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-¿Puedo ir con el abuelo? Porfi, porfi ma, me voy a portar bien, te lo prometo. - Alejandro, con apenas 13 años, podía ser tan insistente, que terminaba consiguiendo todo lo que se proponía. 
-Bueno, está bien, pero no distraigas al abuelo que tiene que cerrar unos negocios muy importantes. - le respondió su madre, al tiempo que se acomodaba el peinado frente al espejo del hall de su casa del barrio de San Isidro. 
-¡Bien!  - gritó el niño mientras guardaba el álbum de figuritas de Futbol y su Game Boy Pocket en la mochila de River. 
- ¡Vamos abuelo, ya estoy listo!-  le dijo al hombre sexagenario de pelo ligeramente canoso, que vestía un pantalón pinzado y una camisa celeste prolijamente planchada, mientras tomaba su mano con cariño. 
Alfredo, siempre disfrutaba de pasar tiempo con su nieto mayor. Era con el que mejor se entendía, compartían charlas en el auto y disfrutaban de paseos que se alargaban por las calles de San Isidro, donde Alfredo siempre encontraba algún nuevo rincón para disfrutar. Desde adolescente había soñado con vivir por esa zona, y a fuerza de mucho esfuerzo lo había conseguido. Salir de su barrio en la ya olvidada Lanús y lograr fundar su propia empresa era más de lo que hubiese imaginado. Si bien no renegaba de sus orígenes, su esposa y luego su familia lo habían alejado de sus antiguas amistades. Con la muerte de sus padres, había perdido la última excusa para volver por allí. 
Ese día estaba algo alterado, había recibido un llamado de Lautaro, quien supo ser compañero de aventuras en el pasado, y un poco preocupado por lo que podía ocurrir en su propiedad, había decidido darse una vuelta. 
Mientras manejaba por la Panamericana, escuchando atentamente cómo su nieto relataba la gran jugada que Fernando Cavenaghi, el delantero de River, había realizado ese domingo, los recuerdos lo invadieron sin previo anuncio. De repente, se hicieron presente los penales contra el portón de la casa de Lautaro, los bailes en el club del barrio, que terminaban en picadito de fútbol, las escaladas por la pared de la estación para ver pasar el tren, las charlas en la terraza, los ring raje, los veranos en que el asfalto parecía derretirse, los inviernos en que la única estufa de la casa no daba a basto. Y ella, tan hermosa siempre, con sus aritos de estrella de mar, y su pelo largo recogido en una colita alta. Cuánto la había amado, y cuánto le había dolido tener que dejarla. Cuando supo de su temprana muerte, ni saber que había sido feliz había evitado el dolor que ocultó cuidadosamente en su corazón, como varios años atrás había hecho con su amor, cuando Lautaro le confesó que le pediría matrimonio. 
-¿A vos te gusta Constanzo de arquero abuelo? - le preguntó Alejandro para sacarlo de sus pensamientos. 
- No, para mí tiene que jugar Bonano, Ale. - le respondió para provocarlo como tanto le gustaba. La energía del niño no tardó en fluir y la charla continuó en torno al mejor equipo que River podía formar para enfrentar a Boca en el próximo superclásico. 
-¡Qué lejos que vamos, abuelo! ¿Qué tenes que hacer por acá?- le preguntó curioso mientras apoyaba su cabeza sobre el brazo que descansaba en el borde de la ventanilla. 
- Voy a visitar a un viejo amigo, hace tiempo que no lo veo, pero solíamos ser vecinos.- le respondió Alfredo sorteando los baches de la calle desgastada por el paso del tiempo. 
- Y si es tu amigo ¿Por qué no lo ves más? - lo increpó con inocencia.  
- Cuando creces no tenes tanto tiempo para los amigos. Ya te va a pasar, vas a ver. - le dijo con una media sonrisa. 
- Yo sí voy a tener tiempo, no me imagino ni una semana sin jugar al fútbol con mis amigos. - El abuelo río con ganas mientras acariciaba su cabeza. 
- Está muy bien, Ale, nunca pierdas esas ganas de hacer lo que te gusta y lucha por lo que queres, en la vida hay que ser valiente. - le dijo con un nudo en la garganta. 
Estacionaron luego de dar varias vueltas y caminaron hasta una ferretería de puertas amarillas con un cartel despintado. Al entrar unas campanillas sonaron con insistencia sobre sus cabezas, un hombre canoso, con anteojos pequeños sobre la punta de su nariz, se dio vuelta para recibirlos. Cuando las miradas de ambos adultos se cruzaron, los ojos se achinaron y sonrieron antes que sus labios y en unos pocos segundos el abrazo llegó tan genuino, como hacía 25 años. 
Cuando por fin pudieron separarse, las palabras no tardaron en salir. 
- Alfredo querido, ¡qué alegría verte por acá! - dijo con éxtasis Lautaro, bajo la atenta mirada de un Alejandro sorprendido. Nunca había visto a su abuelo demostrar sus sentimientos, ni siquiera con su abuela, el poco tiempo que habían compartido.  
-Uno siempre vuelve a su primer amor, Lauti. - respondió en tono burlón, mientras miraba en dirección a su nieto. 
- Te presento a Alejandro, mi nieto mayor, un excelente delantero millonario. - anunció haciendo alusión a su club de fútbol. Lautaro no tardó en abrazarlo con entusiasmo. 
- ¿Así que de River? Espero que seas mejor delantero que tu abuelo. Nunca pudo  meterme dos penales seguidos el pobre. - dijo al momento que palmeaba la espalda de su amigo, que aunque llevaba el rostro más arrugado conservaba la misma mirada que recordaba. 
- Dale, no le mientas al pobre chico, te acordas en el campeonato del 55, ni el grandote de Alvaro Rodriguez pudo frenarme. Salimos campeones en su propia cancha! - respondió con la emoción que alguna vez supo sentir. 
- ¡Si, presumimos durante 5 años ese partido! - mientras ambos adultos se sumergen en el pasado, una cabellera lacia no pasó desapercibida para el pequeño Alejandro, que aún no terminaba de comprender cómo su abuelo había sido amigo de alguien a quien encontraba tan distinto. 
La pequeña Melany, escondida tras el mostrador asomaba su cabeza para estudiar a los personajes que hacían reír tanto a su querido abuelo. Las miradas de ambos niños se cruzaron, y el joven se quedó petrificado frente al gran par de ojos celestes que lo escrutaron sin disimulo. Después de unos segundos bajó la vista a las manos de la niña que contenían lo que parecía ser una especie de robot de tuercas, alambres y ganchos. La niña lo imitó e instintivamente estiró ambos brazos para ofrecerle su nueva creación. Alejandro se escondió detrás de su abuelo en un movimiento que no pasó desapercibido para éste. Las sensaciones de su cuerpo le estaban jugando una mala pasada, algo desconocido hasta entonces lo invadió a tal punto que sintió que lo mejor era tomar distancia, pero su abuelo no colaboró. 
-¿Pero quién es esta niña tan hermosa? Es igualita a … - no pudo terminar la frase, los ojos de la pequeña lo llevaron al pasado que tanto se estaba divirtiendo con él ese día. Lautaro giró sobre sí mismo y tomando a  Melany de la mano la llevó al centro de la escena. 
-Les presento a Melany, mi nieta. -  dijo mientras la niña inocente les daba un beso a ambos invitados, que presos de fuertes sentimientos permanecían anclados al piso. 
-Buenos días, miren lo que acabo de terminar. - dijo enseñándoles un ingenioso robot hecho con materiales de la ferretería. Alfredo fue el primero en recobrar el habla. 
- Pero que hermoso, ¿Cuánto tiempo te llevó armarlo? - la niña divertida clavó sus enormes ojos en los de Alejandro y libre de cualquier timidez respondió. 
- A penas 2 días y ya tengo otro proyecto en mente ¿ Queres ayudarme? -  Alejandro se obligó a emitir algún tipo de reacción, tampoco quería parecer un tonto, pero su abuelo se le adelantó. 
-Andá Ale, mi amigo y yo tenemos mucho de qué charlar. - y sin dar lugar a vacilaciones, Melany tomó la mano de Alejandro y lo condujo al pequeño taller improvisado en la parte de atrás del local. 
Ese fue el primer día que compartieron juntos, el primer día que Alejandro descubrió que existía algo más que el fútbol y el día que decidió que ese no sería su único encuentro.

Otro amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora