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2006

Con el correr de las semanas, la vida de Mel comenzó a acomodarse lentamente. Al principio pasaba las tardes encerrada en su habitación, creyendo que en algún momento las lágrimas dejarían de salir, pero parecía una tarea casi imposible. Solo dejaba de llorar cuando estaba con su abuelo. No quería sumar más tristeza a la casa que  ahora compartían. 

Sus amigas del colegio la animaban en las mañanas, pero cuando insistían en pasar las tardes juntas, Mel siempre encontraba una excusa para impedirlo. Su nuevo cuarto se había convertido en su refugio. Su abuelo le había comprado varios muebles y artículos de decoración que ella misma había escogido y cada día añadía un detalle que lo hacía un poco más acogedor. 

El lugar era pequeño, pero la ventana del lateral le brindaba bastante luz. En un rincón se encontraba la cama contra la pared con el acolchado de flores en tonos celestes, unas lucecitas blancas pequeñas, de las que se colocan en los árboles de navidad, recorrían el respaldo de la cama, al otro lado una biblioteca guardaba cada libro que había recibido desde que podía recordarlo, y como amaba leer no resultaban pocos. Para completar la decoración, en el centro había una alfombra a tono con el acolchado, con tres enormes almohadones blancos en los que se recostaba a  menudo a escuchar música con el Ipod, que le había regalado Alfredo, poco después del accidente. 

Alejandro la llamaba casi a diario y ese había pasado a ser el momento que más disfrutaba. Sus conversaciones se prolongaban por horas. Repasaban todo lo que habían hecho en el día. Por ese entonces Mel cursaba el cuarto año de la escuela secundaria mientras que Alejandro estaba  a punto de graduarse. Ël seguía jugando al fútbol con su equipo y si bien salía con sus compañeros del colegio, muchos sábados prefería quedarse conversando con Mel al teléfono. A él le encantaba hablar de música y había armado listas en su computadora que quería cargarle en su ipod. Green day era una de sus bandas favoritas, fantaseaban con asistir a un recital juntos, aunque desde 1998 la banda no parecía con intenciones de visitar la Argentina. 

Pasado un poco más de un mes desde la mudanza, un sábado lluvioso de marzo, Alfredo y Alejandro volvían a estar juntos en el auto. Esta vez, Alejandro era el encargado de conducir. River llevaba una buena racha y se encontraba puntero del campeonato local, casi no tenían diferencias a la hora de opinar acerca del equipo, sonaba Eric Clapton en el estero y las gotas golpeaban fuertemente contra el parabrisas musicalizando el silencio. 

 -Trata de ser cuidadoso con Melany, hijo. - dijo de repente Alfredo mirando a su nieto con cariño. Alejandro sorprendido con la vista clavada en la calle le respondió de inmediato. 

- ¿Qué decís abuelo? - Alfredo puso los ojos en blanco y suspiró. 

- Ale, esa chica ya sufrió demasiado.- Alejandro asistió con la cabeza. 

- Si, abuelo y es la chica más buena que conozco en el mundo. Estoy yendo a verla, ¿no? - Alfredo sonrió frente a la vehemencia de su nieto.

 -Justamente por eso te lo digo, esa chica está perdidamente enamorada de vos, solo te digo que seas cuidadoso. - Alejandro abrió los ojos grandes y dejó salir todo el aire de sus pulmones. Le resultaba demasiado grande la palabra enamorada, pero a la vez su pecho se colmó de una felicidad que hacía rato no sentía. 

- Estás exagerando abuelo, somos buenos amigos, creo que le hace bien charlar conmigo y olvidarse un poco de la mierda que le tocó vivir. -  Su abuelo lo miró con desaprobación. 

- Cuida las palabras, Alejandro. Sólo te digo que seas cuidadoso. Se qué sos respetuoso, aunque no apruebe tu vocabulario, pero con ella… Nada, asegúrate de saber lo que estés haciendo. Solo eso. - 

Alejandro lo palmeó con cariño mientras sonreía. 

-Tranquilo abuelo, no digo más la palabra mierda delante tuyo. - Alfredo bufó mientras negaba con la cabeza y ambos rieron con ganas. 

Otro amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora