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2015

El domingo amaneció nublado. La noche anterior Mel había tardado demasiado tiempo en dormirse y esa mañana le había pasado su factura. Miró su reloj sorprendida de que ya sean las 11 de la mañana. Se preparó un café y fue a buscar a su abuelo. Cuando vio que no estaba en su departamento bajó al local. El lugar también estaba vacío.

Recorrió con la vista su alrededor y los recuerdos la volvieron a asaltar. Cuando estaba a punto de regresar a su departamento vio una nota sobre el mostrador.

Mel, me llamaron para retirar unos materiales, podrías venir a ayudarme.

Una dirección que no conocía estaba al dorso. Un poco sorprendida se vistió y salió hacia la calle que figuraba en el papel con una ligera pizca de temor. Su abuelo no solía hacer esas cosas.

Llegó caminando y se sorprendió al ver que se trataba de un galpón que parecía abandonado. La reja de la entrada no llevaba candado, la empujó levemente y logró entrar. Cada vez tenía más miedo. Pensó que podría tratarse de una trampa, abrió su whatsapp y le dejó un mensaje a Carolina compartiendo su ubicación.

-¿Abuelo?- dijo alzando la voz. Al cabo de unos minutos escuchó que una voz respondía.

-Si, pasá. - No estaba segura de que se tratase de Lautaro y sin embargo empujó la pesada puerta de hierro y entró.

Un montón de telas negras dispuestas desde el alto techo separaban el lugar en diferentes compartimentos. Pequeñas luces del tamaño de un grano de arroz emergían de cada una de las telas ofreciendo una iluminación tenue y cálida. El piso cubierto de pequeños papeles metalizados dejaban ver una flecha. Cada vez más confundida la siguió y al correr la primera tela vio sobre una mesa algunos tornillos y arandelas con un pequeño cartel.

Una vez me enseñaste que no se necesitaban más que buenas ideas para divertirse.

Su corazón latía con intensidad, comenzaba a comprender quien se encontraba detrás de todo eso. Siguió la segunda flecha y al correr la tela una nueva mesa alojaba un pequeño disco de metal con dos tornillos forrados con cinta aisladora azul y un cable rojo semicircular que formaban una cara.

La primera vez que vi tus ojos, supe que nunca más quería

dejar de estar lejos de ellos, pero fue tu sonrisa

ofreciendo tu amistad lo que hizo

que mi vida cambie para siempre.

Con los ojos húmedos y la respiración agitada corrió la siguiente tela. Esta vez un ovillo de hilo amarillo, sobre una lámina de acetato negra y miles de turcas de diferentes tamaños formaban el paisaje de un amanecer.

Me dijiste que en mi vida existía otro amanecer, pero no me dejaste responderte.

Desde que te conocí no existe otro amanecer que quiera ver si

no estás conmigo para disfrutarlo. 

Mel ya no podía contener su emoción, se llevó ambas manos a la cara limpiando sus lágrimas y lo llamó. -Ale...- dijo con un nudo en la garganta. - Todavía te falta uno.- le respondió desde algún lugar cercano. Mel corrió la última tela y vio el robot que una vez le había regalado. Sonrió al ver que aún llevaba la camiseta de Boca.

R2DR 04 siempre estuvo conmigo para recordarme que nunca más sea cobarde,

que nunca más dejara de abrazarte cuando lo sentía,

que no dejara de intentar hacerte feliz y que

aunque seas de  Boca, puedo amarte con

locura como lo hago todavía. 

Mel reía y lloraba a la vez. Secaba sus lágrimas cuando Alejandro la abrazó por la espalda.

-¿Nos damos otra oportunidad? - le preguntó con su voz grave al oído. Mel giró asintiendo con su cabeza y lo besó como llevaba años deseando. Sin dudas, sin miedos, sin restricciones. Cuando se separaron un poco lo miró a los ojos y le dijo.

- Yo también te amo.-

Alejandro la atrapó entre sus brazos y la besó con deleite. Saboreó cada rincón de su boca con pausa. Comenzó rozando sus pechos sobre la tela de la musculosa que llevaba puesta y cuando sintió que sus pezones estaban reaccionado, bajó lentamente el material de algodón que comenzaba a molestarle y saboreó uno a uno sus pechos mientras deslizaba su mano desde su espalda hasta su cola. A Mel se le escapó un ligero gemido que bastó para terminar de encender a Alejandro. La sujetó con ambas manos y la sentó sobre la mesa, empujando al simpático robot que no ofreció resistencia.

Mel le desabrochó el pantalón y buscó con urgencia su erección. Cuando la liberó, la masajeó con delicadeza primero y con lujuria después. Alejandro disfrutaba con sus ojos cerrados depositando incansables besos en su cuello. La ayudó a sacarse el pantalón y su ropa interior y cuando ella se acomodó para recibirlo, él se agachó y comenzó a saborearla con una lentitud en el límite de lo soportable para el cuerpo humano.

Mel se arqueaba buscando cada vez más placer, mientras hundía sus dedos en el cabello del responsable de sus gemidos. Con dos últimos movimientos la llevó al cielo. La escuchó gozar y no pudo evitar sonreír. Mel lo miró a los ojos con deseo.

- Te amo.- le dijo con sus labios sin que el sonido saliera, pero él lo entendió colmando hasta lo más profundo de su ser. Guió su miembro y la penetró de una estocada. Mel volvió a sentirse tan excitada que clavó sus dedos en sus glúteos y lo empujó aumentando la velocidad con cada movimiento.  Lo quería, lo deseaba, lo necesitaba.  Y en pocos minutos él también la necesitó feliz, deseosa y abierta a que aquello que sentían era real.

En un viejo galpón, ocultos por un decorado de largas telas oscuras, sin rastros del temor que alguna vez habían sentido se dijeron mucho más que con palabras lo mucho que se amaban.

Recuperaron el aliento y comenzaron a buscar su ropa. Mel levantó al pequeño robot y miró a Alejandro divertida.

- Decime que mi abuelo no está acá. - le dijo con cara de circunstancia.

- No, quedate tranquila. - rió  Alejandro.

- Pero si me contó que ayer viniste a mi casa.- continuó.

Mel se puso seria por un instante.

- Carol es organizadora de eventos, venía para ayudarme con la preparación de todo esto. Después iba a lo de su novia por eso traía un vino. - le explicó Alejandro mirándola a los ojos.

Mel volvió a sonreír.

-Ale, confío en vos. Prometeme que a partir de ahora nos vamos a decir las cosas. No demos por sentado lo que el otro piensa o siente. Seamos sinceros. Siempre. Y no dejemos nunca más que nos digan lo que tenemos que hacer. - Alejandro volvió a besarla.

- Te lo prometo. - le dijo al separarse.

Otro amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora