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2015

Cuando la claridad del inminente amanecer alcanzó el departamento de Mel, esta abrió lentamente sus ojos. Se encontraba abrazada a Alejandro sobre el sillón de su propia sala. Su aroma, incluso luego de haber pasado la noche con la misma ropa del día anterior, se le antojó demasiado perfecto. Se incorporó un poco y le dedicó una mirada exploradora que fue descubierta cuando el investigado abrió sus ojos de manera sorpresiva.

-¿Qué hora es? - preguntó Alejandro un poco dormido, pero disfrutando del hecho de sentirse observado por ella.

Mel se incorporó y cubriéndose con la manta tomó su celular para chequear el horario.

-Las seis y media. - dijo intentando despertarse. Alejandro se desperezó estirando sus brazos sobre la cabeza.

-Andá a bañarte si queres que yo preparo café. - La cotidianeidad con la que se manejaba inquietaba un poco a Mel, aunque no por eso dejaba de agradarle. Iba a dirigirse al baño, pero se detuvo y volvió sobre sus pasos.

- Gracias, no tenias por qué quedarte. - Alejandro se puso de pie y le dio un rápido beso en la mejilla.

- No tenía, quería. - le dijo tan cerca que el deseo quiso hacer su aparición.

Mel iba a responder cuando su teléfono comenzó a sonar.

-Hola. - respondió ante la atenta mirada de Alejandro, que intentaba descifrar su expresión. Ella sólo emitía onomatopeyas frente a su interlocutor y Alejandro comenzaba a impacientarse.

-Muchas gracias por avisarme, en un rato estaré por ahí, gracias. - dijo  y no terminó de cortar que se arrojó a sus brazos liberando todos los nervios que llevaba acumulando desde la noche anterior. Cuando las lágrimas dejaron de ser continuas lo miró a los ojos.

-Se despertó y parece que está fuera de peligro. Gracias, otra vez. -  Él por fin respiró aliviado.

- No tenes porque agradecerme. - Ella sonrió y él quiso besarla, pero sabía que no era el momento.

- Anda a bañarte así vamos para allá. - le dijo. Mel sostuvo su mirada un segundo más, ella también lo hubiese besado, pero finalmente se dio vuelta y fue hacia el baño.

Cuando salió con el pelo aún mojado, sus jeans gastados y un sweater blanco, lo vio tan prolijo y elegante que se detuvo en seco.

- ¿De dónde sacaste esa ropa?- Alejandro sonrió.

- Me la alcanzó Ruben, el chofer de papá. También nos trajo esto. - le dijo mostrándole una caja con medialunas y dos cafés en vasos térmicos con el logo de Café Martinez impreso. Mel negó con la cabeza y él volvió a sonreír.

- ¿Qué? - le preguntó exagerando el tono inocente. 

-Nada, hay cosas que nunca cambian. - le respondió devolviéndole la sonrisa.

Llegaron al hospital y Melany se sorprendió al ver a Alfredo en la sala de espera.

- Buenos días Alfredo. - lo saludó abrazándolo.

- Hola hermosa, ¿qué líos arma tu abuelo, eh? - Mel le ofreció una tímida sonrisa y giró para ver a Alejandro.

- ¿Alguna otra sorpresa? - le preguntó en voz baja. Él se encogió de hombros y le dijo al oído.

- No me hubiese perdonado si no le avisaba. - Ella lo comprendió, se despidió cordialmente y fue a abrazar a su abuelo con todo el amor que le tenía.

Charlaron un rato, acomodó sus almohadas y dejó en la mesita a su lado algunas cosas que le había llevado. Cuando el horario de visita estaba por terminar Mel le contó que Alfredo y Alejandro estaban en la sala de espera. Lautaro comenzó a llorar y Mel se asustó.

-¿Qué pasa abuelo? ¿Te sentís mal? ¿Llamo al médico?- cuando Lautaro pudo contenerse un poco negó con la cabeza.

- No pasa nada hija, solo que a veces la cobardía no nos deja vivir en paz. - Mel lo miró extrañada.

- Por favor, pedile a Alfredo que pase un minuto. - Ella se despidió e hizo lo que su abuelo le pedía.

Alfredo entró y con voz temblorosa lo saludó. Se fundieron en un abrazo y antes de que volvieran a separarse Lautaro le dijo al oído.

- Perdoname amigo. ¿Podrás perdonarme algún día? - Alfredo se separó y lo miró extrañado.

- ¿Qué decís Lauti, te golpeaste la cabeza también?- le dijo sonriendo mientras tomaba asiento en la silla que le ofrecía una enfermera.

Lautaro volvió a mirarlo serio.

- Sos el mejor amigo que me dio la vida, siempre estuviste para todo lo que necesité y más. Alfre, yo siempre lo supe, y no sólo no dije nada, si no que apresuré las cosas para ponerte en una posición incómoda. - las lágrimas volvieron a sus ojos grises. Alfredo tomó su mano sobre la sabana.

-No sos responsable de nada, cada uno eligió su camino. - le dijo comenzando a comprender de qué estaba hablando.

Lautaro volvió a hablar 

- Sí, elegimos, pero no con todas las cartas sobre la mesa. Necesito que me escuches, pero sobre todo necesito que me perdones.- Alfredo se acomodó en la silla y lo escuchó atentamente.

Otro amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora