Epílogo

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-Maldito montón de chatarra inútil.- Protestaste al detener el coche en la gasolinera. Gruñiste con rabia al ver cómo salía humo del capó, otra vez.

Comprarte aquel coche de segunda mano no fue la mejor de tus decisiones.

Habían pasado dos largos años desde que abandonaste Nunca Más, desde que lo habías dejado todo por un sueño que en un segundo se volvía una pesadilla. Dejaste demasiadas cosas atrás, demasiada gente.

Fue duro al principio, muy duro. Echabas de menos a tu madre, a tus amigos. No podías dejar de pensar que habías abandonado a esas personas en favor de alguien que seguramente debía pasar encerrada el resto de su vida. Pasaste tus primeras noches durmiendo en el sofá de tu nueva casa. La querías, la amabas, pero de alguna manera no te veías capaz de fingir que nada de eso ocurrió. Marilyn pareció entenderlo, las cosas para ella tampoco empezaron nada bien. Por las noches tenía pesadillas horribles, ataques de pánico, seguramente su propia conciencia se estaba encargando de hacerla pagar por sus actos. Tú te levantabas e ibas a la cama, sentándote a su lado, sin palabras, únicamente estando ahí.

Poco a poco empezaste dormir con ella, también por miedo a que un día le ocurriera algo. Conseguiste una plaza en el instituto más cercano, y para tu sorpresa no fuiste un bicho raro allí. Tal vez sentirte a gusto contigo misma provocaba que los demás te vieran con mejores ojos. No estuviste mucho tiempo, ese mismo año te graduaste.

Hubo un punto de inflexión cuando llegó tu carta de admisión en la facultad de medicina. La felicidad que sentiste en ese momento pareció eclipsar vuestro pasado, empezando así lo que llamarías más tarde "buenos tiempos".

Marilyn te dijo repetidas veces que no tenías por qué aportar al pago del alquiler y los gastos, pero eras demasiado orgullosa. Aceptaste un empleo a tiempo parcial en una cafetería cercana, y pudiste sentirte realmente a gusto. De hecho, ahorraste lo suficiente como para comprar tu propio coche, lástima que haya pasado por el taller más veces de las que podías contar.

-¡Estoy harta de ti!- Gritaste furiosa mientras golpeaste con el pie la rueda, horrible decisión. ¡Mierda, joder!- Te sentías como en un programa de comedia, saltando con una pierna, mientras te agarrabas el pie lastimado. –Tienes una rueda en el desguace, te lo advierto.- Amenazaste al viejo Ford.

-¿Otra vez?- El joven que trabajaba en la estación de servicio se acercó a ti, con una sonrisa divertida.

-No puedo más, Jerry, me desespera.- Suspiraste, recuperando un poco la dignidad.

El chico se acercó al coche y abrió la tapa del motor, intentando disipar el humo que salía de allí.

-Vaya, parece que el parche de la admisión de aceite se ha soltado.- Dijo mirando con una linterna.

-Si me dices que el condensador atómico ha fallado también me lo creería.- Respondiste apoyándote en la puerta. –Dime Jerry, ¿hay algo para mí?

Él asintió, cerrando el capó, el humo había dejado de salir.

-Llegó ayer por la tarde, ven.- Te indicó que le siguieras dentro de la humilde tienda.

Lo que esperabas recibir era una carta. En estos dos años era la única manera que habías encontrado para comunicarte con tu madre, y con algunos de tus amigos, sobretodo, Xavier y sí, Miércoles.

Tu madre naturalmente no se tomó bien lo que hiciste. Cuando enviaste la primera carta a tu casa, la respuesta no se hizo esperar demasiado. Sus palabras eran de ira, rabia, y súplicas para que regresaras. Te llevó mucho tiempo intentar que comprendiera tu decisión, y seguramente, aún no lo hacía. Pero las palabras en sus cartas eran más suaves, centrándose en si estabas bien y esas cosas que preguntan las madres. Soñabas con que algún día pudiera ir a verte, ni siquiera sabía tu dirección. Usabas esa vieja gasolinera para enviar el correo, aún había cierto miedo a que el pasado volviera para golpearte en la cara.

-Aquí tienes.- Te dijo el chico entregándote un montón de sobres más grande de lo habitual. Sospechabas el porqué de esa cantidad de cartas. Pero aún te faltaba enviar esa carta a tu madre. No estabas segura de sí deberías hacerlo.

Tímidamente sacaste un sobre de tu bolso y se lo entregaste al bueno de Jerry, mientras mirabas tu mano, ahora con algo distinto en uno de tus dedos.

-Perfecto, la llevaré al buzón mañana.- Sonrió.

-Gracias Jerry.- Le diste al propina que le dabas siempre y te despediste de él, volviendo al coche.

Hola mamá

Recibí tu última carta. La respuesta es sí, estoy bien, muy bien. Las clases se me pasan volando, y no me van nada mal. Es agotador compensar el estudio con el trabajo, pero al final del día compensa. Marilyn sigue dando clase en el colegio del distrito. Sigo acompañándola a terapia, aún le queda por superar, pero las sesiones son menos frecuentes. A veces pienso en volver a casa y darte un fuerte abrazo, pedirte disculpas por el daño que te he causado. En fin, espero que todo siga igual por la vieja Nueva York, seguramente el señor Kibbles se preguntará dónde se metió la chica que le acariciaba detrás las orejas.

Hay algo importante que tengo que decirte. No espero que lo aceptes, pero me gustaría que lo hicieras. Marilyn me pidió la semana pasada que me casara con ella, y he dicho que sí. Me ha regalado un anillo precioso, cómo me gustaría saltar de alegría a tu lado, compartir la felicidad que siento junto a ti. Siempre serás la persona más importante de mi vida. Espero recibir pronto tus noticias, tal vez sea el momento de reencontrarnos, ¿no crees?

Te quiero,

Riley

Amor, Marginados, flores y monstruos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora