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2006

Melany y Alejandro se habían vuelto inseparables, felices y hasta empalagosos. Se veían todos los días aunque tenían que recorrer kilómetros para hacerlo. Pasaban tardes enteras en la habitación de Mel esperando el  momento en que Lautaro se retiraba con alguna excusa para continuar explorando sus cuerpos con libertad, habiendo llegado a descubrir fascinantes facetas del placer. 

Pasado un mes del nuevo escalón en el que se encontraba su relación, Alejandro por fin la convenció de que lo acompañara a su casa. Sus padres se encontraban de viaje y su abuelo tenía su excursión anual de pesca, de la que participaba sin excepción. 

Con una mochila con una muda de ropa y un remolino de sensaciones en su estómago, Mel bajó del tren en la estación de San Isidro y luego de una corta caminata tocó el timbre para enfrentarse con la que sería la primera noche que pasaría junto a la persona que más amaba en el mundo. 

Alejandro la recibió con unos shorts de River y una remera gris, tan informal que le agradó sentirlo cómodo. Le sostuvo la mochila y la guió hasta la cocina, evitando pasar por la galería, que tan malos recuerdos le traía. 

Allí saludó a Rosa, una mujer de baja estatura con el pelo negro atado en un rodete, que llevaba un delantal rosa y las manos mojadas por haber estado lavando los platos. 

-Buenos días señorita.- la saludó risueña y Mel le devolvió el saludo. 

- Señor Alejandro, ya le dejé la cena en la heladera, que pasen una buena noche, ya me retiro. Lo veo el lunes por la mañana. - Alejandor la despidió con un afectuoso beso en la mejillas. 

- Rosa es la mejor cocinera del mundo, ya vas a ver en la noche. Buenas tardes y gracias por todo. - Mel se sonrojo un poco al saber que esa mujer sabía que pasarían la noche juntos, pero el cariño que le manifestó con su mirada la liberó un poco de su vergüenza. 

Compartieron una rica merienda escuchando música y cuando comenzó a oscurecer Alejandro la llevó hasta su habitación. Al contrario de lo que ella imaginaba, el cuarto era bastante impersonal. Una cama doble con un acolchado cuadrille en tonos azules ocupaban el centro. El escritorio con vista hacia el ventanal, contenía una computadora negra y apenas un par de libros correctamente ordenados. La lámpara de varios focos en tonos marrones combinaba a la perfección con el piso de pinotea. 

Mel echó una mirada elocuente y Alejandro sonrió. 

-¿Qué pasa? ¿No te gusta mi cuarto? - Mel se mordió el labio inferior para demorar un poco más de tiempo en responder, pasó una mano por el borde del escritorio y lo miró para hablar. 

- Es muy hermoso, pero… - Él la alentó a continuar. 

- No sé, me esperaba que al conocer tu cuarto descubriría algo más de vos, pero está todo tan prolijo… Ni un poster, ni una foto. - Alejandro sonrió y fue hasta un mueble que ocupaba un rincón. Abrió una de las puertas y del lado de adentro asomaba un poster de Green Day, la otra puerta juntaba recuerdos de campeonatos de River, fotos de viajes, dibujos en blanco y negro, y en el fondo del mueble el robot que ella misma le había regalado tiempo atrás. 

-¿Algo así?- le preguntó sonriendo. 

Mel se acercó y río con ganas asintiendo con su cabeza. 

-Claro, pero ¿Por qué lo escondes?- tomó el robot y lo puso sobre el escritorio. 

-Nunca deberíamos avergonzarnos de quienes somos. -  Alejandro la abrazó y comenzó a besarla. 

Ella abrió sus labios y le dejó hacer. La intensidad de un beso de amor, le dio lugar al deseo. Sus lenguas danzaban al compás del calor que los inundaba. Alejandro se sacó la remera y lentamente hizo lo mismo con la de ella. Primero rozó sus pezones a través de la tela del corpiño, para dejarlos erectos, como tanto le gustaban. Con su boca recorrió su cuello, hasta empujar suavemente la tela y morder suavemente uno de sus pechos. Mel emitió un gemido suave que lo encendió aún más. Continuó deleitándose mientras con sus manos le desabrochaba el pantalón. Introdujo uno de sus dedos para sentir la humedad que comenzaba a invadir su sexo. Se arrodilló frente a ella y la despojó de su ropa interior. Mel sintió un poco de vergúenza en medio de tanto deseo y le suplicó que no lo hiciera. Él la miró a los ojos y le dijo 

- Confía en mí, si no te gusta dejo de hacerlo. - Ella asintió con movimientos rápidos de su cabeza y cerró los ojos con un poco de miedo a lo desconocido.

Alejandro comenzó a deleitarse con su húmedo sexo y la sintió estremecer, la alzó con ambas manos para sentarla en el borde de la cama y luego separó sus rodillas. Se adentró con lujuria en su sexo, saciandose con su aroma. Mel de a poco se fue sintiendo más cómoda y enterró sus manos en su pelo, intuyendo que algo maravilloso se acercaba. Cuando las oleadas de calor la invadieron tiró su cabeza hacia atrás y con un largo gemido se dejó abrazar por el orgasmo que la alcanzó.

Alejandro se incorporó y la besó en los labios. Ambos sonrieron y ella comenzó a buscar su erección. Le sacó los shorts y masajeó su pene, primero lentamente y luego con más intensidad. Lo invitó a entrar en ella y con cada estocada ambos necesitaban más. 

Una, dos, diez veces la penetró y cada roce con más velocidad que el anterior ofrecía más y más placer. El sudor en sus cuerpos, el deseo en sus mentes y el placer en su unión los guió hasta que ambos vivenciaron un orgasmo real. 

Los dos abrazados, recuperando el aliento, sin poder delimitar dónde terminaba el sudor de cada uno, se sintieron plenos, libres y felices. 

Esa noche volvieron a hacer el amor y compartieron la noche entera por primera vez. Abrazados en la oscuridad se confesaron su amor, con palabras dulces y caricias sinceras. 

Esa noche lo tuvieron todo. Esa noche ninguno fue capaz de imaginar lo que deberían enfrentar. 

Otro amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora