se me hizo de lo más adorable.

— Está bien, está bien — suspiré— Pero yo iré por las frambuesas, es demasiado tarde, y si tú estás con la idea de comerte las frambuesas en la cabeza, te saltarás las señales en rojo y atropellarás todo lo que se te cruce, yo iré.

Soltándola y saliendo de la cama, estirando el cuerpo.

Últimamente se me tira encima todos los días para follar, pero apenas toca la cama, se duerme, y también está el tema de las frambuesas, si no las come, su humor es demasiado cambiante, puede pasar de gruñirte y gritarte lo mucho que te odia, a comenzar a llorar, y yo prefiero que sea feliz con sus frambuesas, así que aquí voy, yendo a comprarle a las tres de la mañana, porque soy un muy buen esposo que se preocupa por su seguridad.

— Pero podía ir yo... — se lamentó— Estás cansado, está cerca, los escoltas me siguen todo el tiempo.

Caminé hasta ella y me incliné, acunándole el rostro, besando su frente, su nariz y sus labios, sintiendo el frío contacto de sus manos posarse sobre las mías, trazando caricias lentas con los pulgares sobre las cicatrices que dejaron de molestarme, a ella no le repugnan, me ama tal cual soy y eso me hace sentir... humano y vivo, no un monstruo, no un adefesio, me hace sentir... alguien.

— Yo voy, no me molesta, vuelve a la cama, roja, no tardo.

Asintió y se quitó los pantalones lentamente, tomando asiento en la cama, arropándose, mientras me ve vestirme, tomar la billetera, el móvil y dejar el cuarto, cerrando la puerta tras de mí, cruzando el pasillo para ir hacia las escaleras.

El engaño perfecto +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora